Sucedió a la puerta de una iglesia. Mi marido y yo salíamos apresurados porque la pequeña María comenzaba a llorar de hambre. Entonces me paró una joven rumana; no tendría más de 18 ó 19 años.
-Perdone, señorita, no se preocupe, no voy a pedirle dinero -hablaba español muy bien.
Nos paramos, entre extrañados y temerosos... ¿qué quería pedirnos? Reconozco ser una ignorante de las costumbres y la forma de ser de estas personas, pero de entrada me muestro reservada con ellos, no lo puedo evitar. Pero la chiquilla me sonreía.
-¿Podría usted darme ropa de niño de un año de edad? Tengo un hijo pequeño...
Señalaba al carrito de María, suponiendo que tendríamos ropita para darle.
-Pero mi hija es muy pequeñita, tiene tan sólo un mes y medio... no tengo ropita para niños de un año...
Ella puso una expresión de tristeza, y yo le intenté explicar que podía hablar con el párroco para que desde Cáritas parroquial le ayudara, pero veía claramente que eso no iba a suceder: ni siquiera parecía estar entendiéndome.
Al final me acordé de que mi suegra guardaba un montón de ropa de mi marido y su hermano cuando eran pequeños, así que, después de consultarlo con ella por teléfono, le dije a la jovencilla que en breve le daríamos una maleta con ropitas.
Antes de irme, le pregunté si estaría allí al día siguiente. Me dijo que sí, que se quedaba allí todos los días.
¿Y cómo te llamas?
"María", me dijo, custodiando la puerta de la Iglesia, al día siguiente de Navidad.
"Toma ya", pensé yo.
Cuando pensé en escribir un blog, creí que sería interesante describir a las personas y las historias con las que me encontraba todos los días, en el metro, camino del trabajo. Hace un tiempo, pude sustituir al metro por el mar y las montañas. Pero la gente sigue ahí, y las ganas de contar historias, reales o no, también.
sábado, 27 de diciembre de 2008
sábado, 20 de diciembre de 2008
Que se llama soledad
Parece mentira, pero alguna vez letras así describían mi estado de ánimo. Me gustaba regodearme en mi propia melancolía, y hay que reconocer que en eso Joaquín Sabina es un experto. Ya no me siento reflejada en estas letras, pero al volver a leerlas, me parecen lejanas, pero aún "melancólicamente bellas".
Algunas veces vivo
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella..., al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos;
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán;
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar;
más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Joaquín Sabina
y otras veces
la vida se me va con lo que escribo;
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo
que te arañe el corazón;
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella..., al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos;
algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán;
o duermo y dejo la puerta
de mi habitación abierta
por si acaso se te ocurre regresar;
más raro fue aquel verano
que no paró de nevar.
Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.
Joaquín Sabina
viernes, 19 de diciembre de 2008
"Felices" fiestas
Hace días que quiero comentar "en voz alta" algo que ví, y que me pareció irónico, surrealista, y muy triste.
Volvíamos de Granada en el coche. El viaje de vuelta a Madrid está salpicado de tristes locales de alterne con nombres que pretenden ser exóticos. En uno de ellos, me fijé, habían colocado grandes letras luminosas adornadas con campanas y demás adornos típicos de estas fechas. Se podía leer: "Felices fiestas".
Era un adorno igual que tantos otros letreros de cualquier tienda o bar de España.
Pero en este caso la felicitación, que tiene reminiscencias caseras y familiares, me pareció casi un insulto.
"Felices fiestas", les deseaban los trabajadores del local a los visitantes del mismo, y a los viajeros de la carretera. ¿"Felices"... para quién?
¿Para los hombres casados que visitan el local y que posteriormente irán a hacer como que celebran la Navidad en familia?
¿Para los hombres solitarios que buscan... lo que busquen, a cambio de dinero?
¿Para las pobres mujeres que venden su cuerpo, con o sin su consentimiento? ¿Cómo celebrarán ellas la Navidad? ¿Trabajando?
De repente me di cuenta de que la Navidad podía ser muy triste, no sólo para los que no pueden comprarles juguetes a sus hijos... sino también para los que tienen mucho dinero.
El cartelito luminoso, con sus consabidas campanas, idénticas a las que yo dibujaba cuando era pequeña por estas fechas, me pareció grotesco.
No sé si estoy siendo muy dura. Ya sabéis que este tema me importa especialmente...
Volvíamos de Granada en el coche. El viaje de vuelta a Madrid está salpicado de tristes locales de alterne con nombres que pretenden ser exóticos. En uno de ellos, me fijé, habían colocado grandes letras luminosas adornadas con campanas y demás adornos típicos de estas fechas. Se podía leer: "Felices fiestas".
Era un adorno igual que tantos otros letreros de cualquier tienda o bar de España.
Pero en este caso la felicitación, que tiene reminiscencias caseras y familiares, me pareció casi un insulto.
"Felices fiestas", les deseaban los trabajadores del local a los visitantes del mismo, y a los viajeros de la carretera. ¿"Felices"... para quién?
¿Para los hombres casados que visitan el local y que posteriormente irán a hacer como que celebran la Navidad en familia?
¿Para los hombres solitarios que buscan... lo que busquen, a cambio de dinero?
¿Para las pobres mujeres que venden su cuerpo, con o sin su consentimiento? ¿Cómo celebrarán ellas la Navidad? ¿Trabajando?
De repente me di cuenta de que la Navidad podía ser muy triste, no sólo para los que no pueden comprarles juguetes a sus hijos... sino también para los que tienen mucho dinero.
El cartelito luminoso, con sus consabidas campanas, idénticas a las que yo dibujaba cuando era pequeña por estas fechas, me pareció grotesco.
No sé si estoy siendo muy dura. Ya sabéis que este tema me importa especialmente...
viernes, 12 de diciembre de 2008
Ya no es lo que era
Mi mejor amiga se acaba de ir a vivir a un apartamento, ella solita. Somos amigas desde bien pequeñas. Y su familia, como suele pasar en estos casos, es casi una parte de la mía.
Hoy, mi amiga me ha enviado unas fotos de su apartamento, que ha decorado con todo el mimo que le permite la crisis. En una de ellas, se podía ver a su padre sentado en el salón.
Al ver esta foto en concreto, no he podido evitar sentir una pequeña punzada en el corazón. Hacía bastante tiempo que no le veía. Y la verdad, el peso de los años se hacía notar en su cara.
Por unos instantes un montón de recuerdos se agolparon en mi mente. Es un hombre al que tengo cariño, por su forma de ser bonachona y generosa, y verle casi como un ancianito, yo qué sé, me ha dejado un poco tonta.
Mi marido opina que "qué importan los años, si se trata de un hombre feliz, con unos nietos estupendos y la cabeza toda en su sitio".
Ya, entiendo que ésa es la forma de enfocarlo. Yo soy más de mirar "patrás", qué se le va a hacer.
Como la tele. Hoy, comiendo, hemos visto que Antena 3 está de aniversario. 18 añitos de ná, que cumple. Hemos visto imágenes de antiguos programas, antiguos informativos... Éramos cinco en la mesa. Y casi sin pensarlo, he dicho en alto: "La tele ya no es lo que era". Todo el mundo ha asentido y hemos seguido comiendo en silencio.
La tele ya no es lo que era. Hay muchas cosas que ya no son lo que eran. No quiere decir que los momentos de ahora sean malos. Qué va, seguramente en muchos aspectos sean mucho mejores. Pero ya no es lo que era. Y lo que era, a mí me gustaba.
Hoy, mi amiga me ha enviado unas fotos de su apartamento, que ha decorado con todo el mimo que le permite la crisis. En una de ellas, se podía ver a su padre sentado en el salón.
Al ver esta foto en concreto, no he podido evitar sentir una pequeña punzada en el corazón. Hacía bastante tiempo que no le veía. Y la verdad, el peso de los años se hacía notar en su cara.
Por unos instantes un montón de recuerdos se agolparon en mi mente. Es un hombre al que tengo cariño, por su forma de ser bonachona y generosa, y verle casi como un ancianito, yo qué sé, me ha dejado un poco tonta.
Mi marido opina que "qué importan los años, si se trata de un hombre feliz, con unos nietos estupendos y la cabeza toda en su sitio".
Ya, entiendo que ésa es la forma de enfocarlo. Yo soy más de mirar "patrás", qué se le va a hacer.
Como la tele. Hoy, comiendo, hemos visto que Antena 3 está de aniversario. 18 añitos de ná, que cumple. Hemos visto imágenes de antiguos programas, antiguos informativos... Éramos cinco en la mesa. Y casi sin pensarlo, he dicho en alto: "La tele ya no es lo que era". Todo el mundo ha asentido y hemos seguido comiendo en silencio.
La tele ya no es lo que era. Hay muchas cosas que ya no son lo que eran. No quiere decir que los momentos de ahora sean malos. Qué va, seguramente en muchos aspectos sean mucho mejores. Pero ya no es lo que era. Y lo que era, a mí me gustaba.
lunes, 8 de diciembre de 2008
Bajo su manto
Estoy en Granada desde hace varios días. Mi marido es granadino. Decidimos bautizar aquí a María, en Nuestra Señora de las Angustias, la patrona de la ciudad.
La Iglesia en sí es muy andaluza, recargada y muy bonita. Para los del norte, como yo, tiene un sabor especial: no es común para nosotros entrar en una Iglesia por un patio donde hay una fuente, flores y más flores, colores y velas, y siempre alguien rezándole a un Cristo rodeado de exvotos.
El bautizo en sí fue entrañable. Un sacerdote simpático y cariñoso al que no conocíamos presidió el acto, y María fue bautizada junto con tres niños más, dos Álvaros y una Sofía.
Quizá podría haber sido algo más íntimo, con un sacerdote amigo, en otra parroquia y para María sola. Pero la culpa fue mía: se me puso en el moño que allá donde la niña fuera bautizada, lo sería en la festividad de La Inmaculada, y en la Iglesia de la patrona de la ciudad. Si hubiera sido bautizada en León, habría sido en La Virgen del Camino, donde yo misma me bauticé.
Pero fue en Granada, y fue precioso.
Se nos olvidó la concha de plata que el padrino le regaló.
Se nos olvidó el agua del Jordán que había traído su abuelo desde Tierra Santa.
Y diez minutos antes de salir de casa, a María se le ocurrió ponerse a hacer sus necesidades con un ímpetu nunca antes conocido. Tanto fue así, que acabamos metiéndola a remojo en el lavabo, de urgencia. Ella debía de encontrar aquello la mar de divertido. Pero tenía a sus tías, a sus abuelas y a sus padres, entre el ataque de pánico y el de risa.
Al final, con una María más relajada de lo normal, llegamos a la Iglesia previo aviso de nuestra tardanza al sacerdote.
Iba preciosa. Una de mis tías había guardado el traje con el que a ella misma la habían bautizado, hacía 50 años. Ya no se ven trajes así. Está entero bordado a mano, la tela, según mi madre, es de "organdí suizo" y el encaje de nosequé. Se lo había regalado su madrina, y esperaba, guardado, a que hubiera un nuevo bautizo en la familia.
En realidad los otros tres niños también iban adorables. Pero María llevaba un vestido con historia, y para mí eso ya es especial.
Al finalizar el bautizo, es costumbre en esta parroquia que los niños sean pasados bajo el manto de la Virgen. En una catequesis el día anterior, el párroco había insistido varias veces en que no debíamos dejarnos llevar por la superstición: el manto de la Virgen no es mágico.
Pero yo pensaba para mí, que no quiero magia para mi hija, sino mucho amor.
De mayor le contaré que la Virgen la cubrió con su manto desde antes de tener un mes de vida. Y yo sé que, por muchas vueltas que dé, eso siempre quedará ahí.
La Iglesia en sí es muy andaluza, recargada y muy bonita. Para los del norte, como yo, tiene un sabor especial: no es común para nosotros entrar en una Iglesia por un patio donde hay una fuente, flores y más flores, colores y velas, y siempre alguien rezándole a un Cristo rodeado de exvotos.
El bautizo en sí fue entrañable. Un sacerdote simpático y cariñoso al que no conocíamos presidió el acto, y María fue bautizada junto con tres niños más, dos Álvaros y una Sofía.
Quizá podría haber sido algo más íntimo, con un sacerdote amigo, en otra parroquia y para María sola. Pero la culpa fue mía: se me puso en el moño que allá donde la niña fuera bautizada, lo sería en la festividad de La Inmaculada, y en la Iglesia de la patrona de la ciudad. Si hubiera sido bautizada en León, habría sido en La Virgen del Camino, donde yo misma me bauticé.
Pero fue en Granada, y fue precioso.
Se nos olvidó la concha de plata que el padrino le regaló.
Se nos olvidó el agua del Jordán que había traído su abuelo desde Tierra Santa.
Y diez minutos antes de salir de casa, a María se le ocurrió ponerse a hacer sus necesidades con un ímpetu nunca antes conocido. Tanto fue así, que acabamos metiéndola a remojo en el lavabo, de urgencia. Ella debía de encontrar aquello la mar de divertido. Pero tenía a sus tías, a sus abuelas y a sus padres, entre el ataque de pánico y el de risa.
Al final, con una María más relajada de lo normal, llegamos a la Iglesia previo aviso de nuestra tardanza al sacerdote.
Iba preciosa. Una de mis tías había guardado el traje con el que a ella misma la habían bautizado, hacía 50 años. Ya no se ven trajes así. Está entero bordado a mano, la tela, según mi madre, es de "organdí suizo" y el encaje de nosequé. Se lo había regalado su madrina, y esperaba, guardado, a que hubiera un nuevo bautizo en la familia.
En realidad los otros tres niños también iban adorables. Pero María llevaba un vestido con historia, y para mí eso ya es especial.
Al finalizar el bautizo, es costumbre en esta parroquia que los niños sean pasados bajo el manto de la Virgen. En una catequesis el día anterior, el párroco había insistido varias veces en que no debíamos dejarnos llevar por la superstición: el manto de la Virgen no es mágico.
Pero yo pensaba para mí, que no quiero magia para mi hija, sino mucho amor.
De mayor le contaré que la Virgen la cubrió con su manto desde antes de tener un mes de vida. Y yo sé que, por muchas vueltas que dé, eso siempre quedará ahí.
viernes, 28 de noviembre de 2008
Cara a cara
Ayer me pasó una cosa muy rara.
Como casi todo lo que me pasa "raro", tuvo lugar en el bus, que es donde más pienso, junto con el metro.
De repente me entró una necesidad terrible de mirarme a mí misma sin caretas, ni disculpas. De juzgarme, no más duramente que otras veces, pero sí más sinceramente. Lo más sinceramente que fuera capaz.
La sensación no fue muy duradera, pero sí lo suficiente como para darme cuenta de alguna cosa.
Me pregunto si me sucederá más veces.
martes, 25 de noviembre de 2008
Carolina
De mayor quiero ser como Carolina.
Aunque Carolina tenga más o menos mi edad, hoy en día.
Carolina es otra vez un nombre inventado, pero creo que le pega: podría llamarse así.
La he conocido hoy, cuando entré en la farmacia con cara de desesperación.
Detrás del mostrador, un cristal gigante blindado y qué sé yo qué cosas más, había dos mujeres. Una señora mayor, con bata, y una chica monísima, que no hacía más que sonreir, sin bata, algo moderna, muy linda.
Se me acercó la jovencita, a la que yo he llamado Carolina.
Probablemente se me escapó una mueca de disgusto: yo quería que me atendiera la señora mayor. Según mi suegra es muy "apañá", "sabe mucho" y es "muy amable".
Y yo necesitaba a alguien así, que me escuchara, que me diera en forma de lo que fuera algo que le calme el dolor a María y la convierta en un recién nacido normal que duerma algo más que ocho horas diarias...
Pero resultó que Carolina (la hija de la señora mayor "apañá"), me escuchó como hacía tiempo que nadie me escuchaba.
Acostumbrada a que los pediatras me quiten de en medio con todo tipo de explicaciones contradictorias, Carolina no apartó la sonrisa en todo el rato, y me aconsejó como sólo las madres saben hacerlo.
Y es que ella es madre. No me dijo de cuántos niños, pero me dió a entender que más de uno.
