miércoles, 24 de febrero de 2010

Cosas que no tienen precio

Quizá era porque antes no tenía que responder más que por mí misma, o quizá era porque no me dedicaba a pensar tanto las cosas antes de hacerlas.
El caso es que nunca, hasta que me casé, había visto que tenía tanto sentido la frase que "creo" que yo misma me he inventado y que ha pasado a ser como mi lema. Mi lema y mi frasecilla toca-narices a quien está a mi alrededor. Que suele ser mi marido, a quien se la digo con retintín. No sé cómo no me odia con lo moralina y cursi que me pongo cuando quiero -o cuando no puedo evitarlo, mejor-.
El caso es que mi frase es "la tranquilidad de mi conciencia no tiene precio".
La utilizo para justificar cuando tomo una decisión que supone cierto esfuerzo. Suele haber dinero de por medio. A veces en la vida, por ahorrar, "garrapiñamos" incluso hasta lo que no nos pertenece, lo cual no siempre es un robo, ni un delito. Simplemente, algo de lo que nadie se daría nunca cuenta...
...excepto nuestra conciencia.
Después de haber visitado varios países, ya siendo madre, y de haber tenido mala conciencia en todos ellos, he llegado a la conclusión de que prefiero perderme lo que más me gusta en la vida, que es viajar, para tener la tranquilidad de que estoy cuidando de quien más me importa, que es mi niña. "La tranquilidad de mi conciencia no tiene precio".
Una vez, en un aeropuerto, a punto de despegar para Mozambique, escuché a una periodista importante decir: "Cuando mis hijos eran pequeños, lo pasaba mal cuando tenía que viajar. Se agarraban a mí y me pedían llorando que no me fuera. Me iba echa polvo hasta que un día me dije: ¿Qué es eso de sentir cargo de conciencia? ¡Ni hablar!".
Al oírla, asentí y hasta creo que me reí, como todos los demás.
Con el tiempo, recuerdo aquel momento y pienso que claro que hay que hablar del cargo de conciencia. Claro que sí. Es mi manera y mi opción de vivir la maternidad.
Una de mis mejores amigas, Amparo, acaba de renunciar a un buen trabajo por sus hijos. Ella está de autónoma y no se encuentra en las mejores condiciones. Sin embargo su trabajo le permite dejar a sus hijos vestidos, desayunados y a su casa organizada antes de salir. La tranquilidad que le da eso, a ella y a toda su familia, no tiene precio.
Yo me quedé alucinada cuando me lo contó. Pero ahora voy entendiéndola.
Y no me he hecho el viajecito que tenía previsto, porque mi sitio está con María. Aunque me suba por las paredes. Mi tranquilidad no tiene precio.

martes, 23 de febrero de 2010

Todo lo que podría contar

Se fue Madrid, con sus amaneceres y atarcederes siempre repletos de gente. Me moría de ganas de poder decir "voy a Madrid de turismo", y perderme entre la heterogeneidad y las vanguardias, entre los más castizos que salen en bata a tirar la basura y los que viven casi de noche.
Prefiero mil veces soñar con ello, recordar los buenos tiempos, incluso echarlo de menos... pero desde las montañas verdes de Asturias. Prefiero echarme en cara haberme perdido las oportunidades de allí, sabiendo que en realidad éste es mi sitio, y poder mirar por la ventana y encontrar algo diferente a otro edificio gris más. Porque en Madrid, la verdad, nunca veía otro horizonte que el de la misma ciudad.
Hace mucho tiempo que no escribo en el blog. Si hay alguien ahí fuera que me hubiera echado de menos, tengo que pedirle perdón. El cambio me ha dejado un poco sin ganas de escribir, y lo que es peor, sin saber qué contar.
Y la verdad, no es porque no me hayan pasado cosas. He tenido la nada despreciable experiencia "Inem", todo un mundo de fantasía y color por el que deberíamos pasar al menos una vez en la vida. Un jarro de agua fría, un baño de humildad y una ojeada a la realidad de la vida del que sales un pelo tocadillo, aunque te importe un pimiento estar en el paro. Ahora pienso en lo que tuvo que pasar mi marido hace unos cuantos meses, conmigo trabajando a todo trapo y con nuestra niña casi recién nacida, y me planteo si estuve a la altura de las circunstancias.
"La verdad, si pongo jefa de sección, vas a tener menos oportunidades. Sería mejor que en tu currículum figurara sólo periodista", me dice la señora funcionaria con su aliento a cafelito y pincho de media mañana.
"Pues ponga jefa de sección, que me costó muchos añitos conseguir el cargo. De todas formas descuide, que no cuento con su ayuda para buscarme la vida".
Y me voy de allí con mi dignidad por los suelos, mi abrigo fucsia y mi boina de lana, pareciendo una parisina en pleno barrio de El Coto. Un barrio donde mi look parisino está bastante fuera de lugar, para que nos entendamos.
Podría contar mi experiencia en la autoescuela. Yo, en medio de varios niñatos de 20 años, que le contestan de mala manera al profesor, la ecuatoriana a mis espaldas y el marroquí diciendo bravuconerías a mi lado. El profesor dirigéndose en exclusiva a mí (pues debo de ser la única persona en su vida que le ha tratado de usted). Y yo sintiéndome como "Doctor en Alaska".
Podría contar que todo el barrio sabe que hemos llegado, que el bloque entero de mis padres conoce a María (y ella les conoce a ellos) y que hablo con el portero una media de 5 veces al día, cuando al de Madrid le veía una vez a la semana... y si acaso. Podría contar que me encuentro con mis profesoras de EGB, BUP y Preescolar y siento que las que me tenían manía siguen tratándome raro.
Podría contar que siento que todo está igual aquí... menos yo.