... del blog "Pensar por libre", de don Enrique Monasterio.
Hablábamos de lo de siempre, de sus pequeñas batallas interiores, que nunca faltan gracias a Dios, y yo le sugerí algunos propósitos. Repetí un par de veces esta palabra, "propósitos", y entonces me interrumpió con un gesto.
—Me he pasado media vida haciendo propósitos y otra media comprobando que nunca sale ninguno. Bueno, hubo uno que sí cumplí: hace veinte años logré dejar de fumar.
—Sin embargo —le dije— esos propósitos aparentemente fallidos han ido configurando tu vida. Eres lo que eres gracias a ellos. Esto es una olimpiada, y en la lucha interior lo importante sí que es participar. Quizá sea cierto que hasta ahora no has logrado una sola medalla; pero tienes una buena musculatura en el alma, y al final eso es lo que cuenta. El día que dejes de hacer propósitos habrás sido derrotado definitivamente.
—Pero usted siempre me habla de propósitos pequeños —insistió—. No le veo mucho sentido. Por una parte dice que debo aspirar a la santidad, o sea al Cielo, y luego pretende que suba con una escalera de cuatro o cinco peldaños que además se van rompiendo a cada paso.
Quizá fue entonces cuando traje a colación aquel balance de su vida que escribió San Pablo, prisionero en Roma y a punto de morir:
He peleado un buen combate, he terminado la carrera, he guardado la fe. Ahora sólo me queda esperar la corona de de la victoria que Dios me dará como justo Juez.
—Como ves, basta con luchar hasta el último asalto y poner esa ridícula escalera de pequeños propósitos apuntando directamente al Cielo. Dios bajará a darte la mano, no te preocupes.
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