viernes, 18 de junio de 2010

Sueño de invierno habitual







Estoy paseando por una playa de arena fina. Miro hacia el suelo y observo mis pies descalzos dejándose acariciar por una arena suave y calentita. El silbido del viento me acompaña y un aire templado me revuelve la melena suelta. Pero no me importa, yo sigo caminando dejando que el viento me despeje la cara y me haga cosquillas.
Levanto la vista al frente. El mar es tan azul y está tan calmado que con tan sólo mirarlo parecería que algo dentro de mí se relaja y todo es como cuando era muy, muy pequeña, y sólo tenía que cogerme fuerte de la mano de mi madre para sentirme segura.
A mi alrededor hay poca gente. Algunas personas pasean como yo, un par de chicas juegan a pasarse una pelota hinchable, y una pareja de ancianos me saluda, cogidos de la mano.
Una hilera de casitas de madera blanca con un gran porche están en primera línea de playa. De una de ellas sale una música que me trae recuerdos de cines antiguos, vestidos de flores y sombreros de ala de caballero.
Respiro hondo, levanto los brazos y pienso que no hay un lugar más bonito que éste en el mundo. Y estoy sola, y no necesito nada más.
No necesito clases, ni gente gritando cerca, ni personas que hacen comentarios de mal gusto.
Sólo está la playa, el mar tranquilo invitándome a nadar y a flotar en el agua, escuchando únicamente el sonido de las olas.
Entonces todo se vuelve oscuridad, alguien me toca el brazo, abro los ojos… ¿dónde está el mar?
Vuelvo a cerrar los ojos… “mi mar, mi arena, mi sol, mis casitas blancas, mi música…”
Y vuelvo a recordar que en la ciudad más gris tengo que guardarme mi sueño de invierno muy dentro del corazón, para que el sonido de las olas me acompañe siempre.

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