miércoles, 26 de mayo de 2010

Mi vida en Borbón

Dos días con sus noches en nuestra nueva casa y parece que me he trasladado a otro planeta desde la constelación de Santa Adela.
A diferencia de nosotros dos, nuestra hija se encuentra como Pedro por su casa y se recorre cada rincón, como si diera por hecho que hemos encontrado un hogar definitivo. Nuestra concha de caracol particular.
En el fondo es ella la única que se lo cree, porque nosotros dos entramos en el portal como pidiendo permiso al vecindario, nos quedamos quietos ante cada ruido esperando memorizarlo en el subconsciente para que no nos despierte en medio de la noche, y dudamos un buen rato cada vez que hay que colocar una taza en la cocina.
Es lo que tiene haberse venido a otro planeta.
Además de ser bonita, mi casa tiene unas vistas preciosas. Desde aquí puedo disfrutar de una calle tranquila, limpia y armónica, con algo de vida, y vida peculiar, por cierto, pero no demasiada.
Pero también tengo un jardín abandonado con el que poder soñar historias de miedo que amenizan cada paseo diario. Detrás del bloque que tengo al lado, hay un antiguo convento. Mi madre me dijo un día que antiguamente, las monjas que lo habitaban, se dedicaban a bordar los ajuares de "las niñas bien" de la ciudad y alrededores.
De hecho, creo recordar que siendo yo niña pasé una tarde de convivencias con mis compañeras del colegio en este convento.
Hoy es un edificio precioso pero totalmente abandonado, y rodeado por un inmenso jardín de naturaleza salvaje, de una belleza increíble a pesar de su estado.
Para ir al centro de la ciudad tengo que pasar por delante, y no puedo evitar mirar de refilón siempre alguna ventana. Algún día, quizá, me encuentre un rostro cadavérico vestido con una toca antigua, que se quede mirando fijamente cómo camino.
A lo mejor hay antiguas máquinas de coser que siguen funcionando sólas.
Quién sabe lo que puede pasar allí dentro. Y lo tengo ahí al lado...

3 comentarios:

José Antonio Méndez dijo...

Me imagino que el antiguo convento es el de la calle Facundo de la Viña. Y sí, parece una mansión de película de terror. ¿Qué cómo lo sé? Uno, que tiene vista de pájaro... E internet, claro...

Luis y Mª Jesús dijo...

Yo ya lo hubiera asaltado en busca de agujas de repuesto para mi tejedora de máquina, que es tan vieja que ya no encuentro y quien sabe igual me hubiera fundido con el paisaje. luis se cabrea cada vez que le digo que mi verdadera vocación es monja de calusura, que me imagino cosiendo mientras me leen la Biblia.

Me alegro muchísimo de que esteis encantados en vuestra casa.
Un beso

Anónimo dijo...

recuerdos desde el parque de Santa María.