lunes, 29 de septiembre de 2008

La mariquita aventurera


Escribí este cuento hace varios años. Hoy me lo he encontrado , por casualidad, y pensé que era un poco tonto, pero gracioso. Así que voy a aprovecharlo para mi blog, así no caerá en el olvido...




Había una vez una mariquita que se paseaba en bicicleta por mi “violeta africana” del salón. La descubrí porque era muy ruidosa, y es que hacía siglos que no engrasaba las ruedas. De tanto hacer fuerza con los pedales, movía la hoja por la que se paseaba hasta que ésta, naturalmente, se quejó:
-¡Ay!

En ese momento es cuando me di cuenta de que algo sucedía. Me acerqué a mi plantita, y pregunté:
-¿Qué pasa?

Nadie respondió.
-¿Quién ha dicho “ay”?- pregunté, pensando que quizá lo había imaginado.


Entonces oí un leve:
-Perdón… he sido yo…

Y entonces la vi:
-¡Dios mío! ¡Una mariquita en bicicleta!

La pobre mariquita sudaba horrores. Había llegado a la cima de la hoja, y ahora ésta se balanceaba suavemente por el peso de la mariquita y su bicicleta.

-¿Cómo has llegado hasta ahí?
-Con mucho esfuerzo…- dijo la mariquita, poniéndose algo más roja… si se puede.

Entonces me reí, pues me hizo mucha gracia la situación, pero en seguida tuve que parar, porque me di cuenta de que mi risa había propiciado todo un vendaval en las hojas de mi violeta africana, y la pobre mariquita se agarraba a su bicicleta como si se enfrentara a un tornado.

-¿Y hacia dónde te diriges? –le pregunté, para que viese que tenía interés por ella y que no quería hacerle daño.

-Voy a dar la vuelta al mundo en bicicleta– me dijo, sin inmutarse.

Yo no me lo podía creer. ¿Dar la vuelta al mundo? ¿Con lo pequeñísima que era ella, y lo enorme que era el mundo?

-Sí-, me dijo convencida. –Quiero conocer el mundo, hacerme grande y valiente, y volver a mi tierra como una triunfadora.

-¿Y vienes desde muy lejos?


-Bueno, sí… vengo desde la casa del vecino. Y llevo ya casi un mes de viaje…
Me quedé pensativa. ¡Un mes de viaje y sólo había atravesado una casa! Jamás conseguiría dar la vuelta al mundo… ¿Jamás? Uno nunca sabe… ¿Y si le echara una mano?

-Oye mariquita…-le dije -¿qué te parece si te echo una mano? Sé que estos días está atracado en el puerto un barco que se dirige a otro continente. ¡Nada menos que a América! ¿Quieres que te lleve?

La mariquita abrió los ojos todo lo que pudo:
-¿De verdad harías eso por mí?
-¡Claro, a mí no me cuesta nada!

Así fue cómo llevé a la mariquita en bicicleta hasta el enorme trasantlántico que se encontraba anclado en el muelle. Dos días más tarde, el barco partía hacia el nuevo continente.

De esto hace ya varios años. Ya casi no me había vuelto a acordar de mi amiga la mariquita. Pero hoy la he recordado, porque, al ir a regar mi preciosa violeta africana, me encontré con una cosita blanca en una hoja. Cuando ya iba a tirarla, me di cuenta de que era un papelito con algo escrito. Tuve que coger una lupa para poder leerlo. En él ponía:

-¡Lo conseguí, gracias a ti!

Y entonces me di cuenta de que lo que para nosotros puede ser un pequeño gesto, a muchos puede cambiarles la vida.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Entre limones



