viernes, 3 de octubre de 2008

Ayer creí que...

Hubiera sido un buen día, no me hubiera importado nada, y aunque me hubiera pillado desprevenida, realmente creo que estaba preparada.
Aunque aún me queda un mes para dar a luz, ayer me levanté con molestias. Como soy primeriza y en estas cosas no sé si voy o si vengo, creí que me había puesto de parto.
Tras intentar localizar a mi médico, y saber que estaba en un crucero (qué casualidad más tonta), acabé en el servicio de urgencias de mi clínica.
Al principio me encajaron un susto de dimensiones astronómicas: "Veremos a ver si tienes una amenaza de parto prematuro".
Las pruebas no fueron muy agradables, pero poco a poco me voy haciendo a la idea de que el pudor a partir de ahora, en mi vida, se va a tener que quedar en las puertas de las clínicas, para ser recogido cuando salga de ellas.
Por fín entendí aquello de "me dejaron tirada no sé cuántas horas, monitorizada..." Una leyenda urbana que he ido escuchando cientos de veces en los cientos de partos horribles que me han ido narrando a lo largo de mi vida.
Con mi revista del corazón que mi ángel custodio había programado que casualmente llevara encima, me tiré una hora escuchando los latidos de mi pequeña María, mientras intentaba hacer como que no escuchaba los gemidos de dolor de una madre a punto de dar a luz en la sala de enfrente.
Junto con aquellos gemidos, se escuchaba llorar a un bebé recién nacido que había visto al entrar: arropado por una manta verde de hospital, aún lleno de sangre, pequeñísimo, diminuto, observado minuciosamente por su papá.
Un papá increíblemente sereno. Me imaginé a mi marido y no consigo verle si no es llorando como un crío.
A pesar de todo ello, el silencio y la luz tenue envolvían aquellas estancias.
Cuando salí, con mi papelito firmado que ponía que me encontraba perfectamente, pensé que una madre nunca debe estar sola en un parto, y que los ángeles custodios habían preparado aquel día para que no le tuviera tanto temor cuando llegue el gran día.
Me pareció que quizá todo es más sencillo de lo que yo siempre he creído. No sé. Ya os contaré.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo; una mujer no debe estar sola ni en el parto ni en esas pruebas incomodas sin poder sentir una mano querida cerca. Te sigo leyendo y espero saber cuando llegue Maria, ya veras que el verle la carita te hace olvidar todo lo demás, y si tienes a tu lado al maridito un consuelo. besos y peticiones a San Ramon Nonato (patron de los partos) Cordobesa

Historias del Metro dijo...

Qué comentario tan cariñoso. Gracias, Cordobesa!