viernes, 27 de noviembre de 2009

Carnaval



Hago un inciso "africano". Creo que es un inciso obligado, un compromiso lleno de dolor y de rabia, aunque esta vez, no sé si será porque está nublado, no estoy enfadada; estoy profundamente triste.
Leo en "El mundo" la crónica de "ambiente" del Congreso, ayer, mientras se discutía el proyecto de ley del Aborto. Dicho así, suena como una ley más. Probablemente muchos diputados se habrán levantado, se habrán duchado, se habrán vestido, habrán desayunado, y habrán acudido a trabajar, quizá hasta aburridos, como un día más. Estoy segura de que habrá habido algún político que habrá acudido, sin embargo, con el corazón encogido. La vida de cientos, de millones de bebés está en peligro, y a nuestros diputados sólo se les ocurre hacer una fiesta de la tontería y la canallada. Uno besa la mano a otra, y el resto le ríe la gracia; una "cría" sin dos dedos de frente, o sea, nuestra Ministra de Igualdad, se sale con la suya, y es aplaudida como si fuera una estrella de Rock... insultos, palabrerías en alto como en mi patio de vecinos...
Un terrorífico carnaval sangriento. Lamento mi tono negativo. Pero hoy tengo el ánimo de luto. ¿Qué mujer, qué madre puede tener la cabeza tan vacía, o tan llena de paja, como para no darse cuenta de la gran injusticia que se está cometiendo?
No me importa nada. Sólo me importan los bebés. Tan indefensos, tan inocentes, tan pequeños...
El último día en Maputo visitamos la casa de las Misioneras de la Caridad, la congregación que fundó la Madre Teresa de Calcuta. Allí tienen acogidos a cientos de niños, recién nacidos y bien pequeños, casi todos con el VIH. La mayoría eran abandonados. Había de todo tipo, esqueléticos, deformes, llenos de tiña o de sarna... Pero todos estaban limpitos y, los más mayores, eran especialmente cariñosos. Aquello, por muy surrealista que pareciera, era una gran familia. Y yo no hacía más que pensar en aquella frase que dijo la Madre Teresa: "Si no queréis a un niño, dádmelo a mí".
Veo la foto de nuestras Ministras, todas con sus chaquetas monísimas y sus broches. Todas con sus mechas, su pelo de peluquería y su sonrisa llena de fundas. Sinceramente, me parecen poco mujeres.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Domingo, 15 de noviembre





Hemos llegado a Beira. El calor es sofocante, como nunca. Todos sudamos, mi pelo está lleno de tirabuzones de repente.

Nos ha recibido en el aeropuerto Pedro, un ingeniero agrícola vallisoletano que lleva 3 años viviendo aquí, en Mozambique. Trabaja para EsMaBaMa, una asociación dirigida por un sacerdote italiano que ha reflotado 4 misiones que la guerra destruyó.

Estamos en la sede de la Asociación. Es una casa vieja y la limpieza deja bastante que desear. Pero al menos hay luz y agua. Eso es bastante, para donde estamos.

Hemos dado un paseo por un pequeño barrio que hay justo enfrente de la casa donde vivimos. Es terriblemente pobre. Entre el olor a la basura que inunda las calles, y el pescado que ponen a secar al aire libre (y que más que seco, está podrido), dan ganas de salir corriendo. La pobreza de las ciudades es muchísimo más indigna que la del campo. Pero al final, todos acabamos concentrados en los mismos lugares. ¿Cómo puede ser?

martes, 24 de noviembre de 2009

Madrugada del 14 al 15 de noviembre


Estamos sobrevolando Botswana. No he pegado ojo en toda la noche, a pesar de la pastillita dichosa que sabe tan mal.

Volamos en una especie de trasantlántico de dos pisos, de la compañía Virgin. Es la primera vez que, al montarme en un avión, me encuentro con una barra de bar nada más entrar. En vez de hacer un viaje, parece que nos vamos de fiesta.

La comida es totalmente inglesa. ¡Qué golosos son! Es increíble lo que son capaces de hacer con un yogurt, una magdalena o una mousse de chocolate. Siento el colesterol correr por mis venas.

Ya es de día. En África amanece antes.

Por la ventanilla veo lo de siempre: tierra roja, vegetación verde oscura y pequeños caminos.

Apuesto que a través de ellos hay gente caminando en línea, ellas cargadas con un bebé, algo pesado encima de la cabeza, y ellos delante, sin llevar nada.

Estoy cansada, pero no pienso quejarme. Soy la segunda más joven de esta expedición, y conmigo vienen tres personas mayores de 60 años.

Echo de menos mi casa, mi marido y mi niña. Ella estará muy feliz, pero su mamá se acuerda de ella a cada momento.

He decidido, durante estos días, hacer un esfuerzo terrible para endurecerme, centrarme en el viaje y procurar pensar lo menos posible. Suena tremendo, pero si no lo hago, puedo volverme loca aquí, en el sur del sur.

Ya nos estamos acercando a Johannesburgo. El territorio despoblado es inmenso, pero ahí fuera hay elefantes, leones, tigres, monos… Oh, y tres caminos sin asfaltar.

Nos queda un avión por coger, el que nos llevará a Beira. Estoy agotada, necesito una ducha y una cama limpia. Jajaja. Esto último sí que es gracioso.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Las tengo


De verdad, de verdad que las tengo.

Tengo mil historias del metro imaginario de Mozambique. Aquel que pasa a otro ritmo, o a veces no pasa, y que cuando pasa, pasa llorando o cantando.

