miércoles, 20 de octubre de 2010

Sobresaltos y rutinas


Una de las cosas que más me gustan por las mañanas es disfrutar de una agradable rutina a la que ya me he acostumbrado. Ni siquiera me molesta demasiado que el despertador suene a las 6, ni tener que correr (qué cuerpo jotero tengo a esas horas) a las 6:50, para no perder el autobús.
Los encuentros son similares, y las sensaciones, las mismas. Con ello pienso que poco a poco me hago un hueco en este lugar. Sé que hubo un tiempo donde lo único que quería para mí eran experiencias fuertes que me probaran a mí misma: África, convivir con el dolor, con la pobreza... Ahora todo eso reside en lo más íntimo de mis recuerdos, sé que están ahí y que nunca se irán; es más, sé que volverán esos tiempos, pues forman parte de mi manera de entender la vida. Pero mi subconsciente (ese que me pedía a gritos ser reportera de guerra, y vivir colgada de una mochila el resto de mi vida), me pide ahora ser aquello que necesita mi familia. Me pide tiempo, me pide calma, me pide hablar dulce y bajito, me pide regalar abrazos a pesar del cansancio.
Por eso sé que la rutina a la que me estoy acostumbrando me ayudan a todo esto. El conductor del autobús, el señor ciego que se sienta siempre en el mismo lugar, la chica a la que siempre admiro por ir tan guapa y maquillada a esas horas de la mañana (yo me tengo que llevar mi neceser en el bolso para "restaurarme" al llegar al trabajo). El mismo señor con el cigarro en el mismo paso de peatones, la misma chica que se toma un café con un cigarro, en la misma cafetería donde me espabilo con una buena taza de café cargado, con el mismo camarero. Lo mismo cada día. Y lejos de horrorizarme, como hubiera sucedido hace tan sólo unos años, me da seguridad.
Me acerco al trabajo haciendo ruido con mis tacones en las calles vacías y oscuras, pensando en si María se habrá levantado ya, acordándome de su olor, de sus papitos blandos, besables y estrujables. Pienso en qué vida ésta donde lo más increíble y emocionante siempre parece ir ligado al sufrimiento y al dolor. Nada verdaderamente bueno llega sin esfuerzo. La educación, el parto, los nervios del día a día... Te devuelven momentos frágiles, brevísimos, donde piensas que eres la persona más feliz del mundo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me he gustado mucho tu entrada mañanera, pero ¿Con quien queda Maria?,

Historias del Metro dijo...

María se va a la súper guarde, donde está encantada. Tengo que escribir una entrada sobre su guardería, que para mí ha sido todo un descubrimiento.