No es todos los días, pero sí suficientes días como para tenerlo en cuenta.
Me subo en el autobús todos los días a las siete y media de la mañana. Tardo casi una hora en llegar a mi trabajo, y me recorro la ciudad desde el norte más norte, hasta exactamente su centro geográfico. Y lo mismo hago para volver, sobre las 4 de la tarde.
Y las veo con mucha frecuencia. Son casi siempre mujeres, bueno, más bien siempre. No he visto a ningún hombre llorar aún.
Se les ve totalmente replegadas sobre sí, ensimismadas en su problema, a veces mirando por la ventana, otras veces mirando al infinito, tapándose la cara con las manos, y secándose los ojos discretamente con la esquinita de un kleenex ya humedecido. Quieren pasar inadvertidas, por eso no hacen ningún ruido, no hablan, no suspiran. Simplemente, lloran en silencio.
El caso es que un día tras otro, viendo mujeres llorando a mí me da qué pensar.
Puede que alguna no pueda controlar sus sentimientos, pero no creo que sea el caso de todas. ¿Hasta qué punto está uno triste como para no poder controlar las lágrimas? Dada la edad, todas jóvenes, no puedo evitar pensar en desengaños amorosos. Pero también puede ser la muerte de un familiar, ¡pueden ser tantas cosas!
Ahí están. Yo procuro no mirarlas. Respetar su intimidad, su disgusto y su dolor.
Pienso que quizá los kilómetros que recorremos en el autobús les va curando las heridas, les aleja de su casa y les despeja. O quizá no, quizá llevan su dolor puesto todo el día... No lo sé.
Cuando pensé en escribir un blog, creí que sería interesante describir a las personas y las historias con las que me encontraba todos los días, en el metro, camino del trabajo. Hace un tiempo, pude sustituir al metro por el mar y las montañas. Pero la gente sigue ahí, y las ganas de contar historias, reales o no, también.
viernes, 29 de mayo de 2009
jueves, 7 de mayo de 2009
99 balones
Quizá estoy un poco "monotemática" últimamente. No lo puedo evitar. Me han enviado este vídeo y creo que debo tenerlo entre mis entradas del blog.
martes, 5 de mayo de 2009
Pequeños agujeros
El otro día me dió por pensar en la gente que ya no está, y a la que nunca volveremos a ver, por lo menos con estos ojos rojos de ordenador y con rimmel de ir a trabajar medio mona.
Me acordé de mi abuela, porque mi abuela era mucha, mucha abuela, y claro, una cosa es admitir que ya no está... Y otra muy distinta echarla de menos en las cosas más sencillas y más tontas.
Uno da el gran paso cuando sabe que no tiene a alguien. Pero lo que, yo creo, que nunca llega a suceder es olvidarla en el día a día, cuando tienes que preguntarle cómo haría ella esto o lo otro, qué pasó en aquel momento, o quién es esa persona de tu familia de la que siempre has oído hablar pero no acabas de situar.
¿A dónde van los recuerdos cotidianos?
¿Qué hago con este pequeño hueco vacío de mi corazón?
No es dolor: ya la lloré, y mucho.
Es un agujero sin llenar, mucho peor que las lágrimas, mucho peor que el mal trago de aceptar que ya no se está. Es lo cotidiano, cuando te das cuenta de que la gente a la que quieres es mucho más que una mera presencia...
Me acordé de mi abuela, porque mi abuela era mucha, mucha abuela, y claro, una cosa es admitir que ya no está... Y otra muy distinta echarla de menos en las cosas más sencillas y más tontas.
Uno da el gran paso cuando sabe que no tiene a alguien. Pero lo que, yo creo, que nunca llega a suceder es olvidarla en el día a día, cuando tienes que preguntarle cómo haría ella esto o lo otro, qué pasó en aquel momento, o quién es esa persona de tu familia de la que siempre has oído hablar pero no acabas de situar.
¿A dónde van los recuerdos cotidianos?
¿Qué hago con este pequeño hueco vacío de mi corazón?
No es dolor: ya la lloré, y mucho.
Es un agujero sin llenar, mucho peor que las lágrimas, mucho peor que el mal trago de aceptar que ya no se está. Es lo cotidiano, cuando te das cuenta de que la gente a la que quieres es mucho más que una mera presencia...
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