miércoles, 23 de julio de 2008

Lo más hermoso que yo vi nunca




Este texto no es mío. Podría serlo, pero no lo es, pues está mejor escrito de lo que yo lo hubiera hecho jamás.
Pero describe muy bien lo que viví en África. Lo ha escrito un amigo que vivió conmigo aquellos veranos: David. Me ha parecido tan bonito que creí que, aunque este blog sea casi anónimo, tenía que estar. Algún día lo leerá alguien, y quizá sienta lo mismo que sentimos los dos. Que lo más hermoso puede durar unos segundos, y no irse nunca.



LO MÁS HERMOSO QUE YO VI NUNCA no fue un gol,
ni una montaña de nieve, ni el verano, ni una gota
de lluvia que se cae de una flor, ni unos ojos, ni una
luciérnaga, ni el sol, ni una palabra en la arena a la que
borra el mar, ni una mejilla, ni un sueño, ni la última luz
de un día: lo más hermoso que yo vi nunca hasta hoy
fueron veinte mil hectáreas de nada, de pobreza,
envolviendo a un niño mientras llegaba la noche, solo,
al pie del camino, bajo un árbol, en un sitio que no
aparece en los mapas, donde se oía sólo que se
alejaba un coche. Miré por el retrovisor, estaba
descalzo.
Lo más hermoso que yo vi nunca fue África y,
aunque vi su dolor y su miseria, no me imagino
una cosa mejor que ver en la vida. Se podrán
ver cosas como ella, pero no mejores, porque
pocas cosas emocionan así. Me dejaron conducir
aquella tarde, habíamos salido del centro nutricional
y llevábamos varios niños y niñas en el coche, además
de otros adultos, todos apelotonados, las rodillas
en el volante, encogidas, y casi siempre en primera.
Elena, la enfermera, me decía: “para aquí, que se bajan
Alexandre y Clara”, y yo paraba. A veces el coche
se me quedaba en la arena. Eran más de las cinco
de la tarde y en esa época del año, en esa parte
de África, el día está a punto de echarse a dormir.
Cae la noche en diez minutos. Por eso había que dejar
a los niños en nuestro camino de vuelta,
sólo a unos pocos, los que vivían más lejos,
cabían en el coche, y no tenían
padres o hermanos que fueran a buscarlos al
centro donde comían a diario. De repente alguien dijo:
“pobrecitos, ¿pero no les pasará nada si los
dejamos aquí solos?” No, no les pasaría nada. Desde allí,
al borde del camino, desaparecerán entre
los árboles del mato, en busca de su casa. Dejábamos allí a niños
de tres o cuatro años, y a los españoles
nos daba pena, una pena........ Pero allí no pasaba nada,
ellos eran amigos de los árboles, y los leones
no estaban allí tan cerca como salen en las películas.
“Para aquí, que éste es el árbol de Fránsses”.
Elena sabía dónde se quedaba cada niño gracias
a un árbol o a una curva del camino. Y Fránsses,
ese niño que había jugado conmigo unas horas antes, al
que había hecho una foto con los mofletes
llenos de arroz, que se había venido a mi lado y tumbado en mi
regazo mientras yo escribía en mi cuaderno,
ese niño que los primeros días no hablaba y sólo hacía
balbuceos con la boca mientras se le escapaban
las babas, ese niño bajó por la parte de atrás del coche y
se paró junto a su árbol. Metí primera
y volví a mirar por el retrovisor.
Porque los baches eran grandes, todo
se movía, menos una cosa: el niño no se movía,
el niño no se movía, el niño no se movía, subíamos y
bajábamos baches y el niño no se movía.
Se había quedado allí como esperando. No desapareció hasta
que el caprichoso camino puso una curva,
tuve que torcer, y lo perdí del retrovisor.
Pero yo hubiese seguido
recto para que aquello no se moviese.
Lo más hermoso que yo vi nunca no se movía.
Es como una foto que sólo yo veo. La tengo dentro
y de ahí no se mueve. Quizás para algunos
estaría desenfocada, porque, entre los baches,
el dolor y la miseria de África, es difícil entender
que esto es de lo más hermoso del mundo.
Pero si esto no lo es, tampoco lo es un gol,
ni una montaña de nieve, ni el
verano, ni una gota de lluvia que se cae de una
flor, ni unos ojos, ni una luciérnaga, ni el sol,
ni una palabra en la arena a la que borra el mar,
ni una mejilla, ni un sueño, ni la última luz de un día.
Y es que lo más hermoso que yo vi nunca, no lo vi,
lo sentí. Lo más hermoso que puede verse es
invisible, como la luz (que no se ve pero
nos deja ver todo lo demás). Lo más hermoso que puede verse
es sentir lo que se ve, lo que está debajo de todo.
Yo quiero que hasta un ciego vea esto que le digo.
Para mí, el recuerdo de ese niño quieto es
como la luz: ya no puedo verlo, se le escapó
a mis ojos un día como
el agua entre los dedos, pero me deja ver
todo lo demás. Y todo lo demás es la pequeñez y la grandeza
de la vida.
Lo más bonito que yo hice nunca fue repartir
niños por África, porque tuve esa mezcla de llorar y de
reír que te dan los momentos verdaderamente inolvidables.
Tuve ganas de todo a la vez. Y desde
entonces, cada vez que me acuerdo de que
tenemos que hacer algo por esos niños, tengo ganas de todo
a la vez. Como ahora. Ya que aquella vez no pude,
hoy, con mis palabras, he decidido seguir recto por aquel camino,
para seguir viendo a Fránsses. Entonces he vuelto
a notar los baches, y me recuerdan que tenemos que hacer
algo por estos niños. Quiero que todas las personas
que conozco vean lo más hermoso que yo vi nunca,
que no es algo visible, sino algo que se siente.
Hay que mirar siempre por el retrovisor, ver a nuestra espalda.
Allí, los niños que están detrás de nosotros, sucios,
bajos y descalzos, se quedan esperándonos.

3 comentarios:

Ludmila Hribar dijo...

"Hay que mirar siempre por el retrovisor, ver a nuestra espalda" preciosa historia de verdad y què bien escrita, tienes razon, es una joya, no! es mas que una joya, es una REALIDAD fuerte y llena de contenido!

Don Mario dijo...

El texto me ha encantado y no pude resistir a traducirlo en mi blog.
De vez en cuando me toca explicar qué es el "mal d'Africa" y no sé que decir, excepto que me afecta màs o menos desde siempre. Ahora, gracias a David, he entendido algo màs: Africa es una luz, una experiencia que cambia tu manera de ver las cosas.
Muchìsimas gracias por haberlo publicado.

AleMamá dijo...

¿Cómo explicar lo inefable? son cosas que te tocan de un modo inédito e intransferible en toda su originalidad. Son gracias de Dios.

Saludos.