viernes, 2 de julio de 2010

Reconciliándose en medio de la calle


Hay días en que parece que llevara toda la vida aquí, como si nunca me hubiera ido. Otras veces, aunque ésta fue la ciudad que me vió crecer, me parece un lugar inhóspito, algo frío, lleno de personas que no conozco, y de costumbres que me son ajenas.
Pero al llegar, hubo una cosa que me reconcilió con la ciudad, y especialmente con la zona en la que iba a vivir. Recuerdo que en Madrid, mi marido (que entonces era mi novio) y yo, solíamos ir con frecuencia a una pequeña Iglesia que hay que la calle Serrano, y que pertenece a un movimiento apostólico llamado Shoenstatt.
Aquello era como un oasis en medio del asfalto. Situada en un alto, llena de vegetación, de flores que olían a gloria y que te hacían sentir como de vuelta en un pueblo, en medio del campo... se levantaba el Santuario de Shoenstatt, una pequeña capilla, pero muy, muy pequeña, inundada de silencio.
Me gustó desde el primer momento, allí encontraba la paz que necesitaba y la imagen de la Virgen era tan bonita, que entendí con ella aquella frase que decía "La belleza salvará al mundo".
Con el tiempo supe que aquel movimiento, en concreto los santuarios, habían recibido de la Virgen varios dones. El único que siempre recuerdo, por razones obvias, es el de la "acogida". Aquel que llega a un santuario de Shoenstatt siempre se sentirá acogido y deseará volver. Fue impactante reconocer que lo que yo había sentido allí dentro, era algo propio del lugar, como un regalo de la Virgen del que yo y todos los visitantes nos beneficiábamos por igual.
Al llegar a Gijón, por un amigo de mi marido supimos que había una pequeña capilla de Shoenstatt muy cerca de nuestra casa. Aquello me sorprendió, pues pensé que no sería algo conocido en Gijón, y un día, después de dar mil vueltas, lo encontré.
Estaba, y está, en medio de un pequeño descampado, rodeado de urbanizaciones ya construidas hace unos cinco o diez años. Se llega hasta él subiendo, como se pueda, unos rudimentarios escalones que alguien ha hecho con buena voluntad pero evidentemente con pocos medios, (vamos que yo no puedo subir con la silla de María, porque nos despeñamos). Una vez arriba, está la imagen de la Virgen sobre unos ladrillos con forma de pequeña casita, y eso sí, rodeada de flores. Delante, un par de bancos, también muy sencillos. Y alrededor, árboles.
Es una gozada. Primero, ver que los vecinos han respetado una iniciativa tan personal y sencilla. Segundo, encontrarte en medio de la calle una imagen de la Virgen, y no cualquiera, sino esa, que te acoge y te hace sentir en casa.
Cuando entre todas nuestras prisas, el trabajo, las obligaciones... ¡las rebajas!... alguien te ayuda a encontrarte con lo único que importa...

4 comentarios:

Miriam dijo...

En este blog también me encuentro. Y en los textos, me siento acogida.
Supongo que cuando recibimos un don, éste se derrama, incluso sin darnos cuenta, en lo que tocamos y hacemos.
Gracias y genial fin de semana¡¡

Historias del Metro dijo...

Gracias a ti, María! Por cierto, escribes muy bien!

Luis y Mª Jesús dijo...

¿Sabes si hay en León?

Pollo con almendras dijo...

Que hermoso encontrarme con esta entrada!
Yo vivo en el sur de Chile y hace años visito el Santuario de la Virgen de Schoenstatt acá... sin importar el lugar y sin importar la frecuencia, siempre siento lo mismo que tú: las tres gracias del Santuario (acogimiento, transformación y envío)

un abrazo grande