martes, 29 de diciembre de 2009

¿A qué huele vuestro hogar?




Me he encontrado con este artículo de "La Vanguardia". Creo que todos en algún momento hemos echado de menos el olor de nuestro hogar, cuando estamos lejos. Y hemos respirado profundamente al llegar, después de estar una temporada larga fuera.
Me pregunto... ¿A qué huele vuestro hogar?

¿A qué huele el hogar?

Un estudio asocia el olor a detergente o a tostadas a la sensación de estar en casa


ANNA SOLANA | 23/12/2009

¿Qué es lo que hace que cuando uno pasa por la puerta tenga la sensación de estar en casa? Según un estudio realizado en el Reino Unido por Habitat, cadena de tiendas de muebles y accesorios para el hogar, es el detergente. O eso es lo que piensan el 34% de las 4.000 personas que participaron en la encuesta.

Al olor a ropa limpia le sigue el de las tostadas recién hechas, que da sensación de hogar al 22% de los encuestados. Por detrás, se sitúan el perfume, que resulta agradablemente casero para el 17%; la cena del día anterior, que huele a hogar-dulce-hogar para el 10%; y el café, que también resulta reconfortante para el 5%.

De hecho, el 7% de los británicos aseguran que su casa tiene un aroma característico que hace que lo consideren su hogar. Para la mayoría esta esencia es la que hace que se sientan seguros y a gusto y va más allá del efecto que puedan tener la decoración y el mobiliario.

Un tercio confiesan igualmente haber decidido no comprar una propiedad a causa del tufo que desprendía. Y 3 de cada 4 se atreven incluso a asegurar que se puede saber si te vas a llevar bien con alguien en función del olor de su casa.

El estudio señala también que a 1 de cada 5 personas le gusta tanto la fragancia que desprende su casa que la embotellarían y se la llevarían consigo. Y 3 de cada 10 querrían tener el efluvio casero cerca mientras están de vacaciones.

Para Mark Saunders, director ejecutivo de Habitat, "es interesante ver el efecto que tiene el olor en el comportamiento de la gente". "Incluso las pequeñas cosas hacen que una casa se convierta en hogar y eso incluye ciertas fragancias", añade para subrayar las conclusiones del estudio.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Breve cuento de Navidad

En la frontera de la India con Pakistán, nadie celebra la Navidad.
El polvo de los caminos tiñe de marrón los rostros de quienes fugazmente pasan por las calles.
Hay un palacio-hotel que dice ser de lujo, en el que nadie del pueblo ha podido entrar jamás.
Una pareja pasa allí la noche.
Ambos están enfermos.
Han recorrido muchos kilómetros para llegar hasta allí; kilómetros de carreteras a medio hacer, de desiertos y pueblos deshabitados. Las cosas nunca salen como uno cree.
En medio de la fiebre y el dolor, él, temblando, le dice a ella: "No te preocupes; yo te sacaré de aquí".
Ella le mira. Le sonríe.
Sabe que dice la verdad.

martes, 22 de diciembre de 2009

Lo sé, lo sé.

Yo sé que hay gente a la que no le gusta nada, nada, la Navidad.
De hecho, no es la primera vez que oigo decir que "ojalá no existiera", o, como me ha dicho una amiga esta mañana "ojalá pudiera irme a un lugar tan lejano donde no hubiera Navidad".
A veces me da la impresión de que hay cierto poso de tristeza, hasta de amargura, en este tipo de afirmaciones. Quizá sea sólo una impresión superficial y esté juzgando más de la cuenta.
Yo sé que a medida que uno se va haciendo mayor, las personas que una vez conformaron nuestro paisaje vital, todos aquellos que "se daban por supuesto" en nuestra vida, comienzan a desaparecer. Entonces uno va abandonando esa sonrisa perpetua, y aún sin dejar de ser alguien alegre, muchas veces, la inocencia se va borrando de nuestro rostro, y ya sólo quedan sonrisas compartidas con las señales de quien ha recibido muchos palos y ha tenido que levantarse solito y sin ayuda.
Lo sé. Sé que llega un momento en la vida en que nada es lo que era antes.
Y alrededor parece que sólo piden que hagas como que no sucede nada, que saques una alegría ficticia de... la chistera? y salgas a cenar con tus compañeros de trabajo, con quienes tienes menos en común que con la mismísima Reina de Inglaterra.
Por no mencionar la nueva moda de ponerse sombreros ridículos con un árbol de Navidad encima o unos enormes cuernos de alce que... en fin. Ganas tiene uno de ponerse cuernos a sí mismo tal y como está el panorama.
Por eso a veces la Navidad puede ser la cosa más frustrante y surrealista que se ha visto jamás.
Por eso yo creo que necesito evitar, cada vez más, el color rojo en estos días, que sale por doquier en muñecos gordos, en gorros, en vestidos, en purpurinas...
Creo que necesito no entrar en tantos centros comerciales; creo que necesito no escuchar tanto jingle, que no villancicos, creo que necesito entrar en mí misma, porque si no, corro el riesgo de olvidarme de qué está pasando, o si es que el mundo se ha vuelto loco.
Creo que si no voy a lo esencial de todo esto... me estaré perdiendo la oportunidad de mi vida.