Las tengo... pero he llegado hoy y lo mío no son los aviones... ¡Qué sueño, por favor!
... ¡hasta mañana!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Desde la sabana

Me encuentro en Beira, Mozambique.
Esto es una ciudad, y tengo en la casa donde estoy, luz, ordenadores e internet.
Pero ayer, en plena sabana africana, no tenía luz, ni cobertura para el móvil, ni agua caliente, ni siquiera una miserable carretera asfaltada para llegar a algún sitio.
Puedo decir, por muchos motivos, que he estado lo más cerca posible que se puede estar del paraíso... si no fuera porque los propios habitantes del paraíso viven en lo más parecido al infierno.
Estoy escribiendo un diario de viajes que, a mi vuelta, si todo va bien, intentaré reproduciros para que podáis vivir conmigo todas estas experiencias que he tenido.
Aunque era la cuarta vez que venía a este inolvidable país, he aprendido muchísimas cosas nuevas y he vivido muchas experiencias. De todo, me quedo con los árboles, las estrellas, el aire... y las personas.
Si tan sólo tuviéramos en nuestro país la mitad de la inocencia de esta gente, la mitad de su capacidad de acogida y hospitalidad, y la mitad del respeto que se tienen entre sí... las cosas nos irían mucho mejor.
Me quedo con una frase que nos dicen los africanos: "Vosotros tenéis relojes... pero nosotros tenemos el tiempo".

martes, 10 de noviembre de 2009

Vuelvo a África











Hubo un tiempo en que creí que mi vida estaría ligada a África para siempre.

Fui, por primera vez, hace unos 6 años. Desde entonces volví tres veces más, para trabajar como voluntaria en lo que fuera surgiendo, hasta que nació una iniciativa preciosa denominada "Campamentos urbanos". Trabajábamos con niños a la salida del colegio, para que no estuvieran en la calle más tiempo del necesario.
Eran los niños más auténticos que había visto jamás.
Un niño auténtico, por si quedan dudas, es un niño que se comporta como un niño, es decir, que actúa como uno espera que actúe un niño.
Ejemplos:
no dice expresiones de mayores, es inocente, se pone nervioso cuando le explicas un juego nuevo, siempre tiene ilusión por aprender, te agradece todo lo que le ofreces, no te pone en ridículo ni cuestiona tu autoridad...
Disfruté como una enana, fui más feliz que nunca, aprendí tantas cosas... y entre ellas, aprendí que aquel no era mi lugar. No podía quedarme allí para siempre. Pero quizá podía ir cada poco, y aportar mi pequeño granito de arena.

Sin embargo, entre aquellas deliberaciones llegó el que hoy es mi marido, y luego llegó mi pequeño bichito llamado María, y luego llegó la thermomix, los purés, la limpieza, el trabajo, los sueldos, el paro, el no paro... y la incertidumbre de los niños que, si Dios quiere, llegarán.
Y mis niños de Matola se quedaron solillos. Otra vez en la calle.
Hace unas tres o cuatro semanas, me ofrecieron volver 7 días a Mozambique con Manos Unidas, para trabajar como periodista. Después de muchas deliberaciones he aceptado.
Ahora sólo tengo en la cabeza que si me pasa algo, mi niña se queda sin madre. Qué optimista y alegre me he vuelto...

Me voy este sábado. Ya que le quito a María mi compañía, prometo volver llena de historias, de sueños, de imágenes y vivencias para contaros a todos, y a ella, cuando sea mayor.
A veces me da por pensar que a ella le gustará saber que su mamá vivió en Mozambique un tiempecillo, y quizá le guste que le cante el himno de África en ronga (uno de los dialectos del sur del país), o que cuente cómo eran los niños que conocí, y que la mayoría, por cierto, sobreviven gracias a Dios.








lunes, 9 de noviembre de 2009

Ramón, pequeño niño grande

Hace tiempo que le vemos. Alguna vez por el barrio... pero generalmente en misa.
No sé cómo se llama, así que le llamaré Ramón.
(¡Vaya, hacía tiempo de esto ya!)
Ramón es evidentemente retrasado. Su cara no tiene ningún rasgo particular, si no fuera porque la expresión de sus ojos y su sonrisa aparentan unos 5 años, mientras que su cuerpo y sus rasgos en general pertenecen a una persona de 40.
Sonríe bastante, o también pone cara de "observar" alrededor qué sucede. Como los niños pequeños cuando se abstraen.
Hasta ahora, siempre le había visto solo. A pesar de eso, en la calle siempre parece saber bien hacia dónde va.
En misa, responde a todo, unos segundos por detrás de los demás.
En la paz, suele mostrarse muy cariñoso con todo el mundo a su alrededor.
El otro día, mientras subía mi calle de camino al metro, le vi junto a su madre, una señora bastante mayor.
Ambos estaban en la parada del autobús. Estaban cogidos de la mano, y cuando llegó el bus, su madre se despidió y le besó con cariño, y él le devolvió el beso.
No sucedió nada más. Fue una escena muy normal.
Pero Ramón desde entonces es alguien distinto para mí.
Ya no es una persona a la que miro con distancia y procuro evitar... Ahora es un hijo muy querido y cariñoso... tratado con mimo y dedicación.
Es verdad que al principio todo me repelía en él... su fealdad, sus movimientos, su voz...
Ahora ya me es alguien familiar. No entiendo cómo pudo sucederme esa repulsión, quizá el desconocimiento, quizá muchos factores externos al propio Ramón...
Ahora sólo estoy convencida de que Ramón es un afortunado. Para sus padres es el eterno niño que cuidar, pero Ramón se lo devuelve con creces.
Cuando tenga la oportunidad, pienso preguntarle a la gente del barrio por él.
Apuesto a que tiene una profesión, apuesto a que es querido por sus amigos...
Apuesto a que incluso es mayor de lo que pienso.