domingo, 5 de septiembre de 2010

Hugo

Al llegar a nuestra nueva ciudad, María y yo empezamos a frecuentar el Mercadona más cercano a nuestra casa. Allí nos encontramos, desde el principio, con Hugo. En realidad no tengo ni idea de cómo se llama, pero el muy pillo se aprendió desde el primer momento el nombre de mi hija, y desde entonces no ha dejado de llamarla y de hacerle siempre una carantoña cuando la ve. Ella reacciona hundiendo la cara en el saquito de la silla, haciéndose la avergonzada cuando en realidad se le abrirían las plumas como un pavo real del gusto que le da.
Hugo no pierde su sonrisa, bien esté en la caja, o "reponiendo", como a veces cuenta que le toca, o charlando con alguna persona que se para a su lado.
En realidad no es más que ningún otro trabajador del supermercado. No parece que tenga más responsabilidades que cualquiera, y sin embargo, tiene un halo diferente. Yo, que soy más bien despistada, me he quedado con su cara, más que con la de cualquier otro. Evidentemente ese halo se llama simpatía y sencillez, no tiene más ciencia que aquella. Con lo fácil que suena, y lo complicado que es llevarlo a la práctica.
A medida que pasan los años, voy conociendo cada vez más personas. Cada una tiene una virtud que destaca por encima de cualquier otra. Y esas virtudes, es decir, eso "positivo" de ellas, siempre es excepcional: hay personas súper trabajadoras, creativas, grandes escritores, grandes bromistas, grandes madres o padres, grandes luchadores... Pero yo, si tuviera que valorar una virtud por encima de las demás, me quedaría con la que intuyo en Hugo: ser alguien sencillo y fácil de llevar.

1 comentario:

Miriam dijo...

Un hurra por los ¨Hugos" del mundo
Parece mentira, pero sólo cruzarme con gente así, con su sonrisa consiguen despejar mi mente de nubes de tormenta.
Gracias por el post