lunes, 21 de diciembre de 2009

La nieve une

Esta mañana he salido de Santa Adela a las 7 de la mañana. Osea, media hora antes de lo normal, para poder llegar a mi trabajo a tiempo.
Nos hemos enterado, antes de subir las persianas, de que Madrid estaba nevado. Lo supimos porque el presentador de la radio no había podido acudir ya que estaba incomunicado.
Efectivamente. Santa Adela estaba cubierto por una capa de nieve bastante gruesa, limpia, maravillosa.
Parecía otra calle. Incluso parecía otro barrio.
No sé cómo se me ocurrió subirme al autobús. Ingenua de mí, allí que fui, y me senté tan tranquilita, como siempre, con todos mis bártulos de pasar el día fuera de casa, y mis guantes, y mi gorrito, y mi... todo.
A los 10 minutos el autobús dijo que "hasta aquí habíamos llegado".
"El resto del trayecto lo tendrán que hacer a pie". En realidad el conductor no dijo eso, pero es una frase muy conocida ¿no?
Salimos de allí, niños con mochilas, hombres con abrigos y maletines, mujeres maquilladas, y yo con mi aspecto de niña-mujer que estrena sus botas para el agua.
No se nos dejó precisamente al lado de una estación de metro, así que no nos quedó más remedio que caminar a través de la nieve virgen durante al menos 10 minutos todos juntos.
En ese trayecto, participé de muchas conversaciones al mismo tiempo. Dos mujeres descubrieron que se llamaban "Lola", y supimos que los niños controlaban a la perfección los restaurantes de la zona.
Por una vez, Madrid tuvo un poco de pueblo, de vecindario. Ha tenido que nevar para que pueda conversar con la gente en la calle. No hay mal que por bien no venga, ¿no?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Historias... en una tienda


Yo no me lo podía creer. Pero ¡lo oí! ¡lo prometo, es real!
He dedicado un rato a salir con mi madre de tiendas para comprar regalos. Si hubiera hecho menos frío en Gijón, reconozco que hubiera sido divertido. Pero tengo el cuerpo dolorido de tanto encogerme.
Entramos en una tienda súper original llena de complementos... Y nos pusimos a mirar gorritos, boinas... algo para tapar la cabeza y evitar que se te caigan las orejas del frío.
La dueña de la tienda era una chica encantadora que hablaba hasta con las paredes. En realidad, hablaba con una pareja y les enseñaba a ponerse los gorros (como en estos últimos años los gorros no se llevaban mucho, no siempre es fácil ponérselos y no parecer un fantoche). A pesar de que hablaba con la pareja, por los gritos que pegaba, en realidad compartía sus "conocimientos" con toda la tienda. En un momento determinado agarró una boina de lana preciosa. Y les dijo: "me encanta este gorrito... es como de estilo REFUGIADO".
¿REFUGIADO?
¿Alguien sabe si este estilo tiene algún otro significado, aparte de un look extraño, de gente que sufre, que tiene poco que ponerse, por no decir nada, porque ha abandonado su casa y su ciudad, para vivir en algún lugar de ninguna parte?
En fin.
Me quedé con la duda.
Y mi madre se fue con una boina. Eso sí, de estilo francés.

viernes, 18 de diciembre de 2009

España "en la vereda"