Tuvo la paciencia de explicarme de qué estaban compuestos todos los medicamentos que me llevé para María, me aconsejó que comprara ésto, lo otro no... y encima me acabó dando unas muestras de jabón espumoso para el baño... "que huele muy rico". Probablemente se tiró conmigo 15 minutos, escuchándome con todo el cariño del mundo (de verdad que transmitía cariño), y me fui de allí tranquila y sin la desazón con la que entré por la puerta.
Si hay algo que me gusta en esta vida es encontrarme a gente así. Y la suerte de tener un blog para contárselo a quien lo quiera leer...
Yo de mayor quiero ser como Carolina. Por cierto: la farmacia en cuestión está más lejos que cualquiera de las otras tres que tengo al lado de casa. Pero bien vale un paseo, con tal de que me atienda Carolina... o su mamá "apañá".
Aunque Carolina tenga más o menos mi edad, hoy en día.
Carolina es otra vez un nombre inventado, pero creo que le pega: podría llamarse así.
La he conocido hoy, cuando entré en la farmacia con cara de desesperación.
Detrás del mostrador, un cristal gigante blindado y qué sé yo qué cosas más, había dos mujeres. Una señora mayor, con bata, y una chica monísima, que no hacía más que sonreir, sin bata, algo moderna, muy linda.
Se me acercó la jovencita, a la que yo he llamado Carolina.
Probablemente se me escapó una mueca de disgusto: yo quería que me atendiera la señora mayor. Según mi suegra es muy "apañá", "sabe mucho" y es "muy amable".
Y yo necesitaba a alguien así, que me escuchara, que me diera en forma de lo que fuera algo que le calme el dolor a María y la convierta en un recién nacido normal que duerma algo más que ocho horas diarias...
Pero resultó que Carolina (la hija de la señora mayor "apañá"), me escuchó como hacía tiempo que nadie me escuchaba.
Acostumbrada a que los pediatras me quiten de en medio con todo tipo de explicaciones contradictorias, Carolina no apartó la sonrisa en todo el rato, y me aconsejó como sólo las madres saben hacerlo.
Y es que ella es madre. No me dijo de cuántos niños, pero me dió a entender que más de uno.
Tuvo la paciencia de explicarme de qué estaban compuestos todos los medicamentos que me llevé para María, me aconsejó que comprara ésto, lo otro no... y encima me acabó dando unas muestras de jabón espumoso para el baño... "que huele muy rico". Probablemente se tiró conmigo 15 minutos, escuchándome con todo el cariño del mundo (de verdad que transmitía cariño), y me fui de allí tranquila y sin la desazón con la que entré por la puerta.
Si hay algo que me gusta en esta vida es encontrarme a gente así. Y la suerte de tener un blog para contárselo a quien lo quiera leer...
Yo de mayor quiero ser como Carolina. Por cierto: la farmacia en cuestión está más lejos que cualquiera de las otras tres que tengo al lado de casa. Pero bien vale un paseo, con tal de que me atienda Carolina... o su mamá "apañá".
jueves, 20 de noviembre de 2008
GRACIAS
Gracias, Mª Jesús y Luis, don Enrique, Andrés, Nuevepornueve, Mª Jesús, Carolina, Eva, Boo... todos los que habéis estado pendientes de María!
Es una niña preciosa. Nació el día 11, precisamente (según algún amigo) en la festividad de Santa Maravillas de Jesús. Qué chica, qué presagio... ya nace pegada a la actualidad...
Fue un parto buenísimo, (dentro de lo que es un parto). Diría que fue un parto muy "gitano"... unas horitas de espera, tranquila... y una "horita corta" de dolor.
María apareció ante nuestros ojos como una desconocida adorable, blandita y pequeña, en la que no podía fijarme del todo porque el médico cosía y cosía y digan lo que digan, la emoción es muy grande, pero tampoco tanto como para no olvidarte de que te están haciendo una obra de arte con una aguja!
Es una niña buena, tranquila y dormilona... cuando los dolores le dejan dormir.
Porque María tiene cólicos toooodas las noches. Y eso significa que su mamá lleva sin dormir desde el día del parto y la imagen que se ve reflejada en el espejo cuando me asomo deja mucho que desear. ¡Qué ojeras!
Cuando nos casamos, un buen número de amigos decidió que era bueno que tuviéramos una imagen de la Virgen en casa. Nos juntamos con un buen número de ellas, pero lo cierto es que, especialmente la que tenemos en el salón, se está convirtiendo en un pequeño lugar de peregrinación nocturna con el bebé en brazos.
Nuestra Virgen del salón también tiene a su Bebé en brazos.
Intentaré volver a mi ritmo de escritura durante estos cuatro meses. Estoy deseando irme a León a pasar frío!
viernes, 7 de noviembre de 2008
De menos...
Leer sobre ausencias me ha recordado esta mañana una canción muy especial que acompañó unos años muy importantes de mi vida. Salamanca, piedra, catedral, amigos, sueños...
Descubrí a Pedro Guerra, y con él, esta canción, donde escuché por primera vez algunas frases que después nunca se han ido de mi lado... "Nostalgia es el verbo que piensa en tu olor"...
No es un vídeo musical, tan sólo una presentación de imágenes, pero es lo único que he encontrado en Youtube. Al menos, quien quiera y le apetezca, puede escuchar la canción. Yo creo que merece la pena. En todo caso, ahí queda...
Descubrí a Pedro Guerra, y con él, esta canción, donde escuché por primera vez algunas frases que después nunca se han ido de mi lado... "Nostalgia es el verbo que piensa en tu olor"...
No es un vídeo musical, tan sólo una presentación de imágenes, pero es lo único que he encontrado en Youtube. Al menos, quien quiera y le apetezca, puede escuchar la canción. Yo creo que merece la pena. En todo caso, ahí queda...
Despidos
En la empresa de mi marido se quieren quitar de en medio, por lo menos, a la mitad de la plantilla.
Hace meses que lo sabemos. Hace meses que, cada poco, llega a casa con cara de pocos amigos, contándome éste o aquel cotilleo, éste o aquel rumor...
"Dicen que la semana que viene saldrán las listas", me comenta, en la cena, un día. Al poco, le pregunto si hay novedades, y me responde "ahora se dice que hasta diciembre, no dirán nada". Pasan unos días, en los que no se habla del tema, y de repente llega comentándome el último rumor: "en marzo dirán definitivamente quiénes se van de la empresa".
En su departamento, si bien nunca hubo buen ambiente, ahora al parecer el aire se corta con tijeras.
Mucha lista, sí, pero lo cierto es que parece que están utilizando la técnica del goteo. Por eso, últimamente llega diciendo: "se han cargado a dos del departamento de al lado". Ayer, por ejemplo, fueron dos de su propio departamento, y hace media hora, me entero de que han despedido a su jefe. "Estamos sin jefe", me dice en bajito, desde el otro lado del teléfono. Y en seguida me corta. Queda hora y media para que llegue a casa, y no puedo evitar pensar en los cientos de personas que cada día acuden a ese lugar a trabajar. Entre ellos, por supuesto, mi marido. Pero los demás también tienen familia, hijos, hipotecas, sueños atrasados...
La empresa en cuestión es una gran multinacional. Hace dos años era un lugar puntero en beneficios sociales: descuentos en guarderías, en gimnasios... Grupos de todo tipo de deportes, clubes sociales, torneos entre trabajadores, grandes comilonas, cenolas, seguros médicos, inmensas pagas de beneficios... Una vida por todo lo alto.
Dos años más tarde, el silencio, según me cuentan, se mastica entre los pasillos.
Las trabajadoras despedidas lloran; los trabajadores despedidos se quedan en blanco.
Y los que continúan se quedan mirando, entre el miedo y la desconfianza. Supongo que yo lo viviría así... con miedo, con algo de esperanza, con algo de "a mí no me va a suceder", y con algo de escepticismo, de "esto no puede estar pasado".
Pero está pasando, y en muchas familias.
Es una situación que desconocía. No le tengo miedo, y sé que mi marido tampoco. Si sucede, pensaremos que es lo mejor para nuestra familia. Que de todo se sale, que "Dios aprieta, pero no ahoga", y que con menos, también se vive bien.
Hace meses que lo sabemos. Hace meses que, cada poco, llega a casa con cara de pocos amigos, contándome éste o aquel cotilleo, éste o aquel rumor...
"Dicen que la semana que viene saldrán las listas", me comenta, en la cena, un día. Al poco, le pregunto si hay novedades, y me responde "ahora se dice que hasta diciembre, no dirán nada". Pasan unos días, en los que no se habla del tema, y de repente llega comentándome el último rumor: "en marzo dirán definitivamente quiénes se van de la empresa".
En su departamento, si bien nunca hubo buen ambiente, ahora al parecer el aire se corta con tijeras.
Mucha lista, sí, pero lo cierto es que parece que están utilizando la técnica del goteo. Por eso, últimamente llega diciendo: "se han cargado a dos del departamento de al lado". Ayer, por ejemplo, fueron dos de su propio departamento, y hace media hora, me entero de que han despedido a su jefe. "Estamos sin jefe", me dice en bajito, desde el otro lado del teléfono. Y en seguida me corta. Queda hora y media para que llegue a casa, y no puedo evitar pensar en los cientos de personas que cada día acuden a ese lugar a trabajar. Entre ellos, por supuesto, mi marido. Pero los demás también tienen familia, hijos, hipotecas, sueños atrasados...
La empresa en cuestión es una gran multinacional. Hace dos años era un lugar puntero en beneficios sociales: descuentos en guarderías, en gimnasios... Grupos de todo tipo de deportes, clubes sociales, torneos entre trabajadores, grandes comilonas, cenolas, seguros médicos, inmensas pagas de beneficios... Una vida por todo lo alto.
Dos años más tarde, el silencio, según me cuentan, se mastica entre los pasillos.
Las trabajadoras despedidas lloran; los trabajadores despedidos se quedan en blanco.
Y los que continúan se quedan mirando, entre el miedo y la desconfianza. Supongo que yo lo viviría así... con miedo, con algo de esperanza, con algo de "a mí no me va a suceder", y con algo de escepticismo, de "esto no puede estar pasado".
Pero está pasando, y en muchas familias.
Es una situación que desconocía. No le tengo miedo, y sé que mi marido tampoco. Si sucede, pensaremos que es lo mejor para nuestra familia. Que de todo se sale, que "Dios aprieta, pero no ahoga", y que con menos, también se vive bien.
jueves, 6 de noviembre de 2008
Más descubrimientos...
Descubrimientos en la red
Para quien le apasionen, como a mí, las labores y las manualidades... Dejo unos descubrimientos que he hecho esta mañana. Pertenecen a una chica que se llama "Mar", y que tiene una tienda en León llamada "La mar de hilos". Es toda una artista. Su blog: http://mardehilos.blogspot.com
(Hay que citar siempre las fuentes).
¿Tensa? espera...
El domingo se supone que salgo de cuentas.
He trabajado hasta el martes, hasta que, intentando seguir el consejo de mi marido, he decidido darme 4 días de relax antes de que llegue la niña.
Ahora creo que podría haber seguido trabajando, aunque es cierto que también es bueno descansar un poco para la maratón que nos espera cuando llegue la pequeña María.
Si uno no quiere, en casa nunca hay tarea para aburrirse. Lo único que se resienten son las ideas para el blog, porque, como ya habréis visto, me alimento de las cosas que vivo, y de la gente con la que tropiezo en el camino... Como Joba, Cristian, o Jana. Vaya nombres ficticios tan raros que elijo, ahora que lo pienso.
En casa, sin embargo, no me encuentro con nadie. Lo más reseñable de hoy es que hemos vuelto a quedarnos sin agua, porque se ha vuelto a romper la misma cañería de las otras 8 veces (en 11 meses que llevo casada y viviendo aquí).
Sólo se me ocurre encadenarme al Canal Isabel II, para salir en televisión y que alguien haga a este barrio un poco de caso.
Una vecina ha bajado a la calle en bata y zapatillas, pisando sobre el barrizal que se ha formado al reventar nuestra amiga (ya como de la familia), la tubería. Supongo que haría comentarios sobre esto último, que me ha parecido surrealista, visto desde la terraza. Pero no es elegante ni caritativo, así que me guardo mi imagen de la pobre mujer chapoteando con su batita azul para comentarla más en la intimidad.
Mientras tanto, os pongo un par de fotos de la maravilla que me encontré esta mañana. ¡Así da gusto levantarse! Jajajaja...
viernes, 31 de octubre de 2008
Jana
Ayer fui a la pelu.
Una muy céntrica que está al ladito de mi trabajo.
Pensé que a las 3 de la tarde no habría nadie, y no me equivoqué.
Cuando llegué, había dos peluqueras charlando tranquilamente. Una era jovencilla, flaquita, todo nervio, con el pelo corto y un mechón casi blanco, teñido.
Otra era era más mayor, unos 50 años. Pensé que sería la encargada.
La jovencilla me cogió por banda. Pensé que podía llamarse Jana. Qué nombre tan raro, pero yo qué sé, es lo que se me ocurrió.
Jana empezó a "trabajar" en mi pelo y nos pusimos a hablar.
Casi al instante salió el tema de la crisis. Ella dijo que no la notaba por ningún sitio. Que la gente vivía por encima de sus posibilidades y que claro, así cualquiera estaba achuchado.
Ella tenía un hijo de 10 años. Se había quedado embarazada con 17 años, y desde aquel momento tuvo que comenzar a trabajar como una loca. Todo el tiempo en la peluquería, y cuando salía, a fregar portales. Los sábados se hacía hasta 9 portales.
Su marido tuvo que irse cuatro años a Bosnia (había sido militar).
Todo por sacar adelante a su pequeña familia. No había tenido vacaciones, porque cuando descansaba en la peluquería, se buscaba casas para limpiar.
En seguida me di cuenta de que tenía delante a un caso de "curranta nata", de tía madura que no le debe nada a nadie. De que su falta de grasa en el cuerpo era el resultado de una vida agitada, coherente, quizá muy dura, pero bien aprovechada.
"¿Nunca dudaste sobre si tener, o no tener a tu hijo? porque cuando te quedaste embarazada eras muy jovencilla"... le pregunté, con toda la intención.
"Nunca se me pasó por la cabeza no tener a mi hijo. Mi hijo es lo mejor que me ha pasado en la vida. Además, es una personilla que no ha pedido llegar, que está ahí... ¿cómo no iba a tenerlo?", me contestaba con acento de tipa un poco chunga...
Mientras hablábamos, la tía no paraba de trabajar. Tenía tanta fuerza en las manos que me pegaba unos tirones de campeonato. Pero es que curraba como si le fuera la vida en ello.
Al cabo de un rato comenzó a llegar más gente y salieron más peluqueras. Al lado de Jana, todas parecían unas pánfilas, que se le va a hacer.
En la tele tenían puesta la cadena de los 40 principales, y alguien cantaba una versión de "Campanera", la copla tan famosa de Joselito.
"Buff", protestó alguien.
"Pues a mí me gusta", dije yo. (No todo tiene que ser chunda-chunda, y además la niña que cantaba tenía mucho mérito, leñe).
"A mí también me gusta", dijo Jana. "Mi abuelo estaba todo el día con Rafael Farina y esta gente, y estoy acostumbrada"...
Eran casi las 6 de la tarde y la peluquera más mayor, que tan sólo había barrido un poco y mirado por la ventana en toda la tarde, dijo: "Si no viene más gente, yo me piro, lo tengo clarísimo".
Vi que Jana ponía la jeta hasta el suelo.
"¿Qué horario tenéis?", le pregunté, bajito.
"Hasta las 8:30 de la tarde... Pero aquí la que hace más horas soy yo, que parezco tonta, joé".
En fin. Me callé el comentario que tenía en la punta de la lengua, quemándome como si fuera una brasa.
Pero ojalá hubiera más gente como Jana...
Una muy céntrica que está al ladito de mi trabajo.
Pensé que a las 3 de la tarde no habría nadie, y no me equivoqué.
Cuando llegué, había dos peluqueras charlando tranquilamente. Una era jovencilla, flaquita, todo nervio, con el pelo corto y un mechón casi blanco, teñido.
Otra era era más mayor, unos 50 años. Pensé que sería la encargada.
