jueves, 28 de octubre de 2010

Mis compañeros imaginarios



Uno sabe muy bien cuáles son sus puntos débiles. Con los años, aprendes incluso a tomarte con sentido del humor las flojeras y aquellas cosas que sabes que te afectan pero que en realidad no tienen importancia. Ahora mismo me estoy acordando del personaje del profesor esquizofrénico en "Una mente maravillosa". Supo convivir con sus compañeros imaginarios que, durante muchos años, le hicieron la vida imposible.
Yo tengo como compañeros imaginarios a la melancolía y la soledad. Son mentira, pero me acompañan haciéndome creer historias aparentemente reales.
Tengo una cuenta en facebook. A través de ella me entero de cómo les va la vida a muchos amigos, de sus novedades y sus hazañas. Evidentemente la gente lo utiliza como un escaparate para que todo el mundo vea lo ideal de sus vidas. Los hay que tienen sus cuentas atestadas de imágenes de fiestas, amigos, viajes...
En realidad no tengo mucho tiempo para asomarme a facebook, y desde luego nunca la actualizo ni pongo nada en mi status, o como se diga. Lo hago por pudor, (cada vez más), por salvaguardar mi intimidad, y porque pienso que no tengo nada interesante que contar.
Pero las pocas veces que me ha dado por ponerme a curiosear en la vida de algunos amigos, especialmente de aquellos que hace "años" que no veo, o no sé de ellos (y no sé, la verdad, por qué figuramos como "amigos" si en realidad ya ni nos reconoceríamos), acabo con una sensación amarga.
Parece como si terminara comparando sus vidas y las mías, y como últimamente, como dice mi marido, "no salimos ni al tranco de la puerta", uno acaba pensando que es poco menos que un fracasado.
¿Para qué me meto a ver nada? Pues lo hago. Poco, gracias a Dios. Pero lo hago. Mecachis que no aprendo.

sábado, 23 de octubre de 2010

Al menos la crisis sirve para algo

Fuente: La Razón
19 Octubre 10 - José García Antunes

¿Alguna vez se ha imaginado poniendo una reclamación porque la bolsa de patatas que acaba de comprar parece que viene medio vacía?, ¿o tal vez piensa que nunca se habría quejado de que su nuevo perro ha alcanzado un tamaño que en la tienda de mascotas no supieron advertirle?

Pues bien, parece que los españoles estamos dispuestos a quejarnos de esto y de mucho más, ya que según informan algunas asociaciones de consumidores, la crisis económica que estamos viviendo ha despertado “el instinto de supervivencia” de usuarios y consumidores. Sólo el año pasado la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) recibió más de 317.000 consultas y reclamaciones.


Hasta hace muy poco, los españoles parecíamos sentir cierta aprensión o reparo a la hora de poner una queja cuando adquiríamos algún bien o contratábamos un servicio. El principal motivo era el engorroso procedimiento que hay que seguir en la mayoría de los casos para llevar a buen puerto nuestras peticiones.

Una molesta situación que en casos extremos hacía que más de un usuario perdiera los nervios y abandonara el proceso a la mitad en detrimento de sus derechos como consumidor. Sin embargo, a pesar de que en este aspecto la situación no ha cambiado, los españoles cada día nos animamos más a reclamar.

Si antes nos daba apuro reivindicar por cosas tan cotidianas como un cambio mal dado, ahora no dudamos en pedir que nos devuelvan esos céntimos que nos faltan. Es más, ahora prima poner por escrito lo que antes solamente se protestaba de boca.

El caso es quejarse

Entre las quejas más inverosímiles que pudieron recoger las asociaciones de consumidores en la pasada temporada no faltó el viajero que reclamó ante su agencia de viajes porque el color de la arena de la playa a la que fue no correspondía con el de las fotos del catálogo o el usuario que pretendía que una empresa de preservativos asumiera los gastos de manutención de su futuro hijo porque su pareja se había quedado embarazada supuestamente tras romperse el profiláctico.

