Cuando pensé en escribir un blog, creí que sería interesante describir a las personas y las historias con las que me encontraba todos los días, en el metro, camino del trabajo. Hace un tiempo, pude sustituir al metro por el mar y las montañas. Pero la gente sigue ahí, y las ganas de contar historias, reales o no, también.
viernes, 17 de abril de 2009
Decir "madre trabajadora" es ser redundante
No es que la inspiración se haya vuelto a largar con otro, o con otra. No. Una vez una amiga me dijo que había tenido un sueño extraño: soñó que corría detrás del tiempo. No sé cómo se corre detrás de algo que no ves, pero ella corría, y corría, buscando el tiempo que le faltaba, que huía de su lado.
Yo vivo en una situación parecida, con cierto caos que creo saber a qué se debe y que espero poner remedio ya. Mientras tanto, me encanta este chiste. No me cambiaría por nada del mundo, pero a veces siento que la vida se me escapa de las manos.
jueves, 2 de abril de 2009
Veinte minutos: una historia intensamente vivida
Este artículo sale publicado en el Alfa y Omega de hoy. Me pregunto si puede haber alguien que no esté de acuerdo con lo que Georgina Trías, su autora, plantea... Creo que no hace falta ser madre para comprenderlo...
Veinte minutos: una vida intensamente vivida
En estos días tan movidos y brutales, en cuanto a leyes y barbaridades, me reuní con un grupo de amigas y me contaron este caso. A una madre embarazada le comunican que su bebé, una vez nacido, morirá. Esta mujer, que cree en la vida más allá de ciertos pobres criterios sensibleros, decide ir adelante con su embarazo, «a pesar de algunos ginecólogos» que se encuentra en el camino. Conociendo el final, lleva adelante su embarazo con valentía y amor, velando en todo momento por el mayor bienestar del hijo en su seno, a veces incluso más que los propios médicos.
Finalmente, llega el tiempo y el niño nace; el médico en seguida puede dárselo a la madre y ella –explica– vive los veinte minutos más intensos de su vida, abrazada a su hijo, hasta que muere. Si uno se detiene, cierra los ojos e imagina la escena: los sentimientos de ella, el agradecimiento del pequeño, el calor del amor en esa sala de partos…, difícilmente no queda conmovido.
¿Valía la pena esta vida?
Me gustaría conocer a esta mujer, me gustaría ponerla en primera página de los periódicos, para que su testimonio de amor brillase potentemente e iluminase a tantas almas, perdidas, indecisas, que hoy optan por la muerte y la oscuridad.
La luz del amor es hermosa, no evita el sufrimiento, pero engrandece el alma. Esta experiencia nos permite reconocer que la dignidad de la vida humana trasciende las barreras de las posibilidades e imposibilidades físicas, un don digno de ser acogido desde su concepción, independientemente de su duración. ¿Cuál es el criterio de la calidad de una vida? A la luz de lo que hemos contado, el amor con el que ésta es vivida. No podemos contabilizar, pero podemos imaginar la capacidad de amor que desarrolló esta madre en esos veinte minutos. ¿Y qué hay del hijo? En otra circunstancia nunca hubiera gozado de ese abrazo; si hubiera sido un aborto más, ni la madre, ni el hijo, ni los médicos, ni todo el personal sanitario hubieran descubierto una nueva y siempre más profunda dimensión del amor.
¿Para qué venimos a esta mundo? Para amar y ser amados, para que esta realidad que es el amor encarnado no sea sólo una bella y romántica palabra, sino una experiencia de vida, que nos permita «al atardecer de la vida, ser examinados del amor», como apuntaba san Juan de la Cruz. Abrámonos a esta realidad clara y resplandeciente, despapémosla frente a la mentira del engaño, la manipulación y el pecado.
Hemos celebrado, hace pocos días, la fiesta de la Encarnación: el Amor que se hizo carne, Dios hecho hombre. Él escogió este camino para mostrarnos el valor de la vida humana. El ejemplo de esta mujer también es Amor encarnado, una imagen diáfana de la posibilidad y de la autenticidad del amor, hoy, aquí y ahora. Desde aquí mi más profundo agradecimiento.
Georgina Trías
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