La jovencilla me cogió por banda. Pensé que podía llamarse Jana. Qué nombre tan raro, pero yo qué sé, es lo que se me ocurrió.
Jana empezó a "trabajar" en mi pelo y nos pusimos a hablar.
Casi al instante salió el tema de la crisis. Ella dijo que no la notaba por ningún sitio. Que la gente vivía por encima de sus posibilidades y que claro, así cualquiera estaba achuchado.
Ella tenía un hijo de 10 años. Se había quedado embarazada con 17 años, y desde aquel momento tuvo que comenzar a trabajar como una loca. Todo el tiempo en la peluquería, y cuando salía, a fregar portales. Los sábados se hacía hasta 9 portales.
Su marido tuvo que irse cuatro años a Bosnia (había sido militar).
Todo por sacar adelante a su pequeña familia. No había tenido vacaciones, porque cuando descansaba en la peluquería, se buscaba casas para limpiar.
En seguida me di cuenta de que tenía delante a un caso de "curranta nata", de tía madura que no le debe nada a nadie. De que su falta de grasa en el cuerpo era el resultado de una vida agitada, coherente, quizá muy dura, pero bien aprovechada.
"¿Nunca dudaste sobre si tener, o no tener a tu hijo? porque cuando te quedaste embarazada eras muy jovencilla"... le pregunté, con toda la intención.
"Nunca se me pasó por la cabeza no tener a mi hijo. Mi hijo es lo mejor que me ha pasado en la vida. Además, es una personilla que no ha pedido llegar, que está ahí... ¿cómo no iba a tenerlo?", me contestaba con acento de tipa un poco chunga...
Mientras hablábamos, la tía no paraba de trabajar. Tenía tanta fuerza en las manos que me pegaba unos tirones de campeonato. Pero es que curraba como si le fuera la vida en ello.
Al cabo de un rato comenzó a llegar más gente y salieron más peluqueras. Al lado de Jana, todas parecían unas pánfilas, que se le va a hacer.
En la tele tenían puesta la cadena de los 40 principales, y alguien cantaba una versión de "Campanera", la copla tan famosa de Joselito.
"Buff", protestó alguien.
"Pues a mí me gusta", dije yo. (No todo tiene que ser chunda-chunda, y además la niña que cantaba tenía mucho mérito, leñe).
"A mí también me gusta", dijo Jana. "Mi abuelo estaba todo el día con Rafael Farina y esta gente, y estoy acostumbrada"...
Eran casi las 6 de la tarde y la peluquera más mayor, que tan sólo había barrido un poco y mirado por la ventana en toda la tarde, dijo: "Si no viene más gente, yo me piro, lo tengo clarísimo".
Vi que Jana ponía la jeta hasta el suelo.
"¿Qué horario tenéis?", le pregunté, bajito.
"Hasta las 8:30 de la tarde... Pero aquí la que hace más horas soy yo, que parezco tonta, joé".
En fin. Me callé el comentario que tenía en la punta de la lengua, quemándome como si fuera una brasa.
Pero ojalá hubiera más gente como Jana...
miércoles, 29 de octubre de 2008
Cuadricularse
No es fácil expresar lo que quiero decir.
Ante todo, lo más importante: "no todo es relativo". Es decir, creo que en esta vida debemos tener 3 o 4 cositas claras e inamovibles. Pero sólo 3 o 4. Las más importantes. Lo demás, mucho me temo, que sí que es relativo, u optativo, u... lo que sea.
Lo pensaba esta mañana: el peligro que tenemos, a veces, de juzgarlo todo bajo nuestras pequeñas gafitas que, sin querer, acortan la visión de la vida, que puede ser amplia y maravillosa.
Veréis qué anécdota tan curiosa:
Conocí una vez a un religioso "artista". Tenía el pelillo largo, las gafitas de John Lennon... era un tipo genial.
Me enseñó sus obras: hacía pintura, fotografía... Y curiosamente, algunos eran desnudos femeninos.
A mí me chocó. Debí de preguntarle algo al respecto, y él me contestó:
"Es más fácil quedarse dentro de una jaula, donde nunca te saldrás de la norma... Es más difícil salirte de esa jaula, donde es cierto que puedes caer... pero también podrás volar".
Me "obnubiló" con su argumento, y pensé que tenía razón.
Meses, o años, no recuerdo, más tarde, supe que aquel religioso había abandonado su congregación.
Aquello me dió pie a pensar en los riesgos de volar demasiado alto. Tan alto que la caída puede ser mortal.
Aún así, sigo pensando que hay que intentar volar. Y sobre todo, volar al lado de los que no piensan como nosotros. No diciendo "amén" a todo, del estilo:
"Qué guay, tía, que te hayas divorciado".
"Qué chupi que te líes con ese que juega contigo".
No.
Pero sí pensar... ¿Por qué se ha divorciado? ¿Qué pasa por su cabeza, cómo estará sufriendo, cómo puedo estar a su lado? Y comprender, incluso, que quizá no le quedaba otra solución.
o ¿por qué mi amiga se pone a tiro de cualquier tipejo que se le acerque? ¿Qué piensa de sí misma, cómo se queda después...?
A eso le llamaría yo volar.
No juzgar, no aplastar...
Ni mirarlo todo con mis gafas de ver de cerca, que no me dejan ver lo que hay alrededor.
Puede resultar complicado, y creo que de hecho, lo es. Se corre el riesgo de caer...
martes, 28 de octubre de 2008
Ayer me lanzaron un beso
Iba por la calle, a paso ligero, con mi evidente bombo y mi evidente cara de "siempre llego tarde y encima angustiada".
En la madrileñísima calle Mayor, donde uno puede coincidir con los ejemplares de seres humanos menos comunes (qué es un ser humano común?) vease: desde japos con cámaras, hasta musulmanas con burkas, pasando por Pacos Martínez Sorias con gallinas, una mujer rumana, gitana, se dirigió a mí desde el suelo, donde estaba sentada.
Su cara era muy dulce, pero siempre he pensado que ponían esa cara cuando querían pedir dinero. No me imaginé que esta vez sería diferente.
Pasé a su lado. Me sonrió, y me lanzó un beso.
No dijo nada más.
A lo mejor es que los hijos son sagrados para ellas, y yo, aunque en mejores condiciones, con más dinero y mejor vestida, en el fondo soy lo mismo que ella, una madre. Y a las madres hay que quererlas.
Qué suerte tengo, la verdad.
En la madrileñísima calle Mayor, donde uno puede coincidir con los ejemplares de seres humanos menos comunes (qué es un ser humano común?) vease: desde japos con cámaras, hasta musulmanas con burkas, pasando por Pacos Martínez Sorias con gallinas, una mujer rumana, gitana, se dirigió a mí desde el suelo, donde estaba sentada.
Su cara era muy dulce, pero siempre he pensado que ponían esa cara cuando querían pedir dinero. No me imaginé que esta vez sería diferente.
Pasé a su lado. Me sonrió, y me lanzó un beso.
No dijo nada más.
A lo mejor es que los hijos son sagrados para ellas, y yo, aunque en mejores condiciones, con más dinero y mejor vestida, en el fondo soy lo mismo que ella, una madre. Y a las madres hay que quererlas.
Qué suerte tengo, la verdad.
jueves, 23 de octubre de 2008
¿Dulce de membrillo?
Me cuenta una amiga que estaba rezando, por la noche, con uno de sus hijos pequeños. Ella le decía:
"Ángel..."
Y él contestaba:
"De mi guarda".
Y ella continuó:
"Dulce..."
Y él contestó:
"De membrillo".
Me ha parecido tan bueno que no he querido dejar de publicarlo. Si no, estas anécdotas se pierden... ¿A vosotros os han pasado cosas así?
viernes, 17 de octubre de 2008
De pequeños sustos cotidianos
Ayer tuve curso de preparación al parto.
Está siendo una experiencia muy bonita y curiosa a la vez para desterrar mitos y viejos temores quizá fundados, no lo sé. (Ya lo contaré)
Nos juntamos un montón de mamás con un bombo considerable. A mí me parece entrañable ver entrar en la clase a un ejército de barrigas y mujeres tambaleantes, seguidas de maridos o parejas babeantes tras su mujer, todos, ellos y ellas, sumidos en una especie de nebulosa tontaina y emocionada ante la posibilidad de que, en unas semanas, llegue a su recién formada familia, una pequeña criatura en la que volcar toneladas de cariño.
En la clase se respira una especie de normalidad feliz.
Tener un hijo es lo más normal del mundo, pero también es tan ilusionante que uno no lo vive como cualquier otra buena noticia. No.
Cuando estábamos a mitad de la clase, llegó una chiquilla de unos veintipocos años, muy linda y muy hippie. Sus pantalones campana, su camiseta gris, y un bombo que pedía a gritos terminar aquello cuanto antes.
Al final de la clase, levantó la mano para hacer una pregunta. Resulta que su médico quería provocarle el parto, pero no le había dicho que hubiera ningún problema para tener que hacerlo, en vez de dejar a la criatura seguir su curso natural.
El ginecólogo que impartía la clase, probablemente para no pillarse los dedos, intentó disculpar al médico, pero no fue nada claro.
Lo cierto es que todos captamos que el médico quería provocarle el parto simple y llanamente porque le venía bien quitarse ese parto de en medio, ya que según ella no había ninguna anomalía ni ninguna dificultad que lo recomendaran.
La chiquilla decía que el médico le había programado dar a luz pasado mañana, domingo. Y lo cierto es que comenzó a darme pena cuando me di cuenta de su voz quebrada y temblorosa:
"Por favor, doctor, dígame que no pasa nada si me provocan el parto, que no le pasará nada al bebé, ni va a sufrir. Por favor, ayúdeme, porque el domingo doy a luz".
El médico seguía sin querer "mojarse". Qué manía, qué asco de corporativismo, por favor. Entiendo que puedan faltar datos, pero siempre se puede ser más claro.
"Tienes que confiar en tu doctor, si no confías en él, no se puede trabajar. No sé si es bueno o malo que te lo provoquen, no sé nada, me faltan datos".
La criatura se fue de allí con un susto en el cuerpo de campeonato. ¿Si el bebé está bien, por qué no dejar que la naturaleza haga su trabajo?
Es cierto que a mí también me faltan datos.
Pero compadecí profundamente a aquella chica. 9 meses después de sentir a tu hijo moviéndose en tus entrañas, le notas tan indefenso y tan pequeño, que harías lo que fuera porque estuviera bien.
Cosas que pasan.
jueves, 16 de octubre de 2008
¿El mundo está loco?
Hoy he leído por ahí que hay personas que no saben encajar los parámetros del mundo en sus pequeños esquemas mentales. Y que cuando eso sucede, se revelan y hasta se violentan.
Me asusta que de antemano eso pueda pasarme a mí, pero también pienso que debe haber leyes universales, pactos no escritos entre los hombres para que la sociedad funcione con un mínimo de dignidad y respeto por la libertad.
Podría poner ejemplos sencillos y perfectamente entendibles: una madre no debe matar a su hijo. Hay animales que lo hacen, la verdad es que no sé decir por qué, pero sí recuerdo haber visto cómo algunas especies tienen que ser separadas de sus crías para evitar que las despedacen. Y eso, al ser humano, le horripila. De hecho, no creo que haya nadie "normal" sobre la tierra que aplauda ese comportamiento, por mucho que debamos respetar todas las "tendencias".
Bajemos a algo más mundano. Hasta gracioso, para muchos. Yo lo he encontrado surrealista.
En una facultad de Arquitectura de Galicia, en pleno acto de inauguración de curso, los profesores han organizado un streptease para hacer que sus alumnos pierdan ciertos respetos y abran su mente y se quiten los prejuicios.
A mí me parece de aurora boreal, pero lo más curioso de todo es la interpretación de los medios de comunicación. En varias emisoras de radio y televisiones he podido oír ya el desacuerdo de los tertulianos/opinadores sobre todo. La cosa es ¿por qué tenían que ser dos mujeres las que hicieran el streptease? ¿No va eso en contra de la ley de paridad?
Madre mía. ¿Osea que a nadie le sale de madre lo del streptease? ¿A todo el mundo le parece una buena idea una falta de respeto tal, un acto tan sumamente denigrante para la mujer y para quien la observa?
¿El mundo está loco?
No sé. Yo creía que había más sentido común, pero tonterías cotidianas como ésta me preocupan más que la propia crisis.
Me asusta que de antemano eso pueda pasarme a mí, pero también pienso que debe haber leyes universales, pactos no escritos entre los hombres para que la sociedad funcione con un mínimo de dignidad y respeto por la libertad.
Podría poner ejemplos sencillos y perfectamente entendibles: una madre no debe matar a su hijo. Hay animales que lo hacen, la verdad es que no sé decir por qué, pero sí recuerdo haber visto cómo algunas especies tienen que ser separadas de sus crías para evitar que las despedacen. Y eso, al ser humano, le horripila. De hecho, no creo que haya nadie "normal" sobre la tierra que aplauda ese comportamiento, por mucho que debamos respetar todas las "tendencias".
Bajemos a algo más mundano. Hasta gracioso, para muchos. Yo lo he encontrado surrealista.
En una facultad de Arquitectura de Galicia, en pleno acto de inauguración de curso, los profesores han organizado un streptease para hacer que sus alumnos pierdan ciertos respetos y abran su mente y se quiten los prejuicios.
A mí me parece de aurora boreal, pero lo más curioso de todo es la interpretación de los medios de comunicación. En varias emisoras de radio y televisiones he podido oír ya el desacuerdo de los tertulianos/opinadores sobre todo. La cosa es ¿por qué tenían que ser dos mujeres las que hicieran el streptease? ¿No va eso en contra de la ley de paridad?
Madre mía. ¿Osea que a nadie le sale de madre lo del streptease? ¿A todo el mundo le parece una buena idea una falta de respeto tal, un acto tan sumamente denigrante para la mujer y para quien la observa?
¿El mundo está loco?
No sé. Yo creía que había más sentido común, pero tonterías cotidianas como ésta me preocupan más que la propia crisis.
miércoles, 15 de octubre de 2008
Encuesta. Vota a tu viejito favorito
A mí la gente mayor me gusta mucho.
Me gusta ese punto de niños que tienen, de querer acaparar el cariño, mientras que con la otra mano te educan y te enseñan lo que ninguna Universidad puede ofrecerte.
Me gusta que me cuenten cómo eran las cosas antes, que recuerden sus épocas felices, que huelan a salón de casa, o mejor aún, a salita, que te den un regalo que significa todo para ellos.
La verdad es que me acuerdo mucho de mi abuela.
Pero independientemente de ella. Esta entrada la escribo porque hoy una monja de clausura súper pequeña (¿alguien ha conocido alguna vez una monja de clausura que mida más de 1,50?) ha salido de su habitáculo para recoger la Iglesia una vez celebrada la misa.
Caminaba arrastrando los pies, y en cada movimiento se desprendía algo diferente que no soy capaz de ver en la gente de la calle.
Me pareció totalmente achuchable, y me tuve que contener en mi banco para no pedirle que me diera un abrazo, tan sólo un ratito, antes de irme a trabajar. Con gusto me hubiera hundido unos minutos en su hábito, que aunque nunca sería como la chaquetita de lana de mi abuela, bien hubiera hecho "las funciones de".
La cosa es que a mí la gente mayor me gusta mucho.
Y aunque este blog no lo lee casi nadie (la culpa es mía por muchos motivos), he decidido lanzar al aire la pregunta imaginaria "¿Cuál es tu viejito favorito?".
Porque todos conocemos un viejito maravilloso al que adoramos, al que achucharíamos una y mil veces, aunque se repita y cuente cada poco la misma historia, aunque quiera acaparar nuestra atención con sus quejumbres... O aunque su alma eternamente joven tenga a su familia con el alma en vilo porque no acabe de comprender que ya no tiene edad para hacer ciertas cosas (estos últimos son mis favoritos, los que cogen el coche con 95 años, etc.)
Yo voto, la primera, por mi abuela Conchita. Por su silenciosa enfermedad. Por su vida entera, y por el sentido del humor que siempre tuvo aunque ella nunca se dió cuenta.
viernes, 10 de octubre de 2008
¿Y para cuándo la prostitución?
