viernes, 29 de agosto de 2008

I have a dream. Y quiero seguir soñando.



Me he tirado media mañana intentando introducir un vídeo en mi blog. Es algo que ya he conseguido en otras ocasiones, pero hoy no ha habido suerte. Y es un poco desesperante, porque todo parece indicar que he dado los pasos correctos, hasta que se queda como bloqueado, cosa que me bloquea a mí también, pero al contrario, yo creo que como a lo "chino", osea, que me pongo hiperactiva y le doy al botón veinte veces hasta que me doy cuenta de que estoy haciendo el canelo. O el cantonés. No sé.
El vídeo que me hubiera gustado subir era un resumen del famoso discurso de Martin Luther King "I have a dream", con subtítulos en español (de nada).
Sin querer ahondar en las conclusiones políticas, sociales, culturales, (de todo tipo) que cualquiera más culto que yo, osea la mayoría, puede tener acerca de este discurso, mis intenciones eran muy superficiales.
Tan sólo quería reivindicar la belleza.
Esta mañana en la radio explicaban que el esperadísimo discurso de Obama en Estados Unidos decepcionó a más de uno. Creo que la gente esperaba palabras apoteósicas, música celestial, una especie de Carmina Burana pero en discurso político, de esos que te elevan por la belleza y la profundidad de su significado. Creo que la gente esperaba una segunda, y no por ello peor parte, del discurso "I have a dream".
Pero no fue así.
Tengo entendido que se trató de un discurso pragmático y más bien sencillo.
Quizá muchos lo hayan agradecido.
Sin embargo, yo me quedé pensando y la verdad es que echo de menos la belleza y el cuidado, las palabras que te elevan, como una de esas canciones que nos pone Don Enrique en su blog... Echo de menos que me hagan soñar.
¿Nadie piensa como yo?
Ya no quiero resultados. Ya estamos inmersos en la crisis, mi casa no se vende y todos nuestros trabajos cuelgan de un hilo.
De acuerdo.
Pero, queridos políticos, ayúdenme a soñar.
Necesito silencios dramáticos, no silencios estudiados. Necesito frases enteras, rotundas, cargadas de significado con valores tan profundos que me dejen sin respiración, necesito verdades como puños y necesito emocionarme.
Quiero perogrulladas, me trae sin cuidado lo que me cuenten, pero háganme soñar, por favor.
Quítense toda esa laca de señora mayor de pelo cardado, gesticulen, pónganse rojos del esfuerzo, háblenme de verdadera igualdad, de verdadero respeto, de verdaderos sentimientos de patriotismo.
Supongo que es cierto que no todos los políticos son iguales. Por favor, todos aquellos que sean diferentes... hagan lo posible por hablar.

jueves, 28 de agosto de 2008

Un mes después, y un año, también

Me fui, y ya vine.
Ahora estoy mucho más gorda, mi casa sigue siendo un campo de batalla (por poco tiempo ya), y en la familia somos uno menos.
A María, mi pequeña, tan pequeña que aún no se atreve a salir ahí fuera, no le ha pasado nada, gracias a Dios.
La que se ha ido vivió muchos años, aunque a nosotros nos hubiera gustado que se quedara para siempre a nuestro lado.
Hace ahora casi un año, el 12 de septiembre pasado, le dediqué una entrada. Creo que la titulé "Mi abuela y yo", y contaba que mi abuela estaba muy triste y, que cuando la llamaba, teníamos una especie de ritual por el que siempre nos decíamos lo mismo, pasara el tiempo que pasara.
Mi abuela tuvo 12 hijos. De los 12, dos fallecieron al poco de nacer, aunque ella nunca le habló de eso a nadie. Ni siquiera sus propios hijos saben bien qué pasó. Dicen que es que antes las cosas no se contaban, y el dolor uno se lo guardaba para sí.
De los diez que quedaron, la mitad se fue de su lado hace más de 20 años, y la otra mitad prefirió cuidarla hasta el final de sus días. Dentro de este último grupo me encuentro yo, y nunca sabré cuantificar la suerte, el honor y la maravilla que es optar por el sacrificio y la unión en la familia.
Respecto a esta tragedia familiar, ella tampoco dijo gran cosa. Llevó su dolor, sin tener culpa alguna, en silencio. Tan sólo los últimos años de su vida se echaba a llorar, sin explicar muy bien por qué.
Hace unos cuatro o cinco meses decidió meterse en la cama, dejar de comer, y no darle explicaciones a nadie. El médico, sin conocer su historia personal, dijo que había decidido "dejarse morir", y que había que respetar su decisión.
Sus cinco hijas permanecieron, entonces, al pie de su cama, cuidándola, mimándola hasta el último detalle, hasta que un día ya no quiso abrir los ojos, y esa misma noche, falleció.
Mi abuela, la mujer, acabó siendo una de esas personas que te aconsejan que, si te casas, mejor "no tengas hijos". Yo la miraba, me moría de la pena al escucharla, pero pensaba que Dios sabe y entiende a sus pequeños que han sufrido especialmente en su larga vida. Nunca supe si fue capaz de agradecer a la otra mitad de sus descendientes, los que se quedaron a su lado, todas mujeres, por cierto, todos los sacrificios que hicieron por ella.
Sí sé que nunca superó que la mitad restante, los que se fueron inundados de dinero, todos hombres, por cierto, nunca quisieran volver a saber nada de ella.
Cuando era pequeña, solía irme de vacaciones con la abuela. Y nos tocaba siempre dormir juntas. Las dos éramos muy pacíficas y muy bien avenidas. Lo cual daba lugar a largas y extrañas conversaciones entre una anciana y una niña de 7 u 8 años.
Con esa edad le pregunté:
-¿Te dolió mucho tener a tus hijos?
Y ella, sin emitir sonido alguno, dijo que sí con la cabeza.
-Abuelita, ¿a ti te gustan los niños?
Y sin emitir sonido alguno, dijo que no con la cabeza.

Lleva tanto tiempo dentro de mi vida que se me hace difícil pensar que ya no está. Lloré mucho en su entierro, pero sé que no fueron suficientes lágrimas y que lo peor está por llegar. Quedan las Navidades, queda que yo cante copla delante de todos y que no haya nadie más que se sepa las canciones, porque sólo ella me acompañaba, por detrás, desafinando como ninguna.
Todavía me descubro a mí misma pensando en ella, y cuando llamo a mis tías, o a mi madre, casi me sale sólo preguntar por ella.

Cuando falleció, tuve la suerte de poder contárselo a un sacerdote, que me dijo que el Señor restituiría todo el dolor que había pasado en la tierra. Ojalá.De todas formas, sólo me queda el horrible consuelo, que no me consuela nada, de pensar que ahora está donde hace mucho tiempo que quería estar.