sábado, 27 de diciembre de 2008

María... esa desconocida

Sucedió a la puerta de una iglesia. Mi marido y yo salíamos apresurados porque la pequeña María comenzaba a llorar de hambre. Entonces me paró una joven rumana; no tendría más de 18 ó 19 años.
-Perdone, señorita, no se preocupe, no voy a pedirle dinero -hablaba español muy bien.
Nos paramos, entre extrañados y temerosos... ¿qué quería pedirnos? Reconozco ser una ignorante de las costumbres y la forma de ser de estas personas, pero de entrada me muestro reservada con ellos, no lo puedo evitar. Pero la chiquilla me sonreía.
-¿Podría usted darme ropa de niño de un año de edad? Tengo un hijo pequeño...
Señalaba al carrito de María, suponiendo que tendríamos ropita para darle.
-Pero mi hija es muy pequeñita, tiene tan sólo un mes y medio... no tengo ropita para niños de un año...
Ella puso una expresión de tristeza, y yo le intenté explicar que podía hablar con el párroco para que desde Cáritas parroquial le ayudara, pero veía claramente que eso no iba a suceder: ni siquiera parecía estar entendiéndome.
Al final me acordé de que mi suegra guardaba un montón de ropa de mi marido y su hermano cuando eran pequeños, así que, después de consultarlo con ella por teléfono, le dije a la jovencilla que en breve le daríamos una maleta con ropitas.
Antes de irme, le pregunté si estaría allí al día siguiente. Me dijo que sí, que se quedaba allí todos los días.
¿Y cómo te llamas?
"María", me dijo, custodiando la puerta de la Iglesia, al día siguiente de Navidad.
"Toma ya", pensé yo.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Que se llama soledad



Parece mentira, pero alguna vez letras así describían mi estado de ánimo. Me gustaba regodearme en mi propia melancolía, y hay que reconocer que en eso Joaquín Sabina es un experto. Ya no me siento reflejada en estas letras, pero al volver a leerlas, me parecen lejanas, pero aún "melancólicamente bellas".



Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella..., al mar de tu incomprensión.

No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.

Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.

Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos;
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán;
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar;
más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.

Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.

Joaquín Sabina

viernes, 19 de diciembre de 2008

"Felices" fiestas

Hace días que quiero comentar "en voz alta" algo que ví, y que me pareció irónico, surrealista, y muy triste.
Volvíamos de Granada en el coche. El viaje de vuelta a Madrid está salpicado de tristes locales de alterne con nombres que pretenden ser exóticos. En uno de ellos, me fijé, habían colocado grandes letras luminosas adornadas con campanas y demás adornos típicos de estas fechas. Se podía leer: "Felices fiestas".
Era un adorno igual que tantos otros letreros de cualquier tienda o bar de España.
Pero en este caso la felicitación, que tiene reminiscencias caseras y familiares, me pareció casi un insulto.
"Felices fiestas", les deseaban los trabajadores del local a los visitantes del mismo, y a los viajeros de la carretera. ¿"Felices"... para quién?
¿Para los hombres casados que visitan el local y que posteriormente irán a hacer como que celebran la Navidad en familia?
¿Para los hombres solitarios que buscan... lo que busquen, a cambio de dinero?
¿Para las pobres mujeres que venden su cuerpo, con o sin su consentimiento? ¿Cómo celebrarán ellas la Navidad? ¿Trabajando?
De repente me di cuenta de que la Navidad podía ser muy triste, no sólo para los que no pueden comprarles juguetes a sus hijos... sino también para los que tienen mucho dinero.
El cartelito luminoso, con sus consabidas campanas, idénticas a las que yo dibujaba cuando era pequeña por estas fechas, me pareció grotesco.
No sé si estoy siendo muy dura. Ya sabéis que este tema me importa especialmente...