Dice el alcalde de Madrid que los hombres que llevan carteles publicitarios colgados de la espalda y del pecho ya no deben existir más en la ciudad. Que su trabajo es indigno, que no es sólo cuestión de estética.
Se ha abierto la veda sobre la dignidad o la indignidad de los trabajos. Los hombres-anuncio, todo un clásico en el centro de Madrid, protestan diciendo que lo verdaderamente indigno es no tener trabajo, y de paso aprovechan para mencionar los 14 coches escolta del alcalde, o los 3.000 euros que, dicen, cobra el alcalde todos los meses (sinceramente yo diría que cobra más).
De paso le dejan caer a ver si hubiera algún trabajillo para ellos en el ayuntamiento.
No quiero entrar, porque no sabría decir, en si su trabajo es indigno o no, aunque yo apuesto a que no lo es; de la misma manera que no lo son, como bien dicen hoy los periódicos, los trajes que llevan los deportistas, bien repletos de logotipos de los sponsors que les patrocinan.
En todo caso. Lo verdaderamente chirriante aquí es el extraño concepto de dignidad que se ha sacado a la palestra de la calle.
¿Y la prostitución?
¿Es más digno vender tu propio cuerpo, que vender oro y joyas?
¿Cuándo van a prohibir la prostitución?
¿Por qué no hay tolerancia cero de verdad con las mujeres que esperan medio desnudas, casualmente también en el centro de Madrid, conviviendo con los hombres-anuncio, esos que soportan el peso de un trabajo tan "indigno"?
¿Cuándo van a ser penalizados los hombres que hacen uso de tal esclavitud?
¿Cuándo se van a enumerar los irreversibles daños que provoca en la mujer un trabajo como éste? Porque la silicosis de los mineros es como un juego de niños comparados con los daños psicológicos que (yo lo he podido comprobar) causa el hecho de que, un día tras otro, te traten como si fueras una basura, un cacho de carne.
"La prostitución existe porque tú la pagas", dice una de las campañas más inteligentes que he visto.
Con el silencio de los políticos, también se paga la prostitución.
Y no digo más porque me subo por las paredes y luego me arrepiento de las cosas que escribo.
martes, 7 de octubre de 2008
Parece que es un día especial
Mi marido se ha levantado a las 6 de la mañana. Se ha ido a las 6:30, cuando el taxi que le llevaría a Atocha estaba ya esperando por él debajo de casa.
Yo me he levantado a los pocos minutos, y ha comenzado la vorágine matutina que consiste en hacer muchísimas cosas en muy poco tiempo, para bajar a mi hora a coger el autobús que me lleve al trabajo.
Ducha, selección de modelito (cada vez más difícil ir mona a trabajar con este barrigón), restauración de cara (maquillaje, colorete, rimmell...), ventilación de casa, cama, orden, fugaz desayuno...
Con la cabeza llena de prisas bajé trotando cual rinoceronte que pesa media tonelada (el trote no viene a ser lo mismo que el de una gacela) hasta la parada del autobús. Miré mi móvil y me enteré, gracias a la agenda, de que hoy era Nuestra Señora del Rosario. Pensé "venga, hoy voy a intentar rezarlo mejor que nunca".
Cogí mi MP3 y mi Rosario, y empecé. El MP3 reza conmigo todos los días. En su día tuve la feliz idea de bajarme los cuatro misterios de internet, para que, en el transporte cotidiano de Madrid alguien rezara conmigo y me ayudara a concentrarme.
Y es que tengo una inseparable compañera de viaje, en la vida, que se llama imaginación. Es "la loca de la casa", como decía Santa Teresa. Una bendición y una desgracia a veces, según se mire.
En el rezo del Rosario la loca de la casa y yo parecemos Pimpinela. Podría encerrarme en un cuarto oscuro, y aún así el Rosario sería un "Rosario" (nunca mejor dicho) de imágenes reales, soñadas, conversaciones, recuerdos, mezcladas con Avemarías y letanías. Si encima de no estar en un cuarto oscuro, me encuentro sentada en un autobús, el Rosario se convierte en una aventura diaria. Ficho a cada persona que entra, la analizo, la disecciono, le hago una autopsia, y cuando me doy cuenta, vuelvo a rezar de nuevo.
Así a diario. Con el propósito, cada día, de hacerlo mejor. Con los mismos resultados, cada día.
Hoy se contemplaban los "Misterios dolorosos".
"La coronación de espinas". "Señor, todas aquellas veces que te humillan, que te aplastan, que se ríen de ti..." y enlazo con los recuerdos de sacerdotes, especialmente uno, del que todo el mundo parece burlarse...
"Jesús con la Cruz a cuestas"... y me vienen a la cabeza todas aquellas personas que luchan contra una grave enfermedad...
Así se me pasa el Rosario, mientras la gente entra y sale, en una extraña amalgama de caras, ofrecimientos, el dolor, la alegría, cuánta gente no Te conoce, cuánta gente Te ignora...
Y al terminar, me siento rara. Ha sido algo especial. Las prisas han dejado lugar a la profundidad en medio de tanto ruido. Pienso que en algún lugar han hecho un esfuerzo muy grande para llegar hasta mi corazón. Y creo que ha sido un regalo matutino de los que no se prodigan.
viernes, 3 de octubre de 2008
Ayer creí que...
Hubiera sido un buen día, no me hubiera importado nada, y aunque me hubiera pillado desprevenida, realmente creo que estaba preparada.
Aunque aún me queda un mes para dar a luz, ayer me levanté con molestias. Como soy primeriza y en estas cosas no sé si voy o si vengo, creí que me había puesto de parto.
Tras intentar localizar a mi médico, y saber que estaba en un crucero (qué casualidad más tonta), acabé en el servicio de urgencias de mi clínica.
Al principio me encajaron un susto de dimensiones astronómicas: "Veremos a ver si tienes una amenaza de parto prematuro".
Las pruebas no fueron muy agradables, pero poco a poco me voy haciendo a la idea de que el pudor a partir de ahora, en mi vida, se va a tener que quedar en las puertas de las clínicas, para ser recogido cuando salga de ellas.
Por fín entendí aquello de "me dejaron tirada no sé cuántas horas, monitorizada..." Una leyenda urbana que he ido escuchando cientos de veces en los cientos de partos horribles que me han ido narrando a lo largo de mi vida.
Con mi revista del corazón que mi ángel custodio había programado que casualmente llevara encima, me tiré una hora escuchando los latidos de mi pequeña María, mientras intentaba hacer como que no escuchaba los gemidos de dolor de una madre a punto de dar a luz en la sala de enfrente.
Junto con aquellos gemidos, se escuchaba llorar a un bebé recién nacido que había visto al entrar: arropado por una manta verde de hospital, aún lleno de sangre, pequeñísimo, diminuto, observado minuciosamente por su papá.
Un papá increíblemente sereno. Me imaginé a mi marido y no consigo verle si no es llorando como un crío.
A pesar de todo ello, el silencio y la luz tenue envolvían aquellas estancias.
Cuando salí, con mi papelito firmado que ponía que me encontraba perfectamente, pensé que una madre nunca debe estar sola en un parto, y que los ángeles custodios habían preparado aquel día para que no le tuviera tanto temor cuando llegue el gran día.
Me pareció que quizá todo es más sencillo de lo que yo siempre he creído. No sé. Ya os contaré.
Aunque aún me queda un mes para dar a luz, ayer me levanté con molestias. Como soy primeriza y en estas cosas no sé si voy o si vengo, creí que me había puesto de parto.
Tras intentar localizar a mi médico, y saber que estaba en un crucero (qué casualidad más tonta), acabé en el servicio de urgencias de mi clínica.
Al principio me encajaron un susto de dimensiones astronómicas: "Veremos a ver si tienes una amenaza de parto prematuro".
Las pruebas no fueron muy agradables, pero poco a poco me voy haciendo a la idea de que el pudor a partir de ahora, en mi vida, se va a tener que quedar en las puertas de las clínicas, para ser recogido cuando salga de ellas.
Por fín entendí aquello de "me dejaron tirada no sé cuántas horas, monitorizada..." Una leyenda urbana que he ido escuchando cientos de veces en los cientos de partos horribles que me han ido narrando a lo largo de mi vida.
Con mi revista del corazón que mi ángel custodio había programado que casualmente llevara encima, me tiré una hora escuchando los latidos de mi pequeña María, mientras intentaba hacer como que no escuchaba los gemidos de dolor de una madre a punto de dar a luz en la sala de enfrente.
Junto con aquellos gemidos, se escuchaba llorar a un bebé recién nacido que había visto al entrar: arropado por una manta verde de hospital, aún lleno de sangre, pequeñísimo, diminuto, observado minuciosamente por su papá.
Un papá increíblemente sereno. Me imaginé a mi marido y no consigo verle si no es llorando como un crío.
A pesar de todo ello, el silencio y la luz tenue envolvían aquellas estancias.
Cuando salí, con mi papelito firmado que ponía que me encontraba perfectamente, pensé que una madre nunca debe estar sola en un parto, y que los ángeles custodios habían preparado aquel día para que no le tuviera tanto temor cuando llegue el gran día.
Me pareció que quizá todo es más sencillo de lo que yo siempre he creído. No sé. Ya os contaré.
miércoles, 1 de octubre de 2008
Si tu propia sombra te persigue...
Ayer estuve con mi amiga, la pianista, la que se siente ante su propia vida como un pinguino en un garaje.
Volvió a resumirme su larga lista de descontentos vitales. Es verdad que no lo tiene fácil. Una pianista que no es Richard Clayderman, es decir, que lo de dar conciertos no es fácil si no tienes un nombre... y a la que no le llena la docencia, pues sí, no lo tiene fácil... Y mucho menos si aspiras a tener un sueldo normal, una vida ordenada y compañías estables emocionalmente.
Mi amiga no sabe si vivir sola o con sus padres, en una ciudad grande, o en una ciudad pequeña. Si trabajar como acompañante, como concertista, como profesora...
Todo tiene para ella desventajas, y todo es incómodo, especialmente su soledad.
No sabe a dónde largarse que se encuentre bien consigo misma.
Yo me acordé de aquella frase de San Agustín, que aquel día tanto me ayudó: "¿A dónde podré irme que pueda huir de mí mismo?". Vale, no es textual.
Pero en su día significó "podría llegar al Polo Norte, pero mi problema me seguiría. No hay lugar tan lejano en el que mi sombra no me persiga".
Yo no sé si me entendió mi amiga, la artista, de la que yo siempre estoy tan orgullosa.
Pero le dije claramente que primero tenía que llenar ese agujero que siente en el alma, y después, tomar una decisión.
Le dejé un libro: "La libertad interior". Ojalá le dé luz. A mí las palabras se me quedan cortas. Hay una frontera que el "consejero" ya no puede transpasar.
Volvió a resumirme su larga lista de descontentos vitales. Es verdad que no lo tiene fácil. Una pianista que no es Richard Clayderman, es decir, que lo de dar conciertos no es fácil si no tienes un nombre... y a la que no le llena la docencia, pues sí, no lo tiene fácil... Y mucho menos si aspiras a tener un sueldo normal, una vida ordenada y compañías estables emocionalmente.
Mi amiga no sabe si vivir sola o con sus padres, en una ciudad grande, o en una ciudad pequeña. Si trabajar como acompañante, como concertista, como profesora...
Todo tiene para ella desventajas, y todo es incómodo, especialmente su soledad.
No sabe a dónde largarse que se encuentre bien consigo misma.
Yo me acordé de aquella frase de San Agustín, que aquel día tanto me ayudó: "¿A dónde podré irme que pueda huir de mí mismo?". Vale, no es textual.
Pero en su día significó "podría llegar al Polo Norte, pero mi problema me seguiría. No hay lugar tan lejano en el que mi sombra no me persiga".
Yo no sé si me entendió mi amiga, la artista, de la que yo siempre estoy tan orgullosa.
Pero le dije claramente que primero tenía que llenar ese agujero que siente en el alma, y después, tomar una decisión.
Le dejé un libro: "La libertad interior". Ojalá le dé luz. A mí las palabras se me quedan cortas. Hay una frontera que el "consejero" ya no puede transpasar.
lunes, 29 de septiembre de 2008
La mariquita aventurera
Escribí este cuento hace varios años. Hoy me lo he encontrado , por casualidad, y pensé que era un poco tonto, pero gracioso. Así que voy a aprovecharlo para mi blog, así no caerá en el olvido...
Había una vez una mariquita que se paseaba en bicicleta por mi “violeta africana” del salón. La descubrí porque era muy ruidosa, y es que hacía siglos que no engrasaba las ruedas. De tanto hacer fuerza con los pedales, movía la hoja por la que se paseaba hasta que ésta, naturalmente, se quejó:
-¡Ay!
En ese momento es cuando me di cuenta de que algo sucedía. Me acerqué a mi plantita, y pregunté:
-¿Qué pasa?
Nadie respondió.
-¿Quién ha dicho “ay”?- pregunté, pensando que quizá lo había imaginado.
Entonces oí un leve:
-Perdón… he sido yo…
Y entonces la vi:
-¡Dios mío! ¡Una mariquita en bicicleta!
La pobre mariquita sudaba horrores. Había llegado a la cima de la hoja, y ahora ésta se balanceaba suavemente por el peso de la mariquita y su bicicleta.
-¿Cómo has llegado hasta ahí?
-Con mucho esfuerzo…- dijo la mariquita, poniéndose algo más roja… si se puede.
Entonces me reí, pues me hizo mucha gracia la situación, pero en seguida tuve que parar, porque me di cuenta de que mi risa había propiciado todo un vendaval en las hojas de mi violeta africana, y la pobre mariquita se agarraba a su bicicleta como si se enfrentara a un tornado.
-¿Y hacia dónde te diriges? –le pregunté, para que viese que tenía interés por ella y que no quería hacerle daño.
-Voy a dar la vuelta al mundo en bicicleta– me dijo, sin inmutarse.
Yo no me lo podía creer. ¿Dar la vuelta al mundo? ¿Con lo pequeñísima que era ella, y lo enorme que era el mundo?
-Sí-, me dijo convencida. –Quiero conocer el mundo, hacerme grande y valiente, y volver a mi tierra como una triunfadora.
-¿Y vienes desde muy lejos?
-Bueno, sí… vengo desde la casa del vecino. Y llevo ya casi un mes de viaje…
Me quedé pensativa. ¡Un mes de viaje y sólo había atravesado una casa! Jamás conseguiría dar la vuelta al mundo… ¿Jamás? Uno nunca sabe… ¿Y si le echara una mano?
-Oye mariquita…-le dije -¿qué te parece si te echo una mano? Sé que estos días está atracado en el puerto un barco que se dirige a otro continente. ¡Nada menos que a América! ¿Quieres que te lleve?
La mariquita abrió los ojos todo lo que pudo:
-¿De verdad harías eso por mí?
-¡Claro, a mí no me cuesta nada!
Así fue cómo llevé a la mariquita en bicicleta hasta el enorme trasantlántico que se encontraba anclado en el muelle. Dos días más tarde, el barco partía hacia el nuevo continente.
De esto hace ya varios años. Ya casi no me había vuelto a acordar de mi amiga la mariquita. Pero hoy la he recordado, porque, al ir a regar mi preciosa violeta africana, me encontré con una cosita blanca en una hoja. Cuando ya iba a tirarla, me di cuenta de que era un papelito con algo escrito. Tuve que coger una lupa para poder leerlo. En él ponía:
-¡Lo conseguí, gracias a ti!
Y entonces me di cuenta de que lo que para nosotros puede ser un pequeño gesto, a muchos puede cambiarles la vida.
jueves, 25 de septiembre de 2008
Entre limones
Me encanta engancharme a un libro.
Me ha sucedido varias veces este año, y sinceramente, espero que me suceda muchísimas veces más, en los años que me quedan de vida.
Entre limones está escrito por un tipo especial, fundador del grupo de música Génesis, donde tanto tiempo cantó Phil Collins y tocó la batería Peter Gabriel.
Pero este personaje, Chris Stewart, es muy peculiar. De hecho, es una gozada pensar que resulta totalmente inclasificable.
Músico, esquilador de ovejas, aprendiz de agricultor, y hasta de albañil. De todo tuvo que hacer el día que decidió mudarse de su Inglaterra natal hasta un cortijo semi abandonado de las Alpujarras granadinas.