Me encanta engancharme a un libro.
Me ha sucedido varias veces este año, y sinceramente, espero que me suceda muchísimas veces más, en los años que me quedan de vida.
Entre limones está escrito por un tipo especial, fundador del grupo de música Génesis, donde tanto tiempo cantó Phil Collins y tocó la batería Peter Gabriel.
Pero este personaje, Chris Stewart, es muy peculiar. De hecho, es una gozada pensar que resulta totalmente inclasificable.
Músico, esquilador de ovejas, aprendiz de agricultor, y hasta de albañil. De todo tuvo que hacer el día que decidió mudarse de su Inglaterra natal hasta un cortijo semi abandonado de las Alpujarras granadinas.
El libro narra, de una forma realmente amena, todas las aventuras que le suceden desde que llega al cortijo, junto a su mujer (un matrimonio de lo más extraño, pero que funciona), hasta que, al cabo de unos años, logra hacerse con un hueco, un hombre y unos cuantos amigos en aquel lugar que tan idílico les resulta a tantos extranjeros.
Aunque se trata de un ser un tanto excéntrico (¿quién deja una vida acomodada en Inglaterra para irse a vivir a un cortijo, sin electricidad ni agua?), Cristóbal (como le llaman los alpujarreños), tiene su punto de sentido común y desde él describe a los personajes con los que se va encontrando con el tiempo.
Alemanes, holandeses, ingleses... todos excéntricos, vegetarianos radicales, o seguidores de la New Age hasta puntos inimaginables.
Entre limones, aparte de haberme hecho pasar un buen rato, me ha ayudado a abrir mi mente a nuevas opciones de vida.
No es que crea que todas las opciones de vida son válidas. Lo siento mucho, qué poco tolerante soy.
Pero creo que es importante saber lo que hay al otro lado de tu pequeño mundo. Y es una maravilla que sean los libros los que te muestren lo que tú no puedes ver. Que me presenten personajes que yo nunca pensé que pudieran existir. Me gusta conocer gente. Si es en persona, mejor. Pero en su defecto, un libro no está nada, nada mal.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Pablo y Paula

Les conocí en el año 2005, en Matola (Mozambique).
Él había acabado una ingeniería, y ella estudiaba arquitectura.
Tenían una sonrisa dulce, eran muy, muy hippies, y se habían tomado muy en serio su labor con los niños en Mozambique.
A Paula no tuve ocasión de conocerla tanto, pues durante el día, el grupo de españoles nos repartíamos en diferentes proyectos y tan sólo nos veíamos por la noche, a la hora de la cena.
Pero Pablo trabajó conmigo todo un mes en un "campamento urbano" que organizamos en un colegio de Hijas de la Caridad. Allí los niños tan sólo tienen 4 horas de clase, porque hay tantos que normalmente se establecen diferentes turnos para que todos puedan tener su oportunidad.
Lo cierto es que en cuatro horas, las criaturas aprenden básicamente a leer y a escribir, a sumar y a restar, y todo lo que en España, por ejemplo, damos por hecho, para ellos son lujos impensables que ni saben que conocen.
Nuestra tarea era pasar otras 4 horas con ellos, un grupo por la mañana, otro por la tarde, y enseñarles juegos, manualidades (¿manualidades, qué es eso, por Dios?), y apoyo escolar.
Fue el mejor verano de mi vida, con diferencia.
Las religiosas nos habían escogido a los niños más desfavorecidos: aquellos que no tenían padres, que estaban todo el día en la calle, que eran maltratados, incluso prostituidos, que no comían más que lo que les ofrecían en el colegio...
Vivimos un mes con historias tan duras que, al llegar a España y ver a un niño con fiebre, no podías evitar echarte a llorar recordando las malarias que les hacían tirarse en el suelo hasta que podían caminar y volver a sus casas... Jugamos con tiña y con sarna, con sida y con prostitución tan de cerca que creí que no viviría para contarlo. Pero lo contamos, y los cuatro amigos que estuvimos allí, sufrimos una experiencia que nos cambió la vida para siempre.
Y entre ellos estaba Pablo. El único chico del grupo. Aquel del que las niñas de ojos profundamente negros y trencitas estaban enamoradas sin pudor ni disimulo.
Y no era para menos.
Pablo les gastaba bromas, les quería, porque al fin y al cabo íbamos a quererles un mes entero, entregados complemente a ellos. Jugó con ellos hasta la extenuación, y ellos se volcaron en él como cuando te vuelcas en el monitor de tus sueños del campamento. Sólo que sin saber bien qué es un campamento, un monitor, o una manualidad. Da igual, porque en eso, los niños de Matola son como los de cualquier sitio de España.
El otro día me dijeron, Pablo y Paula que se vuelven a Mozambique.
Que lo dejan todo.
Él, su empresa. Ella, su estudio de arquitectura.
Se van y no saben cuándo volverán.
Seguirán llevando sus pendientillos y sus pantalones de rayas, los dos.
Me los imagino caminando entre la arena roja de Mozambique, yendo de excursión a alguna playa del paraíso, entrando en las chocitas de nuestros niños, hablando con las monjitas de aquí y allá... Organizando mil cosas y llorando de alegría y de tristeza cada poco.
Y sí, me dan envidia.
Aunque les fría a mails y les obligue bajo pena de muerte a mandarme fotos de lo que han crecido nuestros niños, que ya no lo serán tanto... Me dan envidia.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Lo que somos