viernes, 12 de diciembre de 2008

Ya no es lo que era

Mi mejor amiga se acaba de ir a vivir a un apartamento, ella solita. Somos amigas desde bien pequeñas. Y su familia, como suele pasar en estos casos, es casi una parte de la mía.
Hoy, mi amiga me ha enviado unas fotos de su apartamento, que ha decorado con todo el mimo que le permite la crisis. En una de ellas, se podía ver a su padre sentado en el salón.
Al ver esta foto en concreto, no he podido evitar sentir una pequeña punzada en el corazón. Hacía bastante tiempo que no le veía. Y la verdad, el peso de los años se hacía notar en su cara.
Por unos instantes un montón de recuerdos se agolparon en mi mente. Es un hombre al que tengo cariño, por su forma de ser bonachona y generosa, y verle casi como un ancianito, yo qué sé, me ha dejado un poco tonta.
Mi marido opina que "qué importan los años, si se trata de un hombre feliz, con unos nietos estupendos y la cabeza toda en su sitio".
Ya, entiendo que ésa es la forma de enfocarlo. Yo soy más de mirar "patrás", qué se le va a hacer.
Como la tele. Hoy, comiendo, hemos visto que Antena 3 está de aniversario. 18 añitos de ná, que cumple. Hemos visto imágenes de antiguos programas, antiguos informativos... Éramos cinco en la mesa. Y casi sin pensarlo, he dicho en alto: "La tele ya no es lo que era". Todo el mundo ha asentido y hemos seguido comiendo en silencio.
La tele ya no es lo que era. Hay muchas cosas que ya no son lo que eran. No quiere decir que los momentos de ahora sean malos. Qué va, seguramente en muchos aspectos sean mucho mejores. Pero ya no es lo que era. Y lo que era, a mí me gustaba.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Bajo su manto

Estoy en Granada desde hace varios días. Mi marido es granadino. Decidimos bautizar aquí a María, en Nuestra Señora de las Angustias, la patrona de la ciudad.
La Iglesia en sí es muy andaluza, recargada y muy bonita. Para los del norte, como yo, tiene un sabor especial: no es común para nosotros entrar en una Iglesia por un patio donde hay una fuente, flores y más flores, colores y velas, y siempre alguien rezándole a un Cristo rodeado de exvotos.
El bautizo en sí fue entrañable. Un sacerdote simpático y cariñoso al que no conocíamos presidió el acto, y María fue bautizada junto con tres niños más, dos Álvaros y una Sofía.
Quizá podría haber sido algo más íntimo, con un sacerdote amigo, en otra parroquia y para María sola. Pero la culpa fue mía: se me puso en el moño que allá donde la niña fuera bautizada, lo sería en la festividad de La Inmaculada, y en la Iglesia de la patrona de la ciudad. Si hubiera sido bautizada en León, habría sido en La Virgen del Camino, donde yo misma me bauticé.
Pero fue en Granada, y fue precioso.
Se nos olvidó la concha de plata que el padrino le regaló.
Se nos olvidó el agua del Jordán que había traído su abuelo desde Tierra Santa.
Y diez minutos antes de salir de casa, a María se le ocurrió ponerse a hacer sus necesidades con un ímpetu nunca antes conocido. Tanto fue así, que acabamos metiéndola a remojo en el lavabo, de urgencia. Ella debía de encontrar aquello la mar de divertido. Pero tenía a sus tías, a sus abuelas y a sus padres, entre el ataque de pánico y el de risa.
Al final, con una María más relajada de lo normal, llegamos a la Iglesia previo aviso de nuestra tardanza al sacerdote.
Iba preciosa. Una de mis tías había guardado el traje con el que a ella misma la habían bautizado, hacía 50 años. Ya no se ven trajes así. Está entero bordado a mano, la tela, según mi madre, es de "organdí suizo" y el encaje de nosequé. Se lo había regalado su madrina, y esperaba, guardado, a que hubiera un nuevo bautizo en la familia.
En realidad los otros tres niños también iban adorables. Pero María llevaba un vestido con historia, y para mí eso ya es especial.
Al finalizar el bautizo, es costumbre en esta parroquia que los niños sean pasados bajo el manto de la Virgen. En una catequesis el día anterior, el párroco había insistido varias veces en que no debíamos dejarnos llevar por la superstición: el manto de la Virgen no es mágico.
Pero yo pensaba para mí, que no quiero magia para mi hija, sino mucho amor.
De mayor le contaré que la Virgen la cubrió con su manto desde antes de tener un mes de vida. Y yo sé que, por muchas vueltas que dé, eso siempre quedará ahí.