miércoles, 27 de febrero de 2008

Volver a leer es volver a vivir

Así lo creo. Qué titular tan redondo...
A pesar de que es algo que debería hacer constantemente, me he tirado una buena temporada sin leer. En mi trabajo lo hago a todas horas, claro, pero no me refiero a eso. No hablo de periódicos, revistas, noticias o reportajes. Hablo de silencio, aún al estar rodeada de gente... de silencio en el corazón y en la imaginación.
Hubo un tiempo, cuando aún no me había ido de casa de mis padres, en que siempre tenía un libro en la mano. Y a ese tiempo le debo lo que hoy soy.
Después llegó la facultad, las toneladas de amigos y de planes... el caer rendida en la cama y sólo hacer silencio para estudiar. Más tarde, el trabajo, una ciudad nueva, una casa tras otra, un sueño tras otro, y poco silencio en cualquier lugar.
Ahora la vida es distinta a cualquier otro momento. Me paso todos los días más de una hora metida en un autobús o un metro, y el corazón y la imaginación me piden a gritos de nuevo silencio. Primero vino una historia sobre una familia que buscaba posada en Belén, después, un niño que se hace amigo, en un lugar extraño, de otro niño vestido siempre con pijama a rayas. Ahora, una pequeña ladrona de libros. Y así voy, rápidamente y casi sin darme cuenta, metiéndome en vidas que nunca son mías, pero que llenan mi imaginación de ideas y sensaciones que la refrescan y la renuevan a diario.
Hacía tiempo que no empalmaba un libro con otro con tanta celeridad y me doy cuenta de que al final es como si le inyectara antibióticos a mi cabeza infectada de rutina laboral.

martes, 12 de febrero de 2008

Poeta en Nueva York... o wherever

No sé si esto le sucede sólo a las personas que viajan en metro o en bus a diario y se ponen a imaginarse historias y cuentos que nunca narran a nadie; no sé si les sucede sólo a quienes, todas las noches, se dan de bruces con un suelo de mentira, después de haber intentado volar más alto que las montañas.
Pero hay días en que cogería un avión con destino al lugar más remoto y desconocido de la tierra. Existe una sensación que no podría describir con palabras. Es la sensación de estar más lejos que nunca jamás, más lejos de lo que un mapa podría señalar. La sensación de no haber nada conocido a tu alrededor, nada que pueda recordar a la civilización. Uno pisa el suelo de aquella tierra y siente que se encuentra tan lejos que hasta se cree a sí mismo valiente, y piensa que el mundo es algo inmenso y apasionante.
Si me perdiera por la sabana de Malawi, si me perdiera por los campos de maíz de Pennsilvania, si pudiera caminar por entre la arena fina de una playa del Caribe...
Un escalofrío me recorre la espalda. Es la vitamina que necesito tomar cada cierto tiempo, aquí sentada en este pequeño despacho, de esta pequeña ciudad, de este pequeño todo.

viernes, 8 de febrero de 2008

Las flores de mi ventana

Dicho así, me puedo imaginar que me asomo al balcón de mi casa y que tengo enfrente el mar. Que respiro hondo y mis pulmones se llenan de humedad, de aire con sal y olor a libertad. Me puedo imaginar que tengo un montón de macetas a mi alrededor, y de paso que están llenas de flores de colores muy vivos. Puedo imaginarme que cada día, al salir de casa, miro hacia el horizonte y no se acaba, porque no hay edificios delante, ni coches, ni el pequeño patio que siempre huele a tortilla o a filetes.
Hoy, no todos los días, pero hoy sí, hay flores en mi ventana.
Son las flores de la sábana de la vecina de arriba, que la ha tendido, bien extendida para que se seque bien, ¡ole así, señora! Claro que sí, hombre. La sábana ha ocupado toda mi ventana, y ahora un festival de colores setenteros inunda este pequeño despachito.
Llevo dos días encerrada en casa con fiebre. Comienzo a tener claustrofobia.
Menos mal que puedo asomarme al balcón y ver el mar...

Ya no quedan rockeros como los de antes.

El otro día volví al metro. Ahora ya sólo viajo en autobús, así que volver al metro casi me hizo ilusión. Me encontré con lo que mi marido llamaría "un viejo rockero". Y al verle me di cuenta de cómo han cambiado las cosas.
Tenía el pelo largo, bastante blanco. Iba todo vestido de negro, con sus pantalones ajustados y su chupa de cuero. Un montón de pulseras en las muñecas y una camiseta que daba miedo mirarla. Todo era tal y como uno se lo espera de un viejo rockero, inofensivo, que vive en su pequeño mundo de música, amigotes y conciertos. Hasta que sacó del bolsillo un MP4 brillante, creo que rojo, y comenzó a manipularlo.
Vaya, hasta los viejos rockeros han cambiado. ¿En serio había metido toda su música de Iron Maiden en ese aparato brillante rojo?
Las cosas han cambiado, ya no quedan rockeros como los de antes.