No sé si a todo el mundo le sucede, pero en mi trabajo somos más bien pocos y pasamos mucho tiempo juntos.
Eso da lugar a que, después de unos años, todos nos conozcamos como si fuéramos de la familia, y podríamos enumerar de memoria las cualidades y defectos de cada uno.
Hoy he sido testigo de una escena un poco triste y desagradable.
¿Quién no tiene a un imprudente en su vida?
Yo lo tengo. No sé si varios, pero al menos uno, que yo recuerde.
Se trata de un imprudente compulsivo, lleno de buenas intenciones y de resultados casi siempre desastrosos.
Además de imprudente, es inocentón y bonachón, lo que resulta una combinación perfecta para hacerse con el blanco de todas las bromas y todos los desprecios de cada día, especialmente esos días en los que estamos más nerviosos.
Hoy ha muerto la hermana de una compañera. Y a ésta persona imprudente, que además resulta ser el jefe que más se preocupa por nuestra vida (sí, de forma un poco imprudente) se le ha ocultado.
Cuando se ha enterado se ha llevado un disgusto de campeonato porque se había preocupado durante mucho tiempo por la salud de esta persona, moviéndose incluso y haciendo favores varios para que todo fuera lo más fácil posible.
Él creyó merecer la noticia de la muerte de esta persona de la que tanto se ha preocupado.
Y yo creo también que lo merecía.
Sí, cada uno es lo que es.
Sí, mi imprudente cotidiano es capaz de presentarse en paritorio en el que estás dando a luz, y tiene el récord de frases desafortunadas por segundo del libro Guinness.
Pero somos lo que somos. Un poco más de manga ancha, por Dios.
Digo yo.

Corto y pego...

... del blog "Pensar por libre", de don Enrique Monasterio.

Hablábamos de lo de siempre, de sus pequeñas batallas interiores, que nunca faltan gracias a Dios, y yo le sugerí algunos propósitos. Repetí un par de veces esta palabra, "propósitos", y entonces me interrumpió con un gesto.

—Me he pasado media vida haciendo propósitos y otra media comprobando que nunca sale ninguno. Bueno, hubo uno que sí cumplí: hace veinte años logré dejar de fumar.

—Sin embargo —le dije— esos propósitos aparentemente fallidos han ido configurando tu vida. Eres lo que eres gracias a ellos. Esto es una olimpiada, y en la lucha interior lo importante sí que es participar. Quizá sea cierto que hasta ahora no has logrado una sola medalla; pero tienes una buena musculatura en el alma, y al final eso es lo que cuenta. El día que dejes de hacer propósitos habrás sido derrotado definitivamente.

—Pero usted siempre me habla de propósitos pequeños —insistió—. No le veo mucho sentido. Por una parte dice que debo aspirar a la santidad, o sea al Cielo, y luego pretende que suba con una escalera de cuatro o cinco peldaños que además se van rompiendo a cada paso.

Quizá fue entonces cuando traje a colación aquel balance de su vida que escribió San Pablo, prisionero en Roma y a punto de morir:

He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. Ahora sólo me queda esperar la corona de de la victoria que Dios me dará como justo Juez.