Hoy he hecho, sola, un trayecto de más de seis horas en autobús.
¿A nadie le sucede que, a veces está contemplando un lugar, y desearía poder contemplar ese mismo paisaje, o ese mismo pueblo, o ciudad... tal y como estaba en la Edad Media, por ejemplo? ... y quien dice la Edad Media, dice el siglo XIX, o tal y como lo vieron nuestros padres...
En el camino, mientras por la ventanilla veía los campos de castilla, secos, rectos... casi eternos, pensaba que quizá, en la guerra civil, tuvo lugar más de un fusilamiento por allí. Quizá a alguien se lo llevaron prisionero en ese mismo lugar... ¡cómo es posible! algo que parece tan lejano,¡ es algo cercano, real!
Estoy lejos de María por un par de días. Ella está en un extremo del país, y yo en el otro.
¿Y si comenzara la segunda guerra civil de nuestra era, en España?
En ese caso, probablemente, las carreteras estarían cortadas, los militares de uno y otro bando tomarían los caminos, la comunicación quedaría anulada, y yo estaría lejísimos de ella...
Pensando en estas cosas, vale, absurdas, pero ¿qué queréis? seis horas dan para mucho... Me imaginé una película en la que una madre recorría España entera caminando, sorteando peligros, jugándose la vida, por estar al lado de su niña. Podría ser algo increíble, a no ser porque la historia más o menos ya se ha contado, creo que el protagonista se llamaba Marco e iba en busca de su madre.
En todo caso... El viaje de una madre por España en guerra, para buscar a su hija, podría tener su atractivo, si se sabe contar bien...

jueves, 17 de diciembre de 2009

Poema de un viejo


Cuando el anciano fraile salió un momento, caminando lentamente, de la habitación en la que estábamos, me quedé mirando a mi alrededor, sola como estaba.

Entonces vi, justo detrás de mí, un texto enmarcado. Era un poema, cuyo título estaba impreso en letras más grandes, y en el que había varias estrofas, rodeando una foto suya, de joven, con hábito blanco, junto a varias monjas y jóvenes africanos. Tomada, quizá, en la misión de las montañas del Congo, donde tantos años vivió. Lo leí de un tirón, y del impacto de sus palabras. tan sencillas que no me lo podía creer, tuve la osadía de sacarle unas fotos con el móvil, antes de que llegara nadie. A pesar de que la composición de la poesía y el enmarcado estaban hechos con todo detalle, me sorprendió ver que algunas letras habían sido corregidas a boli.
Esa poesía tenía que ser para mis historias bajo tierra. Yo creo que a él, a fray Anastasio, le hubiera gustado.


Poema de un viejo

"Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías, pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá, y te llevará a donde tú no quieras" (Jn 21, 18)


Cuando ya no pueda andar


Cuando ya no pueda andar
porque tú lo viste así
que venga siempre mi sí
cantando tu voluntad.


Cuando ya no pueda andar
y otra mano me sostenga
haz, Señor, que siempre tenga
en mis labios tu cantar.


Cuando ya no pueda andar
y me falte mano amiga
que sentado sólo diga
"Hágase tu Voluntad".


Cuando ya no pueda andar
y toda fuerza me falle
haz, Señor, que fuerzas halle
para amarte, amar, amar...


Cuando ya no pueda andar
que en mi cuerpo todo cesa
diga yo con tu Teresa
"ya es tiempo de caminar..."

