martes, 24 de noviembre de 2009

Madrugada del 14 al 15 de noviembre


Estamos sobrevolando Botswana. No he pegado ojo en toda la noche, a pesar de la pastillita dichosa que sabe tan mal.

Volamos en una especie de trasantlántico de dos pisos, de la compañía Virgin. Es la primera vez que, al montarme en un avión, me encuentro con una barra de bar nada más entrar. En vez de hacer un viaje, parece que nos vamos de fiesta.

La comida es totalmente inglesa. ¡Qué golosos son! Es increíble lo que son capaces de hacer con un yogurt, una magdalena o una mousse de chocolate. Siento el colesterol correr por mis venas.

Ya es de día. En África amanece antes.

Por la ventanilla veo lo de siempre: tierra roja, vegetación verde oscura y pequeños caminos.

Apuesto que a través de ellos hay gente caminando en línea, ellas cargadas con un bebé, algo pesado encima de la cabeza, y ellos delante, sin llevar nada.

Estoy cansada, pero no pienso quejarme. Soy la segunda más joven de esta expedición, y conmigo vienen tres personas mayores de 60 años.

Echo de menos mi casa, mi marido y mi niña. Ella estará muy feliz, pero su mamá se acuerda de ella a cada momento.

He decidido, durante estos días, hacer un esfuerzo terrible para endurecerme, centrarme en el viaje y procurar pensar lo menos posible. Suena tremendo, pero si no lo hago, puedo volverme loca aquí, en el sur del sur.

Ya nos estamos acercando a Johannesburgo. El territorio despoblado es inmenso, pero ahí fuera hay elefantes, leones, tigres, monos… Oh, y tres caminos sin asfaltar.

Nos queda un avión por coger, el que nos llevará a Beira. Estoy agotada, necesito una ducha y una cama limpia. Jajaja. Esto último sí que es gracioso.

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