—Como ves, basta con luchar hasta el último asalto y poner esa ridícula escalera de pequeños propósitos apuntando directamente al Cielo. Dios bajará a darte la mano, no te preocupes.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Christian

Christian es también un nombre inventado, como el de Joba. Por cierto, hoy estuve haciéndome análisis y no vi a la enfermera Joba en la clínica. Qué ganas tengo de que me haga una radiografía de mi vida y me tenga media hora contándole cosas, mientras ella me escucha.
En fin.
Christian existe, pero no sé cómo se llama.
Tiene unos 9 años, es chiquitillo (piquiñín, que dirían en mi tierra), muy moreno y con el pelo algo largo. Sus ojos rasgados me sugieren muchas procedencias... podría ser un indígena boliviano, podría ser incluso filipino. Lo cierto es que no tengo ni idea.
Le conozco desde hace varios meses, aunque nunca he hablado con él. Cuando voy a casa de mis padres, y los domingos vamos a misa a la parroquia más cercana, me lo encuentro en primera fila, siempre solito, sin familia ni amigos.
Llega corriendo, con una camisa de manga corta por fuera, unos pantalones anchos y unas chanclas. Se pone siempre en el mismo sitio y atiende al sacerdote como si cada domingo le contara a él sólo una historia nueva y apasionante.
Él no tiene ni idea, pero tiene a media parroquia, si a la parroquia entera, pendiente de él. Pendientes de su sonrisa, de cómo se ofrece voluntario a diario para pasar la cestita, de cómo se va corriendo y sonriendo, igual que vino.
Y así, siempre sólo, siempre en primera fila, y siempre con su sonrisa, un domingo tras otro.
El otro día mi marido no pudo aguantar y me dijo que fuéramos a hablar con el sacerdote para preguntar quién era ese niño tan lindo y tan misterioso.
Allá que nos fuimos, y cuál fue nuestra sorpresa al enterarnos de que nadie sabía nada sobre él. El sacerdote sólo supo decirnos que no había faltado ni un sólo domingo del verano a misa. Que siempre venía sólo. Que creía que estaba en España con alguien de su familia, y que tenía muchos hermanos.
Mi marido y yo nos fuimos con una punzada en el pecho.
Los dos al mismo tiempo pensamos que le haríamos un regalo por Navidad. Pero yo creo que algún día iremos a hablar con él.
Me imagino la conversación, y en ella le pregunto cómo se llama, y le digo que es un niño muy guapo y muy bueno.
Ya, quizá parece una ñoñería. Pero yo pienso que podría ser el comienzo de una buena amistad...

martes, 2 de septiembre de 2008

¿Y si fuera amor de verdad?

Como me siento siempre en el primer asiento del autobús, tengo la oportunidad de observar sin que llame mucho la atención a todo el que se sube durante mi trayecto.
A veces la gente pasa rápido y como desapercibida; otras veces, un simple detalle, como el texto de un marcalibros, logra hacerme pensar durante el resto del viaje.
Y ayer, una chica subió al bus con un marcalibros en el que se podía leer, claramente: "¿Y si fuera amor de verdad?".
Y yo me quedé con ganas de decirle: "Si fuera amor de verdad, lo sabrías".
Porque si algo estoy aprendiendo en mi brevísima historia matrimonial, es que el amor de verdad no tiene nada que ver con el amor con el que yo siempre había soñado.
El amor de verdad es infinitamente más complejo, más profundo, más entregado, más sosegado, más... todo.
Y después de todo, puedo decir que el amor de verdad empiezo a descubrirlo ahora, cuando queda poco para que hagamos nuestro primer año de casados, y siento realmente que puedo llamarlo amor de verdad, y hacerlo con la boca llena, no sin cargar sobre mi espalda, como también lo hace él, sus defectos, mis defectos, mis malos humores, mis malas contestaciones, y todo lo que conlleva convivir.
El otro día alguien lamentaba en el "Pensar por libre" que su príncipe azul se hubiera ido con otra.
Yo no soy ninguna experta... nunca tuve un novio muy formal y siempre tuve amores "principescos" y "azulados" que terminaban en "nada". Precisamente por eso, porque mis amores siempre estaban en las nubes, me gustaría decirle a aquella persona que no sufra ni un segundo más. Sé que es difícil, cuando una tiene una imagen en la mente de aquel a quien le gustaría amar. Pero los príncipes azules nunca se van con otras.
Y también quisiera decirles a todos los que no tienen alguien a quien amar, que aunque es una gran riqueza, el amor de verdad, si es de verdad, no se agota en una sola persona. Y que encontrar a ese príncipe azul no es la medicina que te abre las puertas de la felicidad, sino tan sólo una vitamina y una guía que te muestra el camino de tu propia felicidad. Pero esa vitamina y esa guía se pueden encontrar de otras muchas maneras. Yo lo he visto en multitud de personas.