El libro narra, de una forma realmente amena, todas las aventuras que le suceden desde que llega al cortijo, junto a su mujer (un matrimonio de lo más extraño, pero que funciona), hasta que, al cabo de unos años, logra hacerse con un hueco, un hombre y unos cuantos amigos en aquel lugar que tan idílico les resulta a tantos extranjeros.
Aunque se trata de un ser un tanto excéntrico (¿quién deja una vida acomodada en Inglaterra para irse a vivir a un cortijo, sin electricidad ni agua?), Cristóbal (como le llaman los alpujarreños), tiene su punto de sentido común y desde él describe a los personajes con los que se va encontrando con el tiempo.
Alemanes, holandeses, ingleses... todos excéntricos, vegetarianos radicales, o seguidores de la New Age hasta puntos inimaginables.
Entre limones, aparte de haberme hecho pasar un buen rato, me ha ayudado a abrir mi mente a nuevas opciones de vida.
No es que crea que todas las opciones de vida son válidas. Lo siento mucho, qué poco tolerante soy.
Pero creo que es importante saber lo que hay al otro lado de tu pequeño mundo. Y es una maravilla que sean los libros los que te muestren lo que tú no puedes ver. Que me presenten personajes que yo nunca pensé que pudieran existir. Me gusta conocer gente. Si es en persona, mejor. Pero en su defecto, un libro no está nada, nada mal.
viernes, 19 de septiembre de 2008
Pablo y Paula
Les conocí en el año 2005, en Matola (Mozambique).
Él había acabado una ingeniería, y ella estudiaba arquitectura.
Tenían una sonrisa dulce, eran muy, muy hippies, y se habían tomado muy en serio su labor con los niños en Mozambique.
A Paula no tuve ocasión de conocerla tanto, pues durante el día, el grupo de españoles nos repartíamos en diferentes proyectos y tan sólo nos veíamos por la noche, a la hora de la cena.
Pero Pablo trabajó conmigo todo un mes en un "campamento urbano" que organizamos en un colegio de Hijas de la Caridad. Allí los niños tan sólo tienen 4 horas de clase, porque hay tantos que normalmente se establecen diferentes turnos para que todos puedan tener su oportunidad.
Lo cierto es que en cuatro horas, las criaturas aprenden básicamente a leer y a escribir, a sumar y a restar, y todo lo que en España, por ejemplo, damos por hecho, para ellos son lujos impensables que ni saben que conocen.
Nuestra tarea era pasar otras 4 horas con ellos, un grupo por la mañana, otro por la tarde, y enseñarles juegos, manualidades (¿manualidades, qué es eso, por Dios?), y apoyo escolar.
Fue el mejor verano de mi vida, con diferencia.
Las religiosas nos habían escogido a los niños más desfavorecidos: aquellos que no tenían padres, que estaban todo el día en la calle, que eran maltratados, incluso prostituidos, que no comían más que lo que les ofrecían en el colegio...
Vivimos un mes con historias tan duras que, al llegar a España y ver a un niño con fiebre, no podías evitar echarte a llorar recordando las malarias que les hacían tirarse en el suelo hasta que podían caminar y volver a sus casas... Jugamos con tiña y con sarna, con sida y con prostitución tan de cerca que creí que no viviría para contarlo. Pero lo contamos, y los cuatro amigos que estuvimos allí, sufrimos una experiencia que nos cambió la vida para siempre.
Y entre ellos estaba Pablo. El único chico del grupo. Aquel del que las niñas de ojos profundamente negros y trencitas estaban enamoradas sin pudor ni disimulo.
Y no era para menos.
Pablo les gastaba bromas, les quería, porque al fin y al cabo íbamos a quererles un mes entero, entregados complemente a ellos. Jugó con ellos hasta la extenuación, y ellos se volcaron en él como cuando te vuelcas en el monitor de tus sueños del campamento. Sólo que sin saber bien qué es un campamento, un monitor, o una manualidad. Da igual, porque en eso, los niños de Matola son como los de cualquier sitio de España.
El otro día me dijeron, Pablo y Paula que se vuelven a Mozambique.
Que lo dejan todo.
Él, su empresa. Ella, su estudio de arquitectura.
Se van y no saben cuándo volverán.
Seguirán llevando sus pendientillos y sus pantalones de rayas, los dos.
Me los imagino caminando entre la arena roja de Mozambique, yendo de excursión a alguna playa del paraíso, entrando en las chocitas de nuestros niños, hablando con las monjitas de aquí y allá... Organizando mil cosas y llorando de alegría y de tristeza cada poco.
Y sí, me dan envidia.
Aunque les fría a mails y les obligue bajo pena de muerte a mandarme fotos de lo que han crecido nuestros niños, que ya no lo serán tanto... Me dan envidia.
Él había acabado una ingeniería, y ella estudiaba arquitectura.
Tenían una sonrisa dulce, eran muy, muy hippies, y se habían tomado muy en serio su labor con los niños en Mozambique.
A Paula no tuve ocasión de conocerla tanto, pues durante el día, el grupo de españoles nos repartíamos en diferentes proyectos y tan sólo nos veíamos por la noche, a la hora de la cena.
Pero Pablo trabajó conmigo todo un mes en un "campamento urbano" que organizamos en un colegio de Hijas de la Caridad. Allí los niños tan sólo tienen 4 horas de clase, porque hay tantos que normalmente se establecen diferentes turnos para que todos puedan tener su oportunidad.
Lo cierto es que en cuatro horas, las criaturas aprenden básicamente a leer y a escribir, a sumar y a restar, y todo lo que en España, por ejemplo, damos por hecho, para ellos son lujos impensables que ni saben que conocen.
Nuestra tarea era pasar otras 4 horas con ellos, un grupo por la mañana, otro por la tarde, y enseñarles juegos, manualidades (¿manualidades, qué es eso, por Dios?), y apoyo escolar.
Fue el mejor verano de mi vida, con diferencia.
Las religiosas nos habían escogido a los niños más desfavorecidos: aquellos que no tenían padres, que estaban todo el día en la calle, que eran maltratados, incluso prostituidos, que no comían más que lo que les ofrecían en el colegio...
Vivimos un mes con historias tan duras que, al llegar a España y ver a un niño con fiebre, no podías evitar echarte a llorar recordando las malarias que les hacían tirarse en el suelo hasta que podían caminar y volver a sus casas... Jugamos con tiña y con sarna, con sida y con prostitución tan de cerca que creí que no viviría para contarlo. Pero lo contamos, y los cuatro amigos que estuvimos allí, sufrimos una experiencia que nos cambió la vida para siempre.
Y entre ellos estaba Pablo. El único chico del grupo. Aquel del que las niñas de ojos profundamente negros y trencitas estaban enamoradas sin pudor ni disimulo.
Y no era para menos.
Pablo les gastaba bromas, les quería, porque al fin y al cabo íbamos a quererles un mes entero, entregados complemente a ellos. Jugó con ellos hasta la extenuación, y ellos se volcaron en él como cuando te vuelcas en el monitor de tus sueños del campamento. Sólo que sin saber bien qué es un campamento, un monitor, o una manualidad. Da igual, porque en eso, los niños de Matola son como los de cualquier sitio de España.
El otro día me dijeron, Pablo y Paula que se vuelven a Mozambique.
Que lo dejan todo.
Él, su empresa. Ella, su estudio de arquitectura.
Se van y no saben cuándo volverán.
Seguirán llevando sus pendientillos y sus pantalones de rayas, los dos.
Me los imagino caminando entre la arena roja de Mozambique, yendo de excursión a alguna playa del paraíso, entrando en las chocitas de nuestros niños, hablando con las monjitas de aquí y allá... Organizando mil cosas y llorando de alegría y de tristeza cada poco.
Y sí, me dan envidia.
Aunque les fría a mails y les obligue bajo pena de muerte a mandarme fotos de lo que han crecido nuestros niños, que ya no lo serán tanto... Me dan envidia.
lunes, 15 de septiembre de 2008
Lo que somos
No sé si a todo el mundo le sucede, pero en mi trabajo somos más bien pocos y pasamos mucho tiempo juntos.
Eso da lugar a que, después de unos años, todos nos conozcamos como si fuéramos de la familia, y podríamos enumerar de memoria las cualidades y defectos de cada uno.
Hoy he sido testigo de una escena un poco triste y desagradable.
¿Quién no tiene a un imprudente en su vida?
Yo lo tengo. No sé si varios, pero al menos uno, que yo recuerde.
Se trata de un imprudente compulsivo, lleno de buenas intenciones y de resultados casi siempre desastrosos.
Además de imprudente, es inocentón y bonachón, lo que resulta una combinación perfecta para hacerse con el blanco de todas las bromas y todos los desprecios de cada día, especialmente esos días en los que estamos más nerviosos.
Hoy ha muerto la hermana de una compañera. Y a ésta persona imprudente, que además resulta ser el jefe que más se preocupa por nuestra vida (sí, de forma un poco imprudente) se le ha ocultado.
Cuando se ha enterado se ha llevado un disgusto de campeonato porque se había preocupado durante mucho tiempo por la salud de esta persona, moviéndose incluso y haciendo favores varios para que todo fuera lo más fácil posible.
Él creyó merecer la noticia de la muerte de esta persona de la que tanto se ha preocupado.
Y yo creo también que lo merecía.
Sí, cada uno es lo que es.
Sí, mi imprudente cotidiano es capaz de presentarse en paritorio en el que estás dando a luz, y tiene el récord de frases desafortunadas por segundo del libro Guinness.
Pero somos lo que somos. Un poco más de manga ancha, por Dios.
Digo yo.
Eso da lugar a que, después de unos años, todos nos conozcamos como si fuéramos de la familia, y podríamos enumerar de memoria las cualidades y defectos de cada uno.
Hoy he sido testigo de una escena un poco triste y desagradable.
¿Quién no tiene a un imprudente en su vida?
Yo lo tengo. No sé si varios, pero al menos uno, que yo recuerde.
Se trata de un imprudente compulsivo, lleno de buenas intenciones y de resultados casi siempre desastrosos.
Además de imprudente, es inocentón y bonachón, lo que resulta una combinación perfecta para hacerse con el blanco de todas las bromas y todos los desprecios de cada día, especialmente esos días en los que estamos más nerviosos.
Hoy ha muerto la hermana de una compañera. Y a ésta persona imprudente, que además resulta ser el jefe que más se preocupa por nuestra vida (sí, de forma un poco imprudente) se le ha ocultado.
Cuando se ha enterado se ha llevado un disgusto de campeonato porque se había preocupado durante mucho tiempo por la salud de esta persona, moviéndose incluso y haciendo favores varios para que todo fuera lo más fácil posible.
Él creyó merecer la noticia de la muerte de esta persona de la que tanto se ha preocupado.
Y yo creo también que lo merecía.
Sí, cada uno es lo que es.
Sí, mi imprudente cotidiano es capaz de presentarse en paritorio en el que estás dando a luz, y tiene el récord de frases desafortunadas por segundo del libro Guinness.
Pero somos lo que somos. Un poco más de manga ancha, por Dios.
Digo yo.
Corto y pego...
... del blog "Pensar por libre", de don Enrique Monasterio.
Hablábamos de lo de siempre, de sus pequeñas batallas interiores, que nunca faltan gracias a Dios, y yo le sugerí algunos propósitos. Repetí un par de veces esta palabra, "propósitos", y entonces me interrumpió con un gesto.
—Me he pasado media vida haciendo propósitos y otra media comprobando que nunca sale ninguno. Bueno, hubo uno que sí cumplí: hace veinte años logré dejar de fumar.
—Sin embargo —le dije— esos propósitos aparentemente fallidos han ido configurando tu vida. Eres lo que eres gracias a ellos. Esto es una olimpiada, y en la lucha interior lo importante sí que es participar. Quizá sea cierto que hasta ahora no has logrado una sola medalla; pero tienes una buena musculatura en el alma, y al final eso es lo que cuenta. El día que dejes de hacer propósitos habrás sido derrotado definitivamente.
—Pero usted siempre me habla de propósitos pequeños —insistió—. No le veo mucho sentido. Por una parte dice que debo aspirar a la santidad, o sea al Cielo, y luego pretende que suba con una escalera de cuatro o cinco peldaños que además se van rompiendo a cada paso.
Quizá fue entonces cuando traje a colación aquel balance de su vida que escribió San Pablo, prisionero en Roma y a punto de morir:
He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. Ahora sólo me queda esperar la corona de de la victoria que Dios me dará como justo Juez.
—Como ves, basta con luchar hasta el último asalto y poner esa ridícula escalera de pequeños propósitos apuntando directamente al Cielo. Dios bajará a darte la mano, no te preocupes.
Hablábamos de lo de siempre, de sus pequeñas batallas interiores, que nunca faltan gracias a Dios, y yo le sugerí algunos propósitos. Repetí un par de veces esta palabra, "propósitos", y entonces me interrumpió con un gesto.
—Me he pasado media vida haciendo propósitos y otra media comprobando que nunca sale ninguno. Bueno, hubo uno que sí cumplí: hace veinte años logré dejar de fumar.
—Sin embargo —le dije— esos propósitos aparentemente fallidos han ido configurando tu vida. Eres lo que eres gracias a ellos. Esto es una olimpiada, y en la lucha interior lo importante sí que es participar. Quizá sea cierto que hasta ahora no has logrado una sola medalla; pero tienes una buena musculatura en el alma, y al final eso es lo que cuenta. El día que dejes de hacer propósitos habrás sido derrotado definitivamente.
—Pero usted siempre me habla de propósitos pequeños —insistió—. No le veo mucho sentido. Por una parte dice que debo aspirar a la santidad, o sea al Cielo, y luego pretende que suba con una escalera de cuatro o cinco peldaños que además se van rompiendo a cada paso.
Quizá fue entonces cuando traje a colación aquel balance de su vida que escribió San Pablo, prisionero en Roma y a punto de morir:
He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. Ahora sólo me queda esperar la corona de de la victoria que Dios me dará como justo Juez.
—Como ves, basta con luchar hasta el último asalto y poner esa ridícula escalera de pequeños propósitos apuntando directamente al Cielo. Dios bajará a darte la mano, no te preocupes.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
Christian
Christian es también un nombre inventado, como el de Joba. Por cierto, hoy estuve haciéndome análisis y no vi a la enfermera Joba en la clínica. Qué ganas tengo de que me haga una radiografía de mi vida y me tenga media hora contándole cosas, mientras ella me escucha.
En fin.
Christian existe, pero no sé cómo se llama.
Tiene unos 9 años, es chiquitillo (piquiñín, que dirían en mi tierra), muy moreno y con el pelo algo largo. Sus ojos rasgados me sugieren muchas procedencias... podría ser un indígena boliviano, podría ser incluso filipino. Lo cierto es que no tengo ni idea.
Le conozco desde hace varios meses, aunque nunca he hablado con él. Cuando voy a casa de mis padres, y los domingos vamos a misa a la parroquia más cercana, me lo encuentro en primera fila, siempre solito, sin familia ni amigos.
Llega corriendo, con una camisa de manga corta por fuera, unos pantalones anchos y unas chanclas. Se pone siempre en el mismo sitio y atiende al sacerdote como si cada domingo le contara a él sólo una historia nueva y apasionante.
Él no tiene ni idea, pero tiene a media parroquia, si a la parroquia entera, pendiente de él. Pendientes de su sonrisa, de cómo se ofrece voluntario a diario para pasar la cestita, de cómo se va corriendo y sonriendo, igual que vino.
Y así, siempre sólo, siempre en primera fila, y siempre con su sonrisa, un domingo tras otro.
El otro día mi marido no pudo aguantar y me dijo que fuéramos a hablar con el sacerdote para preguntar quién era ese niño tan lindo y tan misterioso.
Allá que nos fuimos, y cuál fue nuestra sorpresa al enterarnos de que nadie sabía nada sobre él. El sacerdote sólo supo decirnos que no había faltado ni un sólo domingo del verano a misa. Que siempre venía sólo. Que creía que estaba en España con alguien de su familia, y que tenía muchos hermanos.
Mi marido y yo nos fuimos con una punzada en el pecho.