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Héroes de andar por casa


Si me decidiera (y, de paso, si supiera), a hacer etiquetas para clasificar las entradas que escribo, debería poner una que se llamara algo así como "Encuentros". Ese tipo de cosas inesperadas que a todos nos ocurren y que, si estamos muy atentos, nos damos cuenta de que esconden grandes verdades y hasta puede que alguna que otra revelación para nuestra vida.
Esta mañana, en medio del día frío y tan desagradable que hemos tenido en Madrid, acudí a hacer una entrevista en el barrio de Arturo Soria.
Mientras esperaba a mi entrevistado, comencé a hablar con la persona que tenía al lado: un anciano con hábito de fraile carmelita descalzo. Su pulso temblaba, sus piernas estaban ennegrecidas (más tarde supe que amenazaban con cortárselas), y la Biblia entre sus manos. No tenía prisa, pero todo en él era eficacia. Comenzamos a hablar. Y descubrí a alguien muy especial, lleno de amor y de valentía, de recuerdos -como a mí me gusta-, y de ganas de transmitirlos -como a mí me gusta también-.
Al final me llevé un libro escrito por él mismo. Era un contador de historias nato. Nada más pedirle que me lo dedicara, ya estaba arrepintiéndome. Su letra temblorosa hizo unos garabatos llenos de primor que me pusieron roja del apuro. Él se disculpó. Cómo decirle que no había nada imperfecto en su temblor, y en cambio toda la perfección del mundo en la inmensidad de ese corazón entregado.
Fray Anastasio, como podría llamarse el hombre (aunque no es su nombre real), se había tirado 36 años en las montañas del Congo. Su estómago era una bomba de parásitos; su sangre había sido infectada por la malaria tantas veces que no llevaba la cuenta, y hasta encuentros en la tercera fase con hutus cargados con machetes a punto de rebanarle la nuez, eran algunas de las perlas que, aquel hombre de piernas impedidas, de temblor descontrolado, de humilde hábito marrón... tenía escondidas.
Yo no sé a qué suena la voz de los hombres que han cambiado la historia. No sé si engolan la voz para contar sus hazañas; si se ponen serios, sarcásticos, chulitos o solemnes. Fray Anastasio me contaba lo que podría ser una película, con una sencillez desnuda, con una fe que me dejaba clavada en la silla...
Así que así son los héroes...
Conocía a varios, pero estoy acostumbrada a verles en otras circunstancias. No atados a un andador para poder moverse, no algo descuidados porque no pueden hacerse cargo de su propia higiene personal... Es cierto, no es el primero que encuentro, y si me apuráis, conozco héroes en Madrid, y hasta heroínas de 7 hijos que casi no salen de la cocina de su casa.
Pero qué queréis... África es mucho África. Él y yo nos entendimos. A veces pienso que todo me lleva siempre al mismo sitio.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Mirar al cielo


¡Qué placer poder titular con un infinitivo y no ser corregida! Aquí soy yo quien pone las reglas. Y yo digo que no hay reglas y que pienso poner infinitivos hasta que dejen de tener sentido...

Hace varias entradas, bastantes ya, conté que una vez, mirando al cielo, me di cuenta de lo inmenso que era. Y aquella conclusión aparentemente de perogrullo, me sirvió, en adelante, para ayudarme a relativizar mis problemas. Con lo grande que era el mundo... ¿qué importancia podía tener algo tan pequeño como un enfado, una cara que no era la que yo esperaba... una mala nota...? No soy de las que tienen facilidad para apartar las dificultades de su mente. Soy de las que disfruta machacándose con sus errores, pero en este caso, milagrosamente, el truco del cielo me sirve para ver siempre las cosas de otro color.
El otro día, en el autobús, abrí al azar un libro que nunca deja de sorprenderme. Es muy conocido: "La libertad interior", de Jacques Philippe. De repente, me encontré con la historia de Etty Hillesum, una judía muerta en Auschwitz , en septiembre de 1942, y cuyo diario fue publicado en el año 81. Estando todavía en Holanda, meses antes de ser capturada para el campo de concentración, Etty había escrito lo siguiente:

"Esta mañana, paseando en bicicleta por el Stadionkade, he disfrutado del amplio horizonte que se descubre desde los alrededores de la ciudad, mientras respiraba el aire fresco, que todavía no nos han racionado. Por todas partes se ven carteles en los que se prohíbe a los judíos transitar por los senderos que conducen al campo. Pero, por encima de ese poquito de carretera que nos queda permitido, se extiende el cielo entero. No pueden nada contra nosotros; absolutamente nada. Pueden hacernos la vida muy dura, pueden despojarnos de algunos bienes materiales, pueden quitarnos la libertad exterior de movimientos...; pero es nuestra lamentable actitud psicológica la que nos despoja de nuestras mejores fuerzas: la actitud de sentirnos perseguidos, humillados, oprimidos; la de dejarnos llevar por el rencor; la de envalentornarnos para ocultar nuestro miedo. Tenemos todo el derecho de estar de vez en cuando tristes y abatidos, porque nos hacen sufrir: es humano y comprensible. Y, sin embargo, la única expoliación nos la infligimos nosotros. La vida me parece tan hermosa... y me siento libre. Dentro de mí el cielo se despliega tan grande como el firmamento. Creo en Dios y creo en el hombre, y me atrevo a decirlo sin falsa verguenza. Soy una mujer feliz y ¡sí! me vuelco en alabanzas a esta vida".
Conozco a poca gente libre de verdad. Y curiosamente es gente sencilla, sin estridencias en su propia vida... anónima y pequeña. Son personas que saben estar por encima de los pequeños problemas, que saben ir a lo esencial, y sospecho que aman profundamente su realidad... aunque sea tan imperfecta, anónima y pequeña como ellas...

viernes, 11 de diciembre de 2009

Aire puro...