Como ya viene siendo habitual, el sector que más quejas reúne es el de la telefonía (tanto fija como móvil), con un total del 12% de todas las reclamaciones presentadas en nuestro país. Le siguen muy de cerca las entidades financieras y la propia Administración Pública.

Tampoco se libran las compañías aéreas que en épocas estivales copan los primeros puestos por retrasos o cancelación de vuelos, así como por pérdida de equipaje. Por otro lado, según datos facilitados por la OCU, el sector en el que más aumentó el número de quejas en 2009 fue el del suministro eléctrico.

viernes, 22 de octubre de 2010

De nuevo, ebulliciones de la sangre


Si no fuera porque es parte de mi profesión, debería prohibirme a mí misma leer el periódico, especialmente algunas noticias.
Hoy leo, en La Razón, que "La Vicepresidenta de la Asociación de Clínicas Acreditadas para la Interrupción del Embarazo, Francisca García, manifestó, en referencia a las críticas supeditadas por el encuentro (del IX Congreso de la Federación de Profesionales del Aborto y la Contracepción, apunto yo), que "pedimos un respeto para quienes tenemos una idea diferente", argumentando que "la ley no obliga a abortar a nadie".
Y pienso yo: Y tampoco la justicia obliga a asesinar, y sin embargo los asesinatos se cometen. No se trata de obligaciones, se trata de un crimen, auténtico y terrorífico.
Eso sí, como ni las propias personas responsables saben cómo justificarse, una señora que se llama Empar Pineda, que pertenece a esta misma asociación (cuya foto aparece en el periódico y de cuyo aspecto me abstendré de hacer juicios, mordiéndome la lengua a riesgo de envenenarme), afirma, por un lado que "estamos ante un tema controvertido, debido a que nos enfrentamos al inicio de una vida humana", mientras que al poco afirma que "las asociaciones provida sólo se preocupan de la vida antes de producirse, y después de ella, no durante".
A ver si nos aclaramos...
Hace poco tuve que escuchar que estaba algo obsesionada con el tema del aborto. Sinceramente, no pretendo hacer una escala donde juzgue unas desgracias más graves que otras. No me corresponde a mí ponderar el dolor. Pero si tengo que elegir, pondría a los bebés en el útero materno, como los seres más desprotegidos y más débiles del planeta. Ni siquiera sus llantos se oyen. Nadie se entera de su dolor.
He podido tener en brazos a niños desnutridos, llenos de llagas, con sida, con sarna, con tiña.
Y aún así, pienso que han podido nacer y probar la piel y el abrazo protector de sus madres.

jueves, 21 de octubre de 2010

Nuevo aspecto

He encontrado este fondo nuevo... me parece muy apropiado ahora que estoy en Asturias!

miércoles, 20 de octubre de 2010

Sobresaltos y rutinas


Una de las cosas que más me gustan por las mañanas es disfrutar de una agradable rutina a la que ya me he acostumbrado. Ni siquiera me molesta demasiado que el despertador suene a las 6, ni tener que correr (qué cuerpo jotero tengo a esas horas) a las 6:50, para no perder el autobús.
Los encuentros son similares, y las sensaciones, las mismas. Con ello pienso que poco a poco me hago un hueco en este lugar. Sé que hubo un tiempo donde lo único que quería para mí eran experiencias fuertes que me probaran a mí misma: África, convivir con el dolor, con la pobreza... Ahora todo eso reside en lo más íntimo de mis recuerdos, sé que están ahí y que nunca se irán; es más, sé que volverán esos tiempos, pues forman parte de mi manera de entender la vida. Pero mi subconsciente (ese que me pedía a gritos ser reportera de guerra, y vivir colgada de una mochila el resto de mi vida), me pide ahora ser aquello que necesita mi familia. Me pide tiempo, me pide calma, me pide hablar dulce y bajito, me pide regalar abrazos a pesar del cansancio.
Por eso sé que la rutina a la que me estoy acostumbrando me ayudan a todo esto. El conductor del autobús, el señor ciego que se sienta siempre en el mismo lugar, la chica a la que siempre admiro por ir tan guapa y maquillada a esas horas de la mañana (yo me tengo que llevar mi neceser en el bolso para "restaurarme" al llegar al trabajo). El mismo señor con el cigarro en el mismo paso de peatones, la misma chica que se toma un café con un cigarro, en la misma cafetería donde me espabilo con una buena taza de café cargado, con el mismo camarero. Lo mismo cada día. Y lejos de horrorizarme, como hubiera sucedido hace tan sólo unos años, me da seguridad.
Me acerco al trabajo haciendo ruido con mis tacones en las calles vacías y oscuras, pensando en si María se habrá levantado ya, acordándome de su olor, de sus papitos blandos, besables y estrujables. Pienso en qué vida ésta donde lo más increíble y emocionante siempre parece ir ligado al sufrimiento y al dolor. Nada verdaderamente bueno llega sin esfuerzo. La educación, el parto, los nervios del día a día... Te devuelven momentos frágiles, brevísimos, donde piensas que eres la persona más feliz del mundo.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Un nuevo amigo