Los dos al mismo tiempo pensamos que le haríamos un regalo por Navidad. Pero yo creo que algún día iremos a hablar con él.
Me imagino la conversación, y en ella le pregunto cómo se llama, y le digo que es un niño muy guapo y muy bueno.
Ya, quizá parece una ñoñería. Pero yo pienso que podría ser el comienzo de una buena amistad...
En fin.
Christian existe, pero no sé cómo se llama.
Tiene unos 9 años, es chiquitillo (piquiñín, que dirían en mi tierra), muy moreno y con el pelo algo largo. Sus ojos rasgados me sugieren muchas procedencias... podría ser un indígena boliviano, podría ser incluso filipino. Lo cierto es que no tengo ni idea.
Le conozco desde hace varios meses, aunque nunca he hablado con él. Cuando voy a casa de mis padres, y los domingos vamos a misa a la parroquia más cercana, me lo encuentro en primera fila, siempre solito, sin familia ni amigos.
Llega corriendo, con una camisa de manga corta por fuera, unos pantalones anchos y unas chanclas. Se pone siempre en el mismo sitio y atiende al sacerdote como si cada domingo le contara a él sólo una historia nueva y apasionante.
Él no tiene ni idea, pero tiene a media parroquia, si a la parroquia entera, pendiente de él. Pendientes de su sonrisa, de cómo se ofrece voluntario a diario para pasar la cestita, de cómo se va corriendo y sonriendo, igual que vino.
Y así, siempre sólo, siempre en primera fila, y siempre con su sonrisa, un domingo tras otro.
El otro día mi marido no pudo aguantar y me dijo que fuéramos a hablar con el sacerdote para preguntar quién era ese niño tan lindo y tan misterioso.
Allá que nos fuimos, y cuál fue nuestra sorpresa al enterarnos de que nadie sabía nada sobre él. El sacerdote sólo supo decirnos que no había faltado ni un sólo domingo del verano a misa. Que siempre venía sólo. Que creía que estaba en España con alguien de su familia, y que tenía muchos hermanos.
Mi marido y yo nos fuimos con una punzada en el pecho.
Los dos al mismo tiempo pensamos que le haríamos un regalo por Navidad. Pero yo creo que algún día iremos a hablar con él.
Me imagino la conversación, y en ella le pregunto cómo se llama, y le digo que es un niño muy guapo y muy bueno.
Ya, quizá parece una ñoñería. Pero yo pienso que podría ser el comienzo de una buena amistad...
martes, 2 de septiembre de 2008
¿Y si fuera amor de verdad?
Como me siento siempre en el primer asiento del autobús, tengo la oportunidad de observar sin que llame mucho la atención a todo el que se sube durante mi trayecto.
A veces la gente pasa rápido y como desapercibida; otras veces, un simple detalle, como el texto de un marcalibros, logra hacerme pensar durante el resto del viaje.
Y ayer, una chica subió al bus con un marcalibros en el que se podía leer, claramente: "¿Y si fuera amor de verdad?".
Y yo me quedé con ganas de decirle: "Si fuera amor de verdad, lo sabrías".
Porque si algo estoy aprendiendo en mi brevísima historia matrimonial, es que el amor de verdad no tiene nada que ver con el amor con el que yo siempre había soñado.
El amor de verdad es infinitamente más complejo, más profundo, más entregado, más sosegado, más... todo.
Y después de todo, puedo decir que el amor de verdad empiezo a descubrirlo ahora, cuando queda poco para que hagamos nuestro primer año de casados, y siento realmente que puedo llamarlo amor de verdad, y hacerlo con la boca llena, no sin cargar sobre mi espalda, como también lo hace él, sus defectos, mis defectos, mis malos humores, mis malas contestaciones, y todo lo que conlleva convivir.
El otro día alguien lamentaba en el "Pensar por libre" que su príncipe azul se hubiera ido con otra.
Yo no soy ninguna experta... nunca tuve un novio muy formal y siempre tuve amores "principescos" y "azulados" que terminaban en "nada". Precisamente por eso, porque mis amores siempre estaban en las nubes, me gustaría decirle a aquella persona que no sufra ni un segundo más. Sé que es difícil, cuando una tiene una imagen en la mente de aquel a quien le gustaría amar. Pero los príncipes azules nunca se van con otras.
Y también quisiera decirles a todos los que no tienen alguien a quien amar, que aunque es una gran riqueza, el amor de verdad, si es de verdad, no se agota en una sola persona. Y que encontrar a ese príncipe azul no es la medicina que te abre las puertas de la felicidad, sino tan sólo una vitamina y una guía que te muestra el camino de tu propia felicidad. Pero esa vitamina y esa guía se pueden encontrar de otras muchas maneras. Yo lo he visto en multitud de personas.
A veces la gente pasa rápido y como desapercibida; otras veces, un simple detalle, como el texto de un marcalibros, logra hacerme pensar durante el resto del viaje.
Y ayer, una chica subió al bus con un marcalibros en el que se podía leer, claramente: "¿Y si fuera amor de verdad?".
Y yo me quedé con ganas de decirle: "Si fuera amor de verdad, lo sabrías".
Porque si algo estoy aprendiendo en mi brevísima historia matrimonial, es que el amor de verdad no tiene nada que ver con el amor con el que yo siempre había soñado.
El amor de verdad es infinitamente más complejo, más profundo, más entregado, más sosegado, más... todo.
Y después de todo, puedo decir que el amor de verdad empiezo a descubrirlo ahora, cuando queda poco para que hagamos nuestro primer año de casados, y siento realmente que puedo llamarlo amor de verdad, y hacerlo con la boca llena, no sin cargar sobre mi espalda, como también lo hace él, sus defectos, mis defectos, mis malos humores, mis malas contestaciones, y todo lo que conlleva convivir.
El otro día alguien lamentaba en el "Pensar por libre" que su príncipe azul se hubiera ido con otra.
Yo no soy ninguna experta... nunca tuve un novio muy formal y siempre tuve amores "principescos" y "azulados" que terminaban en "nada". Precisamente por eso, porque mis amores siempre estaban en las nubes, me gustaría decirle a aquella persona que no sufra ni un segundo más. Sé que es difícil, cuando una tiene una imagen en la mente de aquel a quien le gustaría amar. Pero los príncipes azules nunca se van con otras.
Y también quisiera decirles a todos los que no tienen alguien a quien amar, que aunque es una gran riqueza, el amor de verdad, si es de verdad, no se agota en una sola persona. Y que encontrar a ese príncipe azul no es la medicina que te abre las puertas de la felicidad, sino tan sólo una vitamina y una guía que te muestra el camino de tu propia felicidad. Pero esa vitamina y esa guía se pueden encontrar de otras muchas maneras. Yo lo he visto en multitud de personas.
viernes, 29 de agosto de 2008
I have a dream. Y quiero seguir soñando.
Me he tirado media mañana intentando introducir un vídeo en mi blog. Es algo que ya he conseguido en otras ocasiones, pero hoy no ha habido suerte. Y es un poco desesperante, porque todo parece indicar que he dado los pasos correctos, hasta que se queda como bloqueado, cosa que me bloquea a mí también, pero al contrario, yo creo que como a lo "chino", osea, que me pongo hiperactiva y le doy al botón veinte veces hasta que me doy cuenta de que estoy haciendo el canelo. O el cantonés. No sé.
El vídeo que me hubiera gustado subir era un resumen del famoso discurso de Martin Luther King "I have a dream", con subtítulos en español (de nada).
Sin querer ahondar en las conclusiones políticas, sociales, culturales, (de todo tipo) que cualquiera más culto que yo, osea la mayoría, puede tener acerca de este discurso, mis intenciones eran muy superficiales.
Tan sólo quería reivindicar la belleza.
Esta mañana en la radio explicaban que el esperadísimo discurso de Obama en Estados Unidos decepcionó a más de uno. Creo que la gente esperaba palabras apoteósicas, música celestial, una especie de Carmina Burana pero en discurso político, de esos que te elevan por la belleza y la profundidad de su significado. Creo que la gente esperaba una segunda, y no por ello peor parte, del discurso "I have a dream".
Pero no fue así.
Tengo entendido que se trató de un discurso pragmático y más bien sencillo.
Quizá muchos lo hayan agradecido.
Sin embargo, yo me quedé pensando y la verdad es que echo de menos la belleza y el cuidado, las palabras que te elevan, como una de esas canciones que nos pone Don Enrique en su blog... Echo de menos que me hagan soñar.
¿Nadie piensa como yo?
Ya no quiero resultados. Ya estamos inmersos en la crisis, mi casa no se vende y todos nuestros trabajos cuelgan de un hilo.
De acuerdo.
Pero, queridos políticos, ayúdenme a soñar.
Necesito silencios dramáticos, no silencios estudiados. Necesito frases enteras, rotundas, cargadas de significado con valores tan profundos que me dejen sin respiración, necesito verdades como puños y necesito emocionarme.
Quiero perogrulladas, me trae sin cuidado lo que me cuenten, pero háganme soñar, por favor.
Quítense toda esa laca de señora mayor de pelo cardado, gesticulen, pónganse rojos del esfuerzo, háblenme de verdadera igualdad, de verdadero respeto, de verdaderos sentimientos de patriotismo.
Supongo que es cierto que no todos los políticos son iguales. Por favor, todos aquellos que sean diferentes... hagan lo posible por hablar.
jueves, 28 de agosto de 2008
Un mes después, y un año, también
Me fui, y ya vine.
Ahora estoy mucho más gorda, mi casa sigue siendo un campo de batalla (por poco tiempo ya), y en la familia somos uno menos.
A María, mi pequeña, tan pequeña que aún no se atreve a salir ahí fuera, no le ha pasado nada, gracias a Dios.
La que se ha ido vivió muchos años, aunque a nosotros nos hubiera gustado que se quedara para siempre a nuestro lado.
Hace ahora casi un año, el 12 de septiembre pasado, le dediqué una entrada. Creo que la titulé "Mi abuela y yo", y contaba que mi abuela estaba muy triste y, que cuando la llamaba, teníamos una especie de ritual por el que siempre nos decíamos lo mismo, pasara el tiempo que pasara.
Mi abuela tuvo 12 hijos. De los 12, dos fallecieron al poco de nacer, aunque ella nunca le habló de eso a nadie. Ni siquiera sus propios hijos saben bien qué pasó. Dicen que es que antes las cosas no se contaban, y el dolor uno se lo guardaba para sí.
De los diez que quedaron, la mitad se fue de su lado hace más de 20 años, y la otra mitad prefirió cuidarla hasta el final de sus días. Dentro de este último grupo me encuentro yo, y nunca sabré cuantificar la suerte, el honor y la maravilla que es optar por el sacrificio y la unión en la familia.
Respecto a esta tragedia familiar, ella tampoco dijo gran cosa. Llevó su dolor, sin tener culpa alguna, en silencio. Tan sólo los últimos años de su vida se echaba a llorar, sin explicar muy bien por qué.
Hace unos cuatro o cinco meses decidió meterse en la cama, dejar de comer, y no darle explicaciones a nadie. El médico, sin conocer su historia personal, dijo que había decidido "dejarse morir", y que había que respetar su decisión.
Sus cinco hijas permanecieron, entonces, al pie de su cama, cuidándola, mimándola hasta el último detalle, hasta que un día ya no quiso abrir los ojos, y esa misma noche, falleció.
Mi abuela, la mujer, acabó siendo una de esas personas que te aconsejan que, si te casas, mejor "no tengas hijos". Yo la miraba, me moría de la pena al escucharla, pero pensaba que Dios sabe y entiende a sus pequeños que han sufrido especialmente en su larga vida. Nunca supe si fue capaz de agradecer a la otra mitad de sus descendientes, los que se quedaron a su lado, todas mujeres, por cierto, todos los sacrificios que hicieron por ella.
Sí sé que nunca superó que la mitad restante, los que se fueron inundados de dinero, todos hombres, por cierto, nunca quisieran volver a saber nada de ella.
Cuando era pequeña, solía irme de vacaciones con la abuela. Y nos tocaba siempre dormir juntas. Las dos éramos muy pacíficas y muy bien avenidas. Lo cual daba lugar a largas y extrañas conversaciones entre una anciana y una niña de 7 u 8 años.
Con esa edad le pregunté:
-¿Te dolió mucho tener a tus hijos?
Y ella, sin emitir sonido alguno, dijo que sí con la cabeza.
-Abuelita, ¿a ti te gustan los niños?
Y sin emitir sonido alguno, dijo que no con la cabeza.
Lleva tanto tiempo dentro de mi vida que se me hace difícil pensar que ya no está. Lloré mucho en su entierro, pero sé que no fueron suficientes lágrimas y que lo peor está por llegar. Quedan las Navidades, queda que yo cante copla delante de todos y que no haya nadie más que se sepa las canciones, porque sólo ella me acompañaba, por detrás, desafinando como ninguna.
Todavía me descubro a mí misma pensando en ella, y cuando llamo a mis tías, o a mi madre, casi me sale sólo preguntar por ella.
Cuando falleció, tuve la suerte de poder contárselo a un sacerdote, que me dijo que el Señor restituiría todo el dolor que había pasado en la tierra. Ojalá.De todas formas, sólo me queda el horrible consuelo, que no me consuela nada, de pensar que ahora está donde hace mucho tiempo que quería estar.
Ahora estoy mucho más gorda, mi casa sigue siendo un campo de batalla (por poco tiempo ya), y en la familia somos uno menos.
A María, mi pequeña, tan pequeña que aún no se atreve a salir ahí fuera, no le ha pasado nada, gracias a Dios.
La que se ha ido vivió muchos años, aunque a nosotros nos hubiera gustado que se quedara para siempre a nuestro lado.
Hace ahora casi un año, el 12 de septiembre pasado, le dediqué una entrada. Creo que la titulé "Mi abuela y yo", y contaba que mi abuela estaba muy triste y, que cuando la llamaba, teníamos una especie de ritual por el que siempre nos decíamos lo mismo, pasara el tiempo que pasara.
Mi abuela tuvo 12 hijos. De los 12, dos fallecieron al poco de nacer, aunque ella nunca le habló de eso a nadie. Ni siquiera sus propios hijos saben bien qué pasó. Dicen que es que antes las cosas no se contaban, y el dolor uno se lo guardaba para sí.
De los diez que quedaron, la mitad se fue de su lado hace más de 20 años, y la otra mitad prefirió cuidarla hasta el final de sus días. Dentro de este último grupo me encuentro yo, y nunca sabré cuantificar la suerte, el honor y la maravilla que es optar por el sacrificio y la unión en la familia.
Respecto a esta tragedia familiar, ella tampoco dijo gran cosa. Llevó su dolor, sin tener culpa alguna, en silencio. Tan sólo los últimos años de su vida se echaba a llorar, sin explicar muy bien por qué.
Hace unos cuatro o cinco meses decidió meterse en la cama, dejar de comer, y no darle explicaciones a nadie. El médico, sin conocer su historia personal, dijo que había decidido "dejarse morir", y que había que respetar su decisión.
Sus cinco hijas permanecieron, entonces, al pie de su cama, cuidándola, mimándola hasta el último detalle, hasta que un día ya no quiso abrir los ojos, y esa misma noche, falleció.
Mi abuela, la mujer, acabó siendo una de esas personas que te aconsejan que, si te casas, mejor "no tengas hijos". Yo la miraba, me moría de la pena al escucharla, pero pensaba que Dios sabe y entiende a sus pequeños que han sufrido especialmente en su larga vida. Nunca supe si fue capaz de agradecer a la otra mitad de sus descendientes, los que se quedaron a su lado, todas mujeres, por cierto, todos los sacrificios que hicieron por ella.
Sí sé que nunca superó que la mitad restante, los que se fueron inundados de dinero, todos hombres, por cierto, nunca quisieran volver a saber nada de ella.
Cuando era pequeña, solía irme de vacaciones con la abuela. Y nos tocaba siempre dormir juntas. Las dos éramos muy pacíficas y muy bien avenidas. Lo cual daba lugar a largas y extrañas conversaciones entre una anciana y una niña de 7 u 8 años.
Con esa edad le pregunté:
-¿Te dolió mucho tener a tus hijos?
Y ella, sin emitir sonido alguno, dijo que sí con la cabeza.
-Abuelita, ¿a ti te gustan los niños?
