martes, 11 de mayo de 2010

historias del metro

La verdad es que no sé hasta qué punto influyen los estados de ánimo en las cosas que hacemos. No sé dónde acaba ese estado de ánimo y dónde empieza la voluntad. Sólo sé que sólo con voluntad no es posible que uno escriba con el corazón en la mano, pulsando las teclas como si fueran latidos casi frenéticos.
Sabina y otros muchos solían alimentarse de desamores y angustias. Y quizá yo misma en algún momento fui así también. Hace tiempo que se me acabó la poesía, que las prisas y la responsabilidad me arrebataron algunas ilusiones y algún punto adolescente que aún quería respirar ese aire de libertad que solía llenar mis pulmones.
Ya no sueño porque me ofende. Mi lucha es terminar a tiempo todo lo que tengo que hacer a diario. Incluso he estado resistiéndome a publicar que algo falla cuando no quiero escribir. Pero si no es ésto, no es nada. Y mejor que nada, siempre es esto.
En el fondo es un exhibicionismo pueril, pero no debo darme pena alguna porque todo lo que tengo, yo solita me lo he buscado. En fin. Quizá durante un tiempo escriba historias del metro, pero no historias de mí.

3 comentarios:

Almudena dijo...

A veces la voluntad sólo nos sirve para no dejar que los estados de ánimo, las prisas, las obligaciones o nuestros temores vivan nuestra vida. Para defender, precisamente, el derecho a soñar. A veces somos tan pobres que sólo podemos tirar de voluntad... ya llegarán las vacas gordas. Siempre acaban llegando

Anónimo dijo...

Animo... mi madre siempre decía: "no hay mal que cien años dure" y tenía razón.

Anónimo dijo...

Espero que esto no signifique que nos dejas. Esperamos seguir leyéndote.

Un saludo y mucho ánimo para seguir adelante.