Lo que más echo de menos de Madrid son mis amigos. La verdad es que dejé muchos, tantos, que aún me duele recordar tantas vivencias, tantas salidas, tantas alegrías.
Es cierto que también hubo disgustos y soledades. Pero ¿quién quiere acordarse de lo malo? Todos me dicen que soy una idealista, pero es así como recuerdo e imagino las realidades. De caerse de las nubes, siempre hay tiempo. Nunca sabré agradecer tantos regalos como tuve en mis 10 años madrileños.
En Asturias, la cosa va más lenta.
Mis amigas de la infancia, que aún siguen siendo mis amigas (desde los 4 años, que ya llovió), seguimos estando unidas, queriéndonos mucho... pero la vida va deparando a cada una un destino diferente.
La única que tengo una hija soy yo (al menos de momento), y eso hace que mi ritmo "social" haya disminuído considerablemente. Eso, y mi armario. Ahora estoy casada, tengo una hipoteca, y ya no poseo toda la colección de Massimo Dutti y Zara. Mecachis. Además, no sigo las series de televisión, y eso sí, me sé las canciones de Cadena 100. Aún soy periodista, no he abandonado la vida moderna tan pronto. Al menos estoy informada.
Pero de quien yo quería hablar, a falta de encuentros en en Metro (el origen de este blog) es del nuevo amigo que tengo en el trabajo.
No es un amigo al uso. Probablemente nunca quede con él para tomar un café, y de hecho, no creo que nunca nos contemos grandes confidencias. Más que nada porque no oye un pimiento, por mucho que mi compañera (que le conoce desde hace 40 años), le diga que tiene que ponerse "el pinganillo".
Y es que mi nuevo amigo (vale, "proyecto" de amigo), tiene nada menos que 86 tacos.
Y se viene todas las mañanas caminando, haga sol o caigan chuzos de punta, hasta mi trabajo. Es, digamos, algo así como un "jubilado" de la empresa. Allí entrega a todos los trabajadores un ejemplar del diario gratuito "Qué!", y echa una parrafadina con nosotros. Ya sé muchas cosas de él, pues le tiro de la lengua y el hombre, encantado de que le den conversación, cuenta despreocupado cosas de antes.
Es simpático, cariñoso, bromista... adorable. Y al mismo tiempo tiene un punto infantil que me enternece. Busca su "rutina", como la busca mi hija. Su gente que le quiera, sus pequeñas sonrisas cotidianas.
Me resulta curioso que, casi nada más llegar, haya tenido la suerte ya de conocer a una persona tan inolvidable como él.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Juguetes de nuestros días


