jueves, 28 de agosto de 2008

Un mes después, y un año, también

Me fui, y ya vine.
Ahora estoy mucho más gorda, mi casa sigue siendo un campo de batalla (por poco tiempo ya), y en la familia somos uno menos.
A María, mi pequeña, tan pequeña que aún no se atreve a salir ahí fuera, no le ha pasado nada, gracias a Dios.
La que se ha ido vivió muchos años, aunque a nosotros nos hubiera gustado que se quedara para siempre a nuestro lado.
Hace ahora casi un año, el 12 de septiembre pasado, le dediqué una entrada. Creo que la titulé "Mi abuela y yo", y contaba que mi abuela estaba muy triste y, que cuando la llamaba, teníamos una especie de ritual por el que siempre nos decíamos lo mismo, pasara el tiempo que pasara.
Mi abuela tuvo 12 hijos. De los 12, dos fallecieron al poco de nacer, aunque ella nunca le habló de eso a nadie. Ni siquiera sus propios hijos saben bien qué pasó. Dicen que es que antes las cosas no se contaban, y el dolor uno se lo guardaba para sí.
De los diez que quedaron, la mitad se fue de su lado hace más de 20 años, y la otra mitad prefirió cuidarla hasta el final de sus días. Dentro de este último grupo me encuentro yo, y nunca sabré cuantificar la suerte, el honor y la maravilla que es optar por el sacrificio y la unión en la familia.
Respecto a esta tragedia familiar, ella tampoco dijo gran cosa. Llevó su dolor, sin tener culpa alguna, en silencio. Tan sólo los últimos años de su vida se echaba a llorar, sin explicar muy bien por qué.
Hace unos cuatro o cinco meses decidió meterse en la cama, dejar de comer, y no darle explicaciones a nadie. El médico, sin conocer su historia personal, dijo que había decidido "dejarse morir", y que había que respetar su decisión.
Sus cinco hijas permanecieron, entonces, al pie de su cama, cuidándola, mimándola hasta el último detalle, hasta que un día ya no quiso abrir los ojos, y esa misma noche, falleció.
Mi abuela, la mujer, acabó siendo una de esas personas que te aconsejan que, si te casas, mejor "no tengas hijos". Yo la miraba, me moría de la pena al escucharla, pero pensaba que Dios sabe y entiende a sus pequeños que han sufrido especialmente en su larga vida. Nunca supe si fue capaz de agradecer a la otra mitad de sus descendientes, los que se quedaron a su lado, todas mujeres, por cierto, todos los sacrificios que hicieron por ella.
Sí sé que nunca superó que la mitad restante, los que se fueron inundados de dinero, todos hombres, por cierto, nunca quisieran volver a saber nada de ella.
Cuando era pequeña, solía irme de vacaciones con la abuela. Y nos tocaba siempre dormir juntas. Las dos éramos muy pacíficas y muy bien avenidas. Lo cual daba lugar a largas y extrañas conversaciones entre una anciana y una niña de 7 u 8 años.
Con esa edad le pregunté:
-¿Te dolió mucho tener a tus hijos?
Y ella, sin emitir sonido alguno, dijo que sí con la cabeza.
-Abuelita, ¿a ti te gustan los niños?
Y sin emitir sonido alguno, dijo que no con la cabeza.

Lleva tanto tiempo dentro de mi vida que se me hace difícil pensar que ya no está. Lloré mucho en su entierro, pero sé que no fueron suficientes lágrimas y que lo peor está por llegar. Quedan las Navidades, queda que yo cante copla delante de todos y que no haya nadie más que se sepa las canciones, porque sólo ella me acompañaba, por detrás, desafinando como ninguna.
Todavía me descubro a mí misma pensando en ella, y cuando llamo a mis tías, o a mi madre, casi me sale sólo preguntar por ella.

Cuando falleció, tuve la suerte de poder contárselo a un sacerdote, que me dijo que el Señor restituiría todo el dolor que había pasado en la tierra. Ojalá.De todas formas, sólo me queda el horrible consuelo, que no me consuela nada, de pensar que ahora está donde hace mucho tiempo que quería estar.

3 comentarios:

Enrique Monasterio dijo...

Después de leer esta historia, parece una frivolidad decir sólo que escribes muy bien; pero es la verdad. Tienes talento y oficio de escritora,...además de otras muchas cosas. Tienes, por ejemplo, un marido estupendo, una niña que será guapísima, y una fe sólida como una roca que te hace ver tu vida y la de los tuyos bajo una luz nueva.

Anónimo dijo...

Siento tu dolor por la muerte de la abuela, seguro que la llegada de Maria ocupara parte de ese vacio y ojala que herede algo de su entereza. Un saludo. CORDOBESA

Historias del Metro dijo...

Vaya don Enrique, me pongo colorada. Lo que me sucede en esta ocasión es que me hace más ilusión de quién vienen las palabras, que las palabras en sí. Muchas gracias.
Cordobesa: gracias también por tus palabras, siempre eres muy amable y cariñosa. María llenará muchos huecos, será insustituible. Es verdad. Y el hueco de mi abuela, ahí queda, vacío para siempre. Ahora sólo me queda aprender a verlo vacío.