Ayer estuve con mi amiga, la pianista, la que se siente ante su propia vida como un pinguino en un garaje.
Volvió a resumirme su larga lista de descontentos vitales. Es verdad que no lo tiene fácil. Una pianista que no es Richard Clayderman, es decir, que lo de dar conciertos no es fácil si no tienes un nombre... y a la que no le llena la docencia, pues sí, no lo tiene fácil... Y mucho menos si aspiras a tener un sueldo normal, una vida ordenada y compañías estables emocionalmente.
Mi amiga no sabe si vivir sola o con sus padres, en una ciudad grande, o en una ciudad pequeña. Si trabajar como acompañante, como concertista, como profesora...
Todo tiene para ella desventajas, y todo es incómodo, especialmente su soledad.
No sabe a dónde largarse que se encuentre bien consigo misma.
Yo me acordé de aquella frase de San Agustín, que aquel día tanto me ayudó: "¿A dónde podré irme que pueda huir de mí mismo?". Vale, no es textual.
Pero en su día significó "podría llegar al Polo Norte, pero mi problema me seguiría. No hay lugar tan lejano en el que mi sombra no me persiga".
Yo no sé si me entendió mi amiga, la artista, de la que yo siempre estoy tan orgullosa.
Pero le dije claramente que primero tenía que llenar ese agujero que siente en el alma, y después, tomar una decisión.
Le dejé un libro: "La libertad interior". Ojalá le dé luz. A mí las palabras se me quedan cortas. Hay una frontera que el "consejero" ya no puede transpasar.
1 comentario:
Es tan difícil a veces llevar a los hechos la intención de "llenar ese agujero del alma". A mí también se me quedan cortas a veces, cómo decirlo mejor. Muy buen libro.
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