miércoles, 31 de octubre de 2012

Fotografías mentales (I)


No tener nada que contar, o tener muchísima pereza a la hora de plantearme una entrada nueva suelen ser dos de las absurdas causas por las que no termino de actualizar con frecuencia el blog.
Sin embargo éste se resiste a morir. Y yo me resisto a despedirme de la sensación de escribir algo para alguien a quien no conozco. Me parece algo tan increíble como podría ser saltar de un avión. Juraría que podría sentir el viento en mi cara cuando le doy al botón de "publicar", y sale al infinito un pensamiento mío que nunca sé en manos de quién caerá.
Por eso no quiero dejar de describir dos momentos de los que fui testigo, más o menos recientemente, y que se me quedaron guardados en la memoria de las imágenes, parece que por mucho tiempo.
Uno lo contaré hoy. El siguiente, el próximo día.
El primero, fue en la tarde previa a un concierto de Melendi en la plaza mayor de Oviedo. Estábamos en fiestas, y yo tenía que trabajar, iba y venía con mi cámara de fotos, mi grabadora, y mi bolso que siempre pesa mil kilos. Para ir a donde tenía que ir, tuve que atravesar la plaza, y sortear pies, cervezas, pipas y manos de chavales de unos quince años. En el escenario sonaban los instrumentos de los músicos, haciendo pruebas, reproduciendo los primeros compases de canciones varias. Y los chicos aprovechaban para tararearlas, ellas con los ojos delineados con gruesas líneas negras, y ellos, haciéndose los tipos duros, en fin algunos más que otros.
Las posturas y los comportamientos de los jóvenes allí la verdad es que dejaban bastante que desear. En teoría estaban disfrutando de un rato de ocio, nada malo podía tener aquello, pero sentí verguenza ajena cuando observé a un africano de los que venden pulseritas por la calle, quedarse mirando fijamente el comportamiento de los chavales.
La imagen se me quedó grabada porque pensé que tendría pocos años más que ellos. ¡Qué juventud tan distinta! Lo cierto es que el pobrecillo parecía alucinar con el comportamiento, con los comentarios y los gestos de los chicos y chicas. Estaba paralizado, observándoles fijamente y sin cortarse ni un pelo por ello. Aquella imagen era para foto. Pero como no podía sacársela así por las buenas, decidí memorizarla. Hace casi dos meses de aquello y no se me ha olvidado.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Quiero ser como Dori


Siempre le había tenido cierta simpatía. Dori es el pececillo de la película "Buscando a Nemo" que sufre pérdidas de memoria a corto plazo. Al menos así lo explica ella, literamente, en la película.
Esta peculiaridad le hace diferente, y se ve constantemente metida en situaciones muy graciosas, al mismo tiempo que peligrosas. Porque a esas pérdidas de memoria repentinas se le unen una ingenuidad y un optimismo que, bien mirados, son envidiables.
Como digo, siempre me había caído especialmente bien. Pero este fin de semana nos cogimos el coche los cuatro y decidimos cambiar un poco de aires.
Para sobrellevar el viaje en coche con las peques, que se marean en cuanto ven una rueda a lo lejos, nos llevamos el DVD portátil, con la mala pata que, con las prisas, sólo teníamos una película a mano: "Buscando a Nemo".
Así que me tragué la película con ellas una vez de ida, y otra de vuelta. Y esas dos veces se sumaron a las 4 ó 5 que ya la había visto previamente.
Lejos de morir en el intento, descubrí en la película nuevos matices que me han dado mucho que pensar. Especialmente, me he quedado con la figura de Dori.
Dori es ingenua, poco "inteligente" -según el baremo de muchos-, despistada hasta llegar a lo patológico, inocente... y libre.
Vaga por el océano sin un destino aparente, y de repente se encuentra con Marvin, el padre de Nemo, desesperado porque acaba de perder a su hijo. Juntos emprenden un viaje para encontrarlo, aunque a la pobre Dori se le olvide cada poco el objetivo, y a Marvin le parezca una pesadilla su compañía.
Marvin es todo lo contrario a Dori: es miedoso hasta el extremo, responsable, cuidadoso, apocado. Su pánico a lo desconocido le impide ser libre, y es ahí donde entra el papel de Dori. Porque con su ayuda, Marvin llega a encontrar a Nemo, eso sí, superando el ser comidos por una ballena, salvarse de morir en las fauces de varios tiburones, lanzarse a las profundidades oscuras del océano, y mil aventuras más que Marvin nunca hubiera podido hacer sólo.
No lo hubiera podido hacer sin esa valentía ingenua de Dori, que provoca la risa, pero que, puestos a pensar... cuántas veces nos falta ingenuidad, nos falta ese punto de alegría y de libertad para liberarnos de nuestras ataduras irreales, para volver a ser un poco niños, sin tanto retorcimiento ni caretas que nos esconden. Ese punto de Dori... qué necesario es, y cuánto lo añoro. Una amiga me decía que siendo tan cuidadosos y pasando tan de puntillas por la vida lo que se lograba era hacernos viejos de espíritu.
Maldita vejez amarga, qué rayos haces acechando mi alma!