sábado, 12 de diciembre de 2009

Mirar al cielo


¡Qué placer poder titular con un infinitivo y no ser corregida! Aquí soy yo quien pone las reglas. Y yo digo que no hay reglas y que pienso poner infinitivos hasta que dejen de tener sentido...

Hace varias entradas, bastantes ya, conté que una vez, mirando al cielo, me di cuenta de lo inmenso que era. Y aquella conclusión aparentemente de perogrullo, me sirvió, en adelante, para ayudarme a relativizar mis problemas. Con lo grande que era el mundo... ¿qué importancia podía tener algo tan pequeño como un enfado, una cara que no era la que yo esperaba... una mala nota...? No soy de las que tienen facilidad para apartar las dificultades de su mente. Soy de las que disfruta machacándose con sus errores, pero en este caso, milagrosamente, el truco del cielo me sirve para ver siempre las cosas de otro color.
El otro día, en el autobús, abrí al azar un libro que nunca deja de sorprenderme. Es muy conocido: "La libertad interior", de Jacques Philippe. De repente, me encontré con la historia de Etty Hillesum, una judía muerta en Auschwitz , en septiembre de 1942, y cuyo diario fue publicado en el año 81. Estando todavía en Holanda, meses antes de ser capturada para el campo de concentración, Etty había escrito lo siguiente:

"Esta mañana, paseando en bicicleta por el Stadionkade, he disfrutado del amplio horizonte que se descubre desde los alrededores de la ciudad, mientras respiraba el aire fresco, que todavía no nos han racionado. Por todas partes se ven carteles en los que se prohíbe a los judíos transitar por los senderos que conducen al campo. Pero, por encima de ese poquito de carretera que nos queda permitido, se extiende el cielo entero. No pueden nada contra nosotros; absolutamente nada. Pueden hacernos la vida muy dura, pueden despojarnos de algunos bienes materiales, pueden quitarnos la libertad exterior de movimientos...; pero es nuestra lamentable actitud psicológica la que nos despoja de nuestras mejores fuerzas: la actitud de sentirnos perseguidos, humillados, oprimidos; la de dejarnos llevar por el rencor; la de envalentornarnos para ocultar nuestro miedo. Tenemos todo el derecho de estar de vez en cuando tristes y abatidos, porque nos hacen sufrir: es humano y comprensible. Y, sin embargo, la única expoliación nos la infligimos nosotros. La vida me parece tan hermosa... y me siento libre. Dentro de mí el cielo se despliega tan grande como el firmamento. Creo en Dios y creo en el hombre, y me atrevo a decirlo sin falsa verguenza. Soy una mujer feliz y ¡sí! me vuelco en alabanzas a esta vida".
Conozco a poca gente libre de verdad. Y curiosamente es gente sencilla, sin estridencias en su propia vida... anónima y pequeña. Son personas que saben estar por encima de los pequeños problemas, que saben ir a lo esencial, y sospecho que aman profundamente su realidad... aunque sea tan imperfecta, anónima y pequeña como ellas...

1 comentario:

Luis y Mª Jesús dijo...

Voy inmediatamente a la estanteria a releer el libro ¡LO NECESITO!.
Gracias por recordarmelo.