martes, 11 de enero de 2011

La primera pasajera


Cuando suena el despertador son las 6:05 de la mañana. El sopor, el cansancio y mi temible imaginación hacen que se me pasen por la cabeza todo tipo de pensamientos a cada cual más estrambótico. Algunas veces se mezcla algo del sueño que estaba teniendo... (auténticas películas de acción), al tiempo que me pregunto si me encuentro bien físicamente o si me duele algo que pueda utilizar como excusa para quedarme un rato más en la cama. Cuando estoy hecha polvo me digo como una niña pequeña "¡no voy a trabajar!". Afortunadamente todo dura unos minutos y sin pensarlo más salgo de la cama.
Cuando llego al autobús no son todavía las siete de la mañana. Suele hacer frío y las calles están desiertas, aunque en ocasiones se ve a algún madrugador corriendo, bien equipado con sus vestimentas deportivas donde no falta detalle.
Ya en el autobús, el conductor y yo nos saludamos. Somos breves compañeros de madrugón, de lluvias frecuentes y de fugaces conversaciones sobre el tiempo o el sueño que tenemos. Siempre me siento en la primera fila. Soy la primera pasajera de las mañanas, la del abrigo rosa, la que siempre lleva los cascos puestos, la que observa sin querer queriendo a los que se suben detrás de mí.
Ya en marcha, comienza a pasar delante de mí la vida real. La ciudad permanece dormida. Me fijo en las ventanas de las casas. Todavía hay pocas luces encendidas.
Pero la tienda de ultramarinos, cerca de la plaza de toros, esa que lleva toda la vida ahí... esa ya está abierta. Tienen de todo. No es una cadena de supermercados, ni una panadería. Es todo junto, y a las siete de la mañana, su dueño, un hombre mayor, ya está colocando su mercancía.
Verle, siempre me da qué pensar. Pienso en su vida, en su familia. Nunca he comprado nada ahí. O quizá sí. Pero lleva toda la vida madrugando, probablemente mucho antes que yo, para sacar adelante ese pequeño negocio, tan poco concreto como con tanta personalidad.
Al llegar al trabajo, me toca leerme a fondo todos los periódicos. Es parte de mi tarea. Y comienzo a introducirme, como si me hundiera entre arenas movedizas, en otra realidad. Otro universo paralelo. El de ETA, el de Educación para la Ciudadanía, el de la persecución religiosa, el de la economía...
No parece el mismo mundo. No parecen al mismo nivel, el del dueño de la tienda de ultramarinos y el que me dibujan los noticieros.
Y siempre siento que nado entre ambos. Los dos son reales, pero me parecen distintos.
El autobús de vuelta es más mundano. Son las 4 de la tarde y me duermo sin pudor, sin remedio y sin roncar, espero.
El embarazo y mi ceporrez natural hacen el agosto conmigo a esas horas.
La tienda sigue ahí. Abrirá por la tarde. Su dueño estará comiendo en su casa, con su mujer. Con su familia.

1 comentario:

Pollo con almendras dijo...

Justamente hace unos días estaba pensando en escribir una entrada sobre mis viaje en micro (bus), pero creo que es muy autorreferente y, la verdad, no tan interesante...
pero es que a veces no puedo evitar encontrar interesante mi viaje por la ciudad, por pequeño y miserable que sea. Vaya desde mi casa al centro, o desde Temuco a otra ciudad; sólo o acompañado...
Creo que la (otra) razón por la que me encanta andar en micro es porque me siento en un estado de contemplación, un estado donde solo importa mirar y apreciar la realidad ¡Me encanta!

un abrazo grande...y perdón por alargarme
si quieres saber la primera razón por la que me gusta "viajar en autobús" mira aquí: http://cadapasodejahuella.blogspot.com/2009/11/2-troncal.html