Ayer me levanté con la noticia de que en España, el documental Blood Money, se ha recomendado en los cines tan sólo para mayores de 18 años. Y eso que no contiene imágenes explícitas de abortos ni bebés destrozados o quemados. (En todo caso yo sí que soy partidaria, aunque resulte tremendamente desagradable e impactante, que aquellos que están a favor del aborto vean esas imágenes. Después, que juzguen por ellos mismos). Osea, que las niñas pueden abortar, pero no pueden informarse sobre el hecho en cuestión. El asunto es tan escabroso, y la falta de libertad es tan alarmante, que me quita la paz. ¿Cómo podemos seguir viviendo, caminando, riendo... mientras asistimos a un genocidio tan brutal?
Esta mañana echo un vistazo a los periódicos. Una madre pega con cinta aislante a su hijo a una pared. Encima vemos las fotografías del pobre bebé, de 22 meses, con la cara pixelada por los periodistas, ahí pegado, con saña, con locura. El niño tiene la edad de mi hija. La imagen me deja conmovida y no se me va de la cabeza.
Otra mujer, en Colombia, da a luz en la orilla de un río y abandona a su hijo ahí mismo, pues "es fruto de un pecado". Al parecer la pobre mujer se quedó embarazada de una relación extramatrimonial y, como no estaba casada, decidió abandonarle. Ella pertenece a la Iglesia Pentecostal y ha querido seguir al pie de la letra lo que dice la Biblia. Al día siguiente acude al lugar, por si puede enterrarle, y ya no le encuentra. Le dice a la policía que "se lo habrán comido los perros". (Gracias, Señor, por haberte conocido en toda tu grandeza de Padre. Haga lo que haga, cometa los errores que cometa, lo más importante para ti siempre seremos nosotros, nuestro bienestar y nuestra felicidad, como todo padre quiere para sus hijos).
También he oído varias noticias por la radio. En una, unos padres asturianos piden ayuda desesperada para poder concebir a un bebé que pueda curar la enfermedad de su hijo. Lo oía mientras caminaba por las calles de Oviedo, cuando aún no había amanecido y tan sólo se escuchaban los tacones de las mujeres que, (siempre arregladísimas, esto es Oviedo), iban apresuradas a su trabajo. Pensaba en el bebé que podría ser concebido de esa forma tan utilitarista... Y pensaba también, cómo no, en esos padres que están sufriendo tanto, viendo a su hijo enfermo. ¿Qué haría yo en su lugar?
Finalmente he escuchado que ya pueden ser inscritos en el Registro Civil los hijos nacidos de vientres de alquiler. En España esto aún no es legal, pero veo que nos queda más bien poco. Pobres niños, pobres vientres de alquiler, pobres padres.
En fin. Hoy ha ido la mañana de niños. Lo más delicado de este mundo, lo que más debemos proteger, lo más débil, y lo más influenciable que tenemos en nuestras manos... los niños. Y parecen ser, cada vez más, moneda de cambio, juguete, antojos, adornos... y hasta presa de nuestras iras.

lunes, 4 de octubre de 2010

Sigue lloviendo


Hace días, meses, que llevo pensando que debería dedicarles una entrada.
Les veo cada poco, en medio de la ciudad, caminando algo encorvados bajo el peso de sus grandes mochilas y ayudándose de un bastón que delata en seguida su condición: peregrinos.
Otras veces les he visto en los caminos, en las carreteras, incluso en otras zonas más típicas: León, Ponferrada... Pero nunca pensé que se podían ver tantos peregrinos en Asturias, y aún más, en mi ciudad, en mi barrio. Les veo caminando tranquilamente al lado del Mercadona donde siempre compro, alguna vez son orientales, les sonrío, les saludo, me devuelven el saludo encantados.
Hoy he visto a una pareja al lado de la catedral de Oviedo, a las 8 de la mañana. Caía un chaparrón de los auténticamente asturianos y otoñales, y ellos, provistos con unas capas pluviales muy apañadas, corrían a refugiarse bajo el atrio.
Estábamos solos, ellos y yo, y la lluvia, y mi paraguas y mis ganas de llegar medianamente elegante al trabajo, aún estando empapada.
Al verles, pensé que aquella imagen no podía ser muy distinta quinientos años atrás. Dos peregrinos protegiéndose de la lluvia bajo una catedral del camino.
Es de esas veces en que uno piensa que la vida avanza, desaparecen los periódicos y aparecen las tablets, y el sistema tactil, y las distancias del mundo se acortan. Pero sigue lloviendo y nos tenemos que refugiar en los mismos sitios.