.... con un pero. El vídeo es horroroso, así que pongo un "unplugged". Pero la canción es genial. Buenos días.

martes, 1 de diciembre de 2009

Madres e hijos... (y continúo con mi diario africano)

Están siendo días de aprender muchas cosas nuevas y excitantes. Alguien ha dicho por aquí que esto parece más bien una excursión de Camel Trophic. A mí más bien me recuerda a un reportaje del Discovery Channel.
Lo primero que hay que saber cuando viajas a Mozambique en el mes de noviembre es que cuando llueve, puedes verte envuelto en un grave problema.
El lunes por la noche, de camino a Mangunde, pasamos bastante miedo en el coche porque no se veía nada de tanta agua como caía en el cristal. Teniendo en cuenta que circulábamos por un miserable camino de tierra blanda, aún no sé cómo no nos quedamos atascados en esta tierra resbaladiza.
Mangunde está a 400 kilómetros de Beira. Eso significa llegar con el trasero abollado de tanto bote en el camino. Hasta esta población se accede después de dos horas de dejar la carretera principal. Parece mentira que, tan lejos de cualquier signo de civilización, vaya uno a encontrarse con semejante centro educativo, preparado para 2000 personas. ¿De dónde salen? Pues lo cierto es que salen de la nada. Salen del interior de la sabana, donde sólo ellos distinguen, supongo, un árbol de otro, cuando a primera vista todos parecen iguales.
En Mozambique las casas no se construyen en función de una población determinada, que además, por comodidad, esté al lado del río, o de algún pozo de donde obtener agua. No. En Mozambique uno construye su casa donde su clan esté; y su clan está donde lo estuvieron sus antepasados. Y si eso significa vivir a 30 kilómetros del río, del pozo, de la escuela, o del centro de salud más cercano, pues ahí te aguantes. Esa es tu vida y así te la cuentas a ti mismo.
La gente que llega a la Misión de Mangunde, donde viven 6 misioneras combonianas, acuden de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Llegan caminando, como siempre. En África se camina para llegar a todo. Y se camina en línea, unos detrás de otros. Con cierta parsimonia, con movimientos elegantes, como si en vez de una persona se tratara de un felino, lento y discreto, que casi no hace ruido, que se mezcla con la tierra roja del camino.
En Mangunde también hay una maternidad. Igualita que la Clínica Belén de Madrid, jaja. (Vaya, la broma no suena muy afortunada, ¿verdad?).



Me quedo con la carita de un niño que su mamá lleva agarrado a la espalda con una Kapulana, la tela típica con la que las mujeres se visten, se ponen los pañuelos del pelo, se tapan cuando hace frío... y llevan a los niños.
Cuando le miro, hago un cálculo mental y le echo unos tres meses. De repente el niño abre la boca para llorar. Tiene más dientes que yo. Entonces le pregunto a su madre, y resulta que la criatura tiene un año y medio.
Al preguntarle a la enfermera, me dice que tiene una desnutrición galopante. La verdad es que me impresiona terriblemente. Su llanto es cansino y continuo, sin fuerza. Tiene heridas por todo el cuerpo y llagas de la propia desnutrición. Su pelo es ralo, llena de pequeñas calvitas y su madre le sujeta con cariño y esa cara que ya he visto otras muchas veces, una mezcla de pena, inexpresión, dureza y dolor.
Alguien me dice que los africanos no son muy cariñosos. Viendo a las madres vestir y desvestir a los bebés, pienso que quizá son un poco rudas. Pero luego me fijo más, veo cómo les tienen cogidos, siempre cerca del cuerpo, siempre tocándoles con una mano, asegurándose de que están ahí, protegiéndoles... Y entonces pienso que, a pesar de la lejanía y las diferencias... una madre, siempre será una madre.