Y sin emitir sonido alguno, dijo que no con la cabeza.
Lleva tanto tiempo dentro de mi vida que se me hace difícil pensar que ya no está. Lloré mucho en su entierro, pero sé que no fueron suficientes lágrimas y que lo peor está por llegar. Quedan las Navidades, queda que yo cante copla delante de todos y que no haya nadie más que se sepa las canciones, porque sólo ella me acompañaba, por detrás, desafinando como ninguna.
Todavía me descubro a mí misma pensando en ella, y cuando llamo a mis tías, o a mi madre, casi me sale sólo preguntar por ella.
Cuando falleció, tuve la suerte de poder contárselo a un sacerdote, que me dijo que el Señor restituiría todo el dolor que había pasado en la tierra. Ojalá.De todas formas, sólo me queda el horrible consuelo, que no me consuela nada, de pensar que ahora está donde hace mucho tiempo que quería estar.
miércoles, 30 de julio de 2008
Gente peculiar
Me he tirado toda la mañana haciéndome pruebas varias del embarazo en un hospital.
Aunque esperar y esperar puede hacer a uno querer cortarse las venas, también hay que reconocer que da mucho juego.
Y hoy he conocido a una señora peculiar.
En realidad sólo la he conocido yo a ella, ella a mí, no.
Trabajaba en la sala donde yo estaba, como recepcionista para varios doctores. Y me llamó la atención desde el primer momento porque hablaba con todos los pacientes como si se tratara de viejos conocidos.
Llegaron los primeros y le plantaron dos besos. Le preguntaron por su familia y después ella preguntó por la familia de ellos, los vecinos, los requetevecinos, cuñados y familiares hasta la 6ª generación por lo menos.
Pensé: "Qué señora tan cotilla".
Llegó un señor mayor. Le plantó otros dos besos y él le contó que había tenido unas nietas mellizas, que su hija estaba aparcando, que su mujer estaba con sus nietas, que tenía otras nietas más, etc. etc. etc. Al rato empecé a pensar: "Qué paciencia tiene esta señora". A partir de ahora a la señora la llamaremos "Joba". (Por el santo Job).
Joba habló y habló con este señor (o más bien le escuchó), hasta que llegó otra señora, que no sólo le plantó dos besos, sino que además le llevó un regalito de The Body Shop, supongo que unos jabones. Joba dijo "qué chuli", y comenzó a hacer las preguntas que, ya veo, eran de rigor: "qué tal tu familia, qué tal estás tú, qué tal..."
Cuando ya esta última señora se hubo ido, apareció una chica guapísima con un vestido verde y un pelo que aún lo estoy envidiando. Le dijo "he llegado tarde, perdóneme usted... Tengo a mi padre en el hospital, y a mi suegro también... " Después se sentó sola y como Joba no tenía compañía, decidió acercarse a ella y sentarse a su lado. Y de paso le sacó hasta la hijuela sobre la familia: por eso supe que la chica guapa era mujer de un arquitecto, que tenían una casa en Majadahonda y que lo estaban pasando bastante mal con la crisis inmobiliaria. Pero claro, eso no era problema comparado con lo que le pasaba a su padre, que llevaba mes y medio en el hospital, con un problema de espalda, anemia y neumonía.
Joba escuchó el rollo de media hora, y no sólo no pestañeó, sino que inundó el monólogo de su contrincante con preguntas y más preguntas que ahondaban en su vida, y la contrincante en cuestión respondía "non filter", como si no hubiera filtros algunos, y Joba fuera una especie de confesor al que se le pudiera contar cualquier cosa.
Después de la señora del vestido verde vinieron otros más. Y siempre se repetía la misma historia.
Al final yo ya no sabía qué pensar. ¿Es Joba una cotilla, o una mujer encantadora a la que la gente adora?
Me fui con esa duda, y aún sigo. Pero al final lo que creo que es cuando una persona llega a una consulta de un médico, llega sola y a veces un poco desamparada.
Por eso agradecen una voz amiga que se interese por sus cosas. Así que supongo que Joba debe caerme bien. A ver si la próxima vez se interesa por mi vida y yo también le cuento "non filter". Bueno, tanto no.
Aunque esperar y esperar puede hacer a uno querer cortarse las venas, también hay que reconocer que da mucho juego.
Y hoy he conocido a una señora peculiar.
En realidad sólo la he conocido yo a ella, ella a mí, no.
Trabajaba en la sala donde yo estaba, como recepcionista para varios doctores. Y me llamó la atención desde el primer momento porque hablaba con todos los pacientes como si se tratara de viejos conocidos.
Llegaron los primeros y le plantaron dos besos. Le preguntaron por su familia y después ella preguntó por la familia de ellos, los vecinos, los requetevecinos, cuñados y familiares hasta la 6ª generación por lo menos.
Pensé: "Qué señora tan cotilla".
Llegó un señor mayor. Le plantó otros dos besos y él le contó que había tenido unas nietas mellizas, que su hija estaba aparcando, que su mujer estaba con sus nietas, que tenía otras nietas más, etc. etc. etc. Al rato empecé a pensar: "Qué paciencia tiene esta señora". A partir de ahora a la señora la llamaremos "Joba". (Por el santo Job).
Joba habló y habló con este señor (o más bien le escuchó), hasta que llegó otra señora, que no sólo le plantó dos besos, sino que además le llevó un regalito de The Body Shop, supongo que unos jabones. Joba dijo "qué chuli", y comenzó a hacer las preguntas que, ya veo, eran de rigor: "qué tal tu familia, qué tal estás tú, qué tal..."
Cuando ya esta última señora se hubo ido, apareció una chica guapísima con un vestido verde y un pelo que aún lo estoy envidiando. Le dijo "he llegado tarde, perdóneme usted... Tengo a mi padre en el hospital, y a mi suegro también... " Después se sentó sola y como Joba no tenía compañía, decidió acercarse a ella y sentarse a su lado. Y de paso le sacó hasta la hijuela sobre la familia: por eso supe que la chica guapa era mujer de un arquitecto, que tenían una casa en Majadahonda y que lo estaban pasando bastante mal con la crisis inmobiliaria. Pero claro, eso no era problema comparado con lo que le pasaba a su padre, que llevaba mes y medio en el hospital, con un problema de espalda, anemia y neumonía.
Joba escuchó el rollo de media hora, y no sólo no pestañeó, sino que inundó el monólogo de su contrincante con preguntas y más preguntas que ahondaban en su vida, y la contrincante en cuestión respondía "non filter", como si no hubiera filtros algunos, y Joba fuera una especie de confesor al que se le pudiera contar cualquier cosa.
Después de la señora del vestido verde vinieron otros más. Y siempre se repetía la misma historia.
Al final yo ya no sabía qué pensar. ¿Es Joba una cotilla, o una mujer encantadora a la que la gente adora?
Me fui con esa duda, y aún sigo. Pero al final lo que creo que es cuando una persona llega a una consulta de un médico, llega sola y a veces un poco desamparada.
Por eso agradecen una voz amiga que se interese por sus cosas. Así que supongo que Joba debe caerme bien. A ver si la próxima vez se interesa por mi vida y yo también le cuento "non filter". Bueno, tanto no.
martes, 29 de julio de 2008
Más bien hastío
He intentado reproducirlo aquí para quien esté interesado, pero no he podido porque no está disponible para la web.
Se trata de un artículo del periódico español "El Mundo" titulado "Erotismo, insumisión y hastío en Cantón", y narra la historia, a doble página y con grandes fotos, de una "periodista" china de treinta años que, durante al menos un lustro ha revolucionado a la juventud del país con sus blogs, libros y artículos en los que narraba su vida personal "de moral relajada" con todo lujo de detalles.
Un hombre cada noche, una especie de capricho compulsivo que repetía una y otra vez y que después describía en sus reportajes. Según el cronista español se convirtió en una especie de agitadora que ha sacudido las costumbres milenarias del país y que ha provocado la "apertura" de las mentes de los jóvenes y de los no tan jóvenes. Así lo cuenta, por ejemplo, en su libro "Diario sexual": "Ya es medianoche. a esta hora, lo mejor es encontrar algún extraño y llevármelo a casa. Puedo elegir uno entre el montón. Elijo uno cualquiera. En dos segundos hemos llegado a un acuerdo, tan rápido como la comida basura".
Me leo el artículo entero. Comento con un compañero las fotos de la chica. Los dos estamos de acuerdo en el color cetrino de su cara. Parece un cadáver. Alguien dice en alto: "Los chinos tienen ese color". No, los chinos son amarillos, no grisáceos.
Pero no es esto lo que me llama la atención.
Tampoco me parece especialmente original que alguien cuente sus intimidades. Con sólo asomarse al balcón de internet cualquiera puede ver que las intimidades de la gente son más fáciles de encontrar que la vida de Mozart en la Wikipedia.
Lo que realmente me fastidia es que, escondido en el texto, me encuentre con este pequeño detalle: "Violada en su primera relación sexual, decide no volver a ser objeto sexual nunca más. Comienza así una búsqueda desenfrenada de amantes espontáneos, orgías anónimas y despertares incómodos".
Acabáramos.
La noticia no es que sea una "agitadora sexual", según la describen, término que, por cierto, ha dado para muchos comentarios jocosos entre mis compañeros.
La noticia es que una persona traumatizada desde niña se haya convertido en un icono de la modernidad en todo un país.
Me tengo por una persona ingenua, pero soy capaz de ver las obviedades, y ésta es una obviedad que me "cabrea" se pase por alto.
Y se pasa a propósito. Algunos a mala idea, y otros porque, según los cánones establecidos, es más interesante y periodístico reparar en la revolución sexual china, que no en el trauma de una chiquilla. ¿A quién le importa su salud mental?
En fin, a mí me parece que el mundo está loco.
Se trata de un artículo del periódico español "El Mundo" titulado "Erotismo, insumisión y hastío en Cantón", y narra la historia, a doble página y con grandes fotos, de una "periodista" china de treinta años que, durante al menos un lustro ha revolucionado a la juventud del país con sus blogs, libros y artículos en los que narraba su vida personal "de moral relajada" con todo lujo de detalles.
Un hombre cada noche, una especie de capricho compulsivo que repetía una y otra vez y que después describía en sus reportajes. Según el cronista español se convirtió en una especie de agitadora que ha sacudido las costumbres milenarias del país y que ha provocado la "apertura" de las mentes de los jóvenes y de los no tan jóvenes. Así lo cuenta, por ejemplo, en su libro "Diario sexual": "Ya es medianoche. a esta hora, lo mejor es encontrar algún extraño y llevármelo a casa. Puedo elegir uno entre el montón. Elijo uno cualquiera. En dos segundos hemos llegado a un acuerdo, tan rápido como la comida basura".
Me leo el artículo entero. Comento con un compañero las fotos de la chica. Los dos estamos de acuerdo en el color cetrino de su cara. Parece un cadáver. Alguien dice en alto: "Los chinos tienen ese color". No, los chinos son amarillos, no grisáceos.
Pero no es esto lo que me llama la atención.
Tampoco me parece especialmente original que alguien cuente sus intimidades. Con sólo asomarse al balcón de internet cualquiera puede ver que las intimidades de la gente son más fáciles de encontrar que la vida de Mozart en la Wikipedia.
Lo que realmente me fastidia es que, escondido en el texto, me encuentre con este pequeño detalle: "Violada en su primera relación sexual, decide no volver a ser objeto sexual nunca más. Comienza así una búsqueda desenfrenada de amantes espontáneos, orgías anónimas y despertares incómodos".
Acabáramos.
La noticia no es que sea una "agitadora sexual", según la describen, término que, por cierto, ha dado para muchos comentarios jocosos entre mis compañeros.
La noticia es que una persona traumatizada desde niña se haya convertido en un icono de la modernidad en todo un país.
Me tengo por una persona ingenua, pero soy capaz de ver las obviedades, y ésta es una obviedad que me "cabrea" se pase por alto.
Y se pasa a propósito. Algunos a mala idea, y otros porque, según los cánones establecidos, es más interesante y periodístico reparar en la revolución sexual china, que no en el trauma de una chiquilla. ¿A quién le importa su salud mental?
En fin, a mí me parece que el mundo está loco.
lunes, 28 de julio de 2008
Maravillosamente imperfecto
Cada vez me gusta más esta poesía cotidiana escrita como con café y magdalenas, en zapatillas de andar por casa...
Inexplicable
Yo con mi faringitis, mis andares
de oso de los breñales, un carácter
de oso también, mi mala dentadura,
mis célebres manías, y ya cerca
de los cincuenta y cuatro;
ella con sus medidas insumisas
al canon de Praxíteles, sus patas
de gallo, sus absurdos, sus jaquecas,
su denso palmarés ginecológico
y todos sus etcéteras.
Qué inexplicable, qué misterio que
de nuestras dos imperfecciones salgan
las hondas, las ardientes, las perfectas
noches de nuestro amor.
Miguel D’Ors
Inexplicable
Yo con mi faringitis, mis andares
de oso de los breñales, un carácter
de oso también, mi mala dentadura,
mis célebres manías, y ya cerca
de los cincuenta y cuatro;
ella con sus medidas insumisas
al canon de Praxíteles, sus patas
de gallo, sus absurdos, sus jaquecas,
su denso palmarés ginecológico
y todos sus etcéteras.
Qué inexplicable, qué misterio que
de nuestras dos imperfecciones salgan
las hondas, las ardientes, las perfectas
noches de nuestro amor.
Miguel D’Ors
jueves, 24 de julio de 2008
Cuéntamelo otra vez
Cuéntamelo otra vez, es tan hermoso
Que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
Del cuento fue feliz hasta la muerte,
Que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
Se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
De que, a pesar del tiempo y los problemas,
Se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
Es la historia más bella que conozco.
Amalia Bautista (Madrid, 1962).
Que no me canso nunca de escucharlo.
Repíteme otra vez que la pareja
Del cuento fue feliz hasta la muerte,
Que ella no le fue infiel, que a él ni siquiera
Se le ocurrió engañarla. Y no te olvides
De que, a pesar del tiempo y los problemas,
Se seguían besando cada noche.
Cuéntamelo mil veces, por favor:
Es la historia más bella que conozco.
Amalia Bautista (Madrid, 1962).
miércoles, 23 de julio de 2008
Lo más hermoso que yo vi nunca
Este texto no es mío. Podría serlo, pero no lo es, pues está mejor escrito de lo que yo lo hubiera hecho jamás.
Pero describe muy bien lo que viví en África. Lo ha escrito un amigo que vivió conmigo aquellos veranos: David. Me ha parecido tan bonito que creí que, aunque este blog sea casi anónimo, tenía que estar. Algún día lo leerá alguien, y quizá sienta lo mismo que sentimos los dos. Que lo más hermoso puede durar unos segundos, y no irse nunca.
LO MÁS HERMOSO QUE YO VI NUNCA no fue un gol,
ni una montaña de nieve, ni el verano, ni una gota
de lluvia que se cae de una flor, ni unos ojos, ni una
luciérnaga, ni el sol, ni una palabra en la arena a la que
borra el mar, ni una mejilla, ni un sueño, ni la última luz
de un día: lo más hermoso que yo vi nunca hasta hoy
fueron veinte mil hectáreas de nada, de pobreza,
envolviendo a un niño mientras llegaba la noche, solo,
al pie del camino, bajo un árbol, en un sitio que no
aparece en los mapas, donde se oía sólo que se
alejaba un coche. Miré por el retrovisor, estaba
descalzo.
Lo más hermoso que yo vi nunca fue África y,
aunque vi su dolor y su miseria, no me imagino
una cosa mejor que ver en la vida. Se podrán
ver cosas como ella, pero no mejores, porque
pocas cosas emocionan así. Me dejaron conducir
aquella tarde, habíamos salido del centro nutricional
y llevábamos varios niños y niñas en el coche, además
de otros adultos, todos apelotonados, las rodillas
en el volante, encogidas, y casi siempre en primera.
Elena, la enfermera, me decía: “para aquí, que se bajan
Alexandre y Clara”, y yo paraba. A veces el coche
se me quedaba en la arena. Eran más de las cinco
de la tarde y en esa época del año, en esa parte
de África, el día está a punto de echarse a dormir.
Cae la noche en diez minutos. Por eso había que dejar
a los niños en nuestro camino de vuelta,
sólo a unos pocos, los que vivían más lejos,
cabían en el coche, y no tenían
padres o hermanos que fueran a buscarlos al
centro donde comían a diario. De repente alguien dijo:
“pobrecitos, ¿pero no les pasará nada si los
dejamos aquí solos?” No, no les pasaría nada. Desde allí,
al borde del camino, desaparecerán entre
los árboles del mato, en busca de su casa. Dejábamos allí a niños
de tres o cuatro años, y a los españoles
nos daba pena, una pena........ Pero allí no pasaba nada,
ellos eran amigos de los árboles, y los leones
no estaban allí tan cerca como salen en las películas.
“Para aquí, que éste es el árbol de Fránsses”.
Elena sabía dónde se quedaba cada niño gracias
a un árbol o a una curva del camino. Y Fránsses,
ese niño que había jugado conmigo unas horas antes, al
que había hecho una foto con los mofletes
llenos de arroz, que se había venido a mi lado y tumbado en mi
regazo mientras yo escribía en mi cuaderno,
ese niño que los primeros días no hablaba y sólo hacía
balbuceos con la boca mientras se le escapaban
las babas, ese niño bajó por la parte de atrás del coche y
se paró junto a su árbol. Metí primera
y volví a mirar por el retrovisor.
Porque los baches eran grandes, todo
se movía, menos una cosa: el niño no se movía,
el niño no se movía, el niño no se movía, subíamos y
bajábamos baches y el niño no se movía.
Se había quedado allí como esperando. No desapareció hasta
que el caprichoso camino puso una curva,
tuve que torcer, y lo perdí del retrovisor.
Pero yo hubiese seguido
recto para que aquello no se moviese.
Lo más hermoso que yo vi nunca no se movía.
Es como una foto que sólo yo veo. La tengo dentro
y de ahí no se mueve. Quizás para algunos
estaría desenfocada, porque, entre los baches,
el dolor y la miseria de África, es difícil entender
que esto es de lo más hermoso del mundo.
Pero si esto no lo es, tampoco lo es un gol,
ni una montaña de nieve, ni el
verano, ni una gota de lluvia que se cae de una
flor, ni unos ojos, ni una luciérnaga, ni el sol,
ni una palabra en la arena a la que borra el mar,
ni una mejilla, ni un sueño, ni la última luz de un día.
Y es que lo más hermoso que yo vi nunca, no lo vi,
lo sentí. Lo más hermoso que puede verse es
invisible, como la luz (que no se ve pero
nos deja ver todo lo demás). Lo más hermoso que puede verse
es sentir lo que se ve, lo que está debajo de todo.
Yo quiero que hasta un ciego vea esto que le digo.
Para mí, el recuerdo de ese niño quieto es
como la luz: ya no puedo verlo, se le escapó
a mis ojos un día como
el agua entre los dedos, pero me deja ver
todo lo demás. Y todo lo demás es la pequeñez y la grandeza
de la vida.
Lo más bonito que yo hice nunca fue repartir
niños por África, porque tuve esa mezcla de llorar y de
reír que te dan los momentos verdaderamente inolvidables.
Tuve ganas de todo a la vez. Y desde
entonces, cada vez que me acuerdo de que
tenemos que hacer algo por esos niños, tengo ganas de todo
a la vez. Como ahora. Ya que aquella vez no pude,
hoy, con mis palabras, he decidido seguir recto por aquel camino,
para seguir viendo a Fránsses. Entonces he vuelto
a notar los baches, y me recuerdan que tenemos que hacer
algo por estos niños. Quiero que todas las personas
que conozco vean lo más hermoso que yo vi nunca,
que no es algo visible, sino algo que se siente.
Hay que mirar siempre por el retrovisor, ver a nuestra espalda.
Allí, los niños que están detrás de nosotros, sucios,
bajos y descalzos, se quedan esperándonos.
martes, 22 de julio de 2008
Egoísta
Lo siento, me he vuelto una egoísta en el metro y en el bus.
Lo primero que hago cuando me subo a uno de los dos transportes públicos es buscar un asiento.
Si no lo encuentro, saco barrigón y se lo planto en las narices al primer joven o jóvena que tenga delante.
Si estoy sentada y alguna señora mayor se me planta delante mirándome con descaro para ver si le dejo sentarse, vuelvo a sacar barrigón. Y pienso: "lo siento, señora, otra vez será".
La verdad es que me siento regular haciendo ésto, y tengo que reconocer que nunca había sido tan egoísta, pero sólo tengo en mi defensa el hecho de que si estoy mucho tiempo de pie me mareo. Me pasa también si estoy mucho tiempo arrodillada.
Antes creo que hubiera sido más generosa y, ante alguien mayor, hubiera preferido marearme yo.
El otro día me contó mi madre, que se pasa la vida entera a régimen, que cuando alguien le contaba que comía mucho y estaba engordando, ella le respondía, sin pestañear: "Me alegro, te lo mereces". Yo no me podía creer tal descaro y falta de diplomacia por parte de alguien tan cariñoso y educado como mi madre.
No sé si nos volvemos egoístas con el tiempo. No sé. Tendré que pensarlo.
Lo primero que hago cuando me subo a uno de los dos transportes públicos es buscar un asiento.
Si no lo encuentro, saco barrigón y se lo planto en las narices al primer joven o jóvena que tenga delante.
Si estoy sentada y alguna señora mayor se me planta delante mirándome con descaro para ver si le dejo sentarse, vuelvo a sacar barrigón. Y pienso: "lo siento, señora, otra vez será".
La verdad es que me siento regular haciendo ésto, y tengo que reconocer que nunca había sido tan egoísta, pero sólo tengo en mi defensa el hecho de que si estoy mucho tiempo de pie me mareo. Me pasa también si estoy mucho tiempo arrodillada.
Antes creo que hubiera sido más generosa y, ante alguien mayor, hubiera preferido marearme yo.
El otro día me contó mi madre, que se pasa la vida entera a régimen, que cuando alguien le contaba que comía mucho y estaba engordando, ella le respondía, sin pestañear: "Me alegro, te lo mereces". Yo no me podía creer tal descaro y falta de diplomacia por parte de alguien tan cariñoso y educado como mi madre.
No sé si nos volvemos egoístas con el tiempo. No sé. Tendré que pensarlo.
viernes, 18 de julio de 2008
Rumorología
El otro día leí que España es el país donde más y mejor se extienden los bulos por internet.
Hoy escucho en la radio cómo el Gobierno le ha dado la vuelta 180º a la sentencia final por el 11-M y afirma que "las teorías conspirativas han llegado a su fin con esta sentencia". Mientras tanto, la otra mitad de la sociedad, y un par de medios de comunicación un poco suicidas siguen pensando que precisamente esta sentencia ha dejado claro que del 11-M cada vez se sabe menos, y que lo responsable sería seguir investigando, por el honor y la dignidad de los casi 200 muertos.
Pienso que uno de los dos bandos se miente a sí mismo, pero me da la impresión de que están convencidos de que si hablan más alto y más fuerte, la mentira terminará convertiéndose en verdad. Porque de eso se trata: cuantas más veces cuentas una mentira, más posibilidades tienes de que se acabe convirtiendo en una especie de verdad que todo el mundo acepta.
Hoy en el trabajo he comenzado la mañana escuchando un comentario, quizá algo absurdo, quizá inofensivo, pero de todas formas, falso, sobre mí.
Quizá el que lo dijo tenía su propia verdad, quizá no pretendía hacer daño, pero en su fuero interno buscaba algo más.
He tenido la tentación de salir corriendo para compartirlo con gente de confianza. Desahogarme y así escuchar palabras negativas sobre el susodicho, pues sé que no es del agrado de mis compañeros.
Pero he preferido quedarme en mi sitio y escribir estas letras. Si no sale de mí, la tontería no llegará a más. Además si lo borro de mi mente, el rencor no me amargará la mañana.
Sinceramente, bastante tengo con mi hija, mi marido, y mi desastre de cocina.
Hoy escucho en la radio cómo el Gobierno le ha dado la vuelta 180º a la sentencia final por el 11-M y afirma que "las teorías conspirativas han llegado a su fin con esta sentencia". Mientras tanto, la otra mitad de la sociedad, y un par de medios de comunicación un poco suicidas siguen pensando que precisamente esta sentencia ha dejado claro que del 11-M cada vez se sabe menos, y que lo responsable sería seguir investigando, por el honor y la dignidad de los casi 200 muertos.
Pienso que uno de los dos bandos se miente a sí mismo, pero me da la impresión de que están convencidos de que si hablan más alto y más fuerte, la mentira terminará convertiéndose en verdad. Porque de eso se trata: cuantas más veces cuentas una mentira, más posibilidades tienes de que se acabe convirtiendo en una especie de verdad que todo el mundo acepta.
Hoy en el trabajo he comenzado la mañana escuchando un comentario, quizá algo absurdo, quizá inofensivo, pero de todas formas, falso, sobre mí.
Quizá el que lo dijo tenía su propia verdad, quizá no pretendía hacer daño, pero en su fuero interno buscaba algo más.
He tenido la tentación de salir corriendo para compartirlo con gente de confianza. Desahogarme y así escuchar palabras negativas sobre el susodicho, pues sé que no es del agrado de mis compañeros.
Pero he preferido quedarme en mi sitio y escribir estas letras. Si no sale de mí, la tontería no llegará a más. Además si lo borro de mi mente, el rencor no me amargará la mañana.
Sinceramente, bastante tengo con mi hija, mi marido, y mi desastre de cocina.
martes, 15 de julio de 2008
Mi cocina
Tengo unas fotos espeluznantes que muestran dónde estoy viviendo actualmente.
Como la crisis no nos deja vender la casa, hemos pensado en ponerle al mal tiempo buena cara y hacer una reforma estupenda que dejará nuestra casa como el palacio de la Zarzuela por lo menos.
En medio de los escombros, la tierra y el polvo, nuestra televisión se ha quedado sepultada bajo unos prácticos plásticos que venden en todo almacén chino que se precie de ser chino y de ser almacén.
No tenemos lavadora ni lavabo, ni tele ni nada. Tan sólo tenemos unas sillas de terraza y una bandejita con ruedas donde podemos comer. También tenemos la terraza desde donde podemos ver llover, tan ricamente, en tirantes, y escuchar la radio, eso también podemos hacerlo.
La verdad es que tenemos suerte. Suerte porque sin ver la televisión anoche hablamos más que nunca, entre nosotros, y por teléfono, con nuestras familias. Y dormimos mejor que nunca.
A ver si la cocina tirada abajo va a enseñarnos ahora lo que es calidad de vida...
Como la crisis no nos deja vender la casa, hemos pensado en ponerle al mal tiempo buena cara y hacer una reforma estupenda que dejará nuestra casa como el palacio de la Zarzuela por lo menos.
En medio de los escombros, la tierra y el polvo, nuestra televisión se ha quedado sepultada bajo unos prácticos plásticos que venden en todo almacén chino que se precie de ser chino y de ser almacén.
No tenemos lavadora ni lavabo, ni tele ni nada. Tan sólo tenemos unas sillas de terraza y una bandejita con ruedas donde podemos comer. También tenemos la terraza desde donde podemos ver llover, tan ricamente, en tirantes, y escuchar la radio, eso también podemos hacerlo.
La verdad es que tenemos suerte. Suerte porque sin ver la televisión anoche hablamos más que nunca, entre nosotros, y por teléfono, con nuestras familias. Y dormimos mejor que nunca.
A ver si la cocina tirada abajo va a enseñarnos ahora lo que es calidad de vida...
miércoles, 9 de julio de 2008
Cosas que son verdad
Esta mañana oí en la radio una gran verdad.
Quien la dijo es un periodista poco diplomático y a veces faltón, normalmente contestón y repetitivo. Pero no cabe duda de que es inteligente y muchas veces ilumina ciertas verdades que se quedan siempre ocultas en la maraña de la sobredosis de información.
El PSOE lucha por implantar en nuestro país la eutanasia, el aborto y en resumen, un tipo de sociedad completamente distinta a la que ha sido siempre la nuestra.
El partido de la Oposición, que se supone debe representar a la otra mitad de la sociedad española, la que tiene una sensibilidad radicalmente opuesta, como única respuesta, afirma que tanto el aborto, como la eutanasia y la mayor laicidad del Estado son "cortinas de humo" que utiliza el gobierno para no hablar de la economía.
Pero esta mañana yo he escuchado una gran verdad. La cortina de humo es la economía, utilizada por la oposición para no poner las cartas encima de la mesa y hablar de temas tan fundamentales como la Eutanasia, el Aborto y la desaparición total de la presencia religiosa en la sociedad.
Yo creo que las Hipotecas están a la orden del día y entre las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos. Yo soy uno de ellos. Me veo obligada a reformar mi casa porque somos incapaces de venderla. Y viviremos en un lugar donde no lo deseamos porque ya casi nadie se quiere involucrar en la compra de una vivienda. Todo es efímero e inestable y una casa es mucho dinero.
Pero a la gente también le importa saber si cuando te quedas embarazada puedes deshacerte de tu bebé o no. O si cuando tu abuela se está muriendo y tarda demasiado, puedes plantarle una inyección y hacer que muera "sin sufrir" y de paso sin darte demasiado la lata. Te quedas con la conciencia limpia y fíjate qué rápido ha sido. Total, se iba a morir igual...
Ya sé que estoy simplificando mucho las cosas. Pero para que nos entendamos, estas cosas sí que están en la calle. Y es necesario un debate con personas cualificadas, de un alto nivel moral y espiritual, que sean una voz que haga pensar a la gente, aunque la tiranía de lo políticamente correcto caiga sobre ellos con todo su peso.
Pero aquí nadie dice nada. Y este periodista, tan iluminado en algunas cosas, está un poco ciego para otras muchas.
Aunque en esto, tenía razón:
La economía es la cortina de humo.
It's the economy, stupid.
Quien la dijo es un periodista poco diplomático y a veces faltón, normalmente contestón y repetitivo. Pero no cabe duda de que es inteligente y muchas veces ilumina ciertas verdades que se quedan siempre ocultas en la maraña de la sobredosis de información.
El PSOE lucha por implantar en nuestro país la eutanasia, el aborto y en resumen, un tipo de sociedad completamente distinta a la que ha sido siempre la nuestra.
El partido de la Oposición, que se supone debe representar a la otra mitad de la sociedad española, la que tiene una sensibilidad radicalmente opuesta, como única respuesta, afirma que tanto el aborto, como la eutanasia y la mayor laicidad del Estado son "cortinas de humo" que utiliza el gobierno para no hablar de la economía.
Pero esta mañana yo he escuchado una gran verdad. La cortina de humo es la economía, utilizada por la oposición para no poner las cartas encima de la mesa y hablar de temas tan fundamentales como la Eutanasia, el Aborto y la desaparición total de la presencia religiosa en la sociedad.
Yo creo que las Hipotecas están a la orden del día y entre las preocupaciones fundamentales de los ciudadanos. Yo soy uno de ellos. Me veo obligada a reformar mi casa porque somos incapaces de venderla. Y viviremos en un lugar donde no lo deseamos porque ya casi nadie se quiere involucrar en la compra de una vivienda. Todo es efímero e inestable y una casa es mucho dinero.
Pero a la gente también le importa saber si cuando te quedas embarazada puedes deshacerte de tu bebé o no. O si cuando tu abuela se está muriendo y tarda demasiado, puedes plantarle una inyección y hacer que muera "sin sufrir" y de paso sin darte demasiado la lata. Te quedas con la conciencia limpia y fíjate qué rápido ha sido. Total, se iba a morir igual...
Ya sé que estoy simplificando mucho las cosas. Pero para que nos entendamos, estas cosas sí que están en la calle. Y es necesario un debate con personas cualificadas, de un alto nivel moral y espiritual, que sean una voz que haga pensar a la gente, aunque la tiranía de lo políticamente correcto caiga sobre ellos con todo su peso.
Pero aquí nadie dice nada. Y este periodista, tan iluminado en algunas cosas, está un poco ciego para otras muchas.
Aunque en esto, tenía razón:
La economía es la cortina de humo.
It's the economy, stupid.
miércoles, 2 de julio de 2008
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