jueves, 13 de septiembre de 2007

Posiblemente, la primera sonrisa del día

A veces me agobio un montón en Madrid. Reconozco que aquí las calles no huelen demasiado bien, hay mucho polvo, y todo parece casi siempre de color gris... Nada se parece a Gijón, donde la humedad hace que puedas respirar con facilidad, como si los pulmones se te pudieran llenar de pequeñas gotitas de agua y el cuerpo te agradeciera poder estar fresquito...
Pues eso, en Madrid, yo siento que mi cuerpo está más bien frito.
Pero en ocasiones, veo cosas que me hacen pensar que todavía vivo en una ciudad con alma. Y muchas veces las veo en el metro, donde todo el mundo está más recogido, más "a la vista", no como en la calle, donde el ruido y lo grande que es todo hace que siempre pases desapercibido.
Pues eso, hoy vi cómo una chica joven hablaba con un señor, de Europa del Este, que estaba sentado, con su acordeón, en una esquina de uno de esos interminables y solitarios pasillos del metro.
No llegué a escuchar lo que se dijeron. Tan sólo oí cómo se despedían. Ella le decía: "¡Tocas una música preciosa!". Y él se reía, y seguía tocando el acordeón.
Pensé que quizás, a este hombre, le arrancaban la sonrisa por primera vez en el día.
Me alegré mucho, y por eso le miré sonriente. Él me devolvió la sonrisa, y me dijo: "¡Guapa! ¿Te gusta la música?". Yo ya me iba, pero me di la vuelta, y le contesté: "¡Mucho!".

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Mi abuela y yo

A mi abuela siempre le gustó hablar. Pero de un tiempo a esta parte está muy triste y cuando la llamo por teléfono me "despacha" en cuestión de minutos.
Sin embargo, nuestras conversaciones, salvo raras excepciones, comienzan siempre de la misma manera. Es como una especie de ritual secreto entre nieta y abuela, aunque nunca hemos hablado de ello. Tampoco se trata de nada excepcional. Simplemente, cuando la llamo, le digo, medio cantando: "¡Hola, abuelita!", y ella me contesta con la misma entonación: "¡Hola nieta!", entonces yo le pregunto: "¿Qué tal?", y ella me contesta: "Bien ¿y tú?".
Y así un año tras otro. Cuando noto que me quiere cortar, empiezo a hablar más rápido, para ver si algo de lo que le cuento le interesa y se queda más ratito al otro lado del teléfono. Pero ya casi nada le interesa.
Cuando colgamos, la imagino en su sillón, mirando la televisión, como hace todos los días. La imagino haciendo zapping, con ese mando que ella maneja sin mirar, pasando de un programa a otro, enterándose perfectamente de lo que hablan, pero sin querer hacer caso de todo ello. Quizá sólo quiere hacer ruido para que las tardes se parezcan a aquellas otras tardes cuando tenía a diez churumbeles corriendo a su alrededor.
La imagino con el rostro sin expresión, pensando quién sabe qué. Recordando quién sabe a quién. Y sólo deseo que sea eterna.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Pues no

Pues no.
No es lo mismo mirar por la ventana de mi habitación, en Asturias, y ver las montañas, siempre verdes... que mirar por la ventana de mi otra habitación, en Madrid, y ver al vecino con cara de amodorrado que siempre se desviste cuando yo aparezco por allí.
No es lo mismo este silencio oscuro, tan sólo roto por el familiar ronquido de mi padre, durmiendo como un bendito... que la noche de olores, ruidos de platos y conversaciones lejanas que se escuchan en mi casa de Madrid.
No es lo mismo tener la certeza de que mi madre no duerme, preocupada porque aún se me oye teclear... que trasnochar, no dormir, o querer morirte una noche, sabiendo que nadie jamás se enterará.
No es lo mismo dormir, habiendo depositado la confianza del sueño en otras personas, que dormir, pendiente de escuchar ruidos extraños.
No es lo mismo, pero ya da igual. Yo lo elegí, y ahora toca volver a la cotidiana monotonía del ruido, la diversidad, la suciedad y los amontonamientos. No sé si tiene fecha de caducidad.

Por qué

Escribo estas letras desde un rincón de la casa que me vió crecer. Hoy no soy ni la sombra de lo que había soñado.
Quisiera mantener este blog en un relativo anonimato. Encuentro excitante la sensación de encontrarme de pie, a punto de cruzar el umbral que me lleva hacia el mundo entero, pero sin cruzarlo. Me mantengo a salvo, dentro de la habitación de mi intimidad, de mis sentimientos, de mis observaciones. A salvo, pero con buenas vistas hacia el exterior.
Mi fuente principal, ese pequeño y a veces asfixiante lugar: el metro de Madrid. Un micromundo compuesto por personas de todas las clases sociales y procedencias. El lugar donde se juntan el pueblo español con el planeta tierra. Como si fuera un reportaje del National Geografic hecho con mal gusto, con prisas y chapucero. Pero siempre apasionante.