Acudo allí todas las semanas. Como elijo ir temprano, suele haber poquita gente. Y generalmente, son personas mayores.
Me gusta verles porque nunca vienen solos. Siempre vienen acompañados de sus maridos o esposas. Aquí no hay que decir "parejas" porque la "pareja" de una persona mayor siempre es un marido o una mujer.
Uno de los dos viene cojeando, el otro viene con un bastón. Los dos suelen ser muy mayores y ninguno tiene cara de disfrutar enormemente de la vida.
Pero vienen juntos. Muy juntos.
Si uno se mueve hacia la derecha, el otro también. Si uno pone un pie de un lado, el otro, sin darse cuenta, lo hace también.
Cuando el médico llama a uno de los dos, el otro va detrás pausado, pero cerca, siempre cerca.
Pienso que probablemente renieguen del cónyuge, de sí mismos y de sus hijos, de sus pensiones y de la vida en esta ciudad, o de la vida en general. Pero cuando les veo siempre pienso que no sabrían vivir sin el otro.
Y me gusta observarles en los centros médicos. Mucha gente aborrecería esos silencios que ellos mantienen. Dirían que es que ya no tienen nada que decirse. Dirían que qué triste. Pero yo pienso